Almanaque encontrado en la Baja California (2)
La hora del desierto

 

MEXICALI. Hoy no barreré al detalle el piso. Tampoco el trapeador le dará el habitual lustre.

Que este día los dientes conserven algunos restos de la comida que, aún con ordenada sapiencia, moldean para ese viaje indescriptible por mis adentros.

Dejaré sin cortar las canas que se apoderan de mis axilas como de mis muslos. Su extraña forma me brinda un toque locuaz, desesperante.

Ya no tengo mucho cabello, el que queda es feliz en su armonioso desorden casi blanco.

A ver qué hacen los ojos sin sus gotas del amanecer, cuando calientes por estar unas horas cerrados, parecer salirse enfadados de su lugar.

Cosa de cubrir los pies sucios con calcetines limpios. Bañarse en crema cuyo olor fue tuyo. Que los lentes conserven las huelllas del que no quiere ver por pereza a limpiarlos.

El calzón cubra el apestoso conducto de la orina, las nalgas escurridas. La camiseta proteja la bolsa que llamo canasta, con órganos sin poética nombrable, así como la espalda marcada por esa mancha que, me han dicho, es la sombra de algún ancestro.

No importa el tiempo que repose la ropa sucia en el agua jabonosa. Hoy es oportuno dejar la cama con la marca del inmosmnio. Que las ventanas no refresquen las plantas, que la luz del día se oculte como la noche se encierra.

Vaya, que ni el sol del celular,ni la luna de los wasaps que no llegan, me incomoden.

Es la hora del desierto. Hay que echar a andar. Es la ruta donde me acompaño de un migrante. Tan generoso él, algo sabe de ti. Ambos domamos el tiempo sin agua. El mapa que guia hacia donde quizá te encuentras, eso es todo para ambos.

Del último encuentro queda la embriaguez de tu plenitud. Relámpagos de intensidad, como tantas veces ocurrió, desde el mismo origen de lo que fuimos. Y yo rebasado sin remedio. Seguro de no poder sujetarte. Ave de libertades en todos los territorios que surcas, suma de mi constelación en el brazo, racimo de rostros.

Nunca he podido aprisionar vuelos, jamás aprendí el oficio de pajarero.

De pronto él dice “allá anda”. Cosas de las vista en el desierto las advertencias del oasis.

Los espejimos son parte de tus distintivos, tanto o más que lo míos. Eres un faro en todo terreno; los navegantes te buscamos en la costa de tus oleajes, en las arenas movedizas, en las nubes que protegen árboles selváticos, en las cascadas de los ríos, en el licor que se escurre en el cuerpo.

El que se acerca a nosotros es otro que deambula. No vayan, dice, yace muerta.

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