El día que me detuvieron, mi madre cumplió ochenta años. Nos juntamos enfrente del parque de Luxemburgo que estaba cerrado. Nos sentamos sobre un banco a unos dos metros de sana distancia. Teníamos nuestro permiso de salida para una hora. Ella estaba feliz y se quitó su cubreboca. Me pidió que la ayudara a organizar una videollamada con toda la familia. Accedí. Subimos a su departamento y conecté los cables de la computadora. Mientras, ella sacó una botella de champaña del refrigerador. Brindamos a través de la pantalla con nuestros familiares. Lo admito: nos divertimos, nos abrazamos, bailamos. Sin darme cuenta, salí de su casa a las once de la noche.
“-Señor Juez, no culpen a mi madre. El corona criminal soy yo”. (Alexandra Domarchi).