La temperatura sube y las lluvias vespertinas bajan condensándose en los cristales de mi ventana. El petricor se alza horadando los humos tradicionales de una ciudad. Se disparan emociones con este olor. Una ventana que da solo a la calle. Oportunidad para la contemplación personal. En mi mano, una ventana más pequeña; de pixeles, pero de “alta resolución”. Dicen que es la ventana al mundo. Gran momento para verlo desde mi palma y por alguna razón, en silente inercia, caigo en giros de Fibonacci. Nada se queda quieto. La memoria no lo retiene, pero tampoco le importa. Cada espiral me lleva más profundo y me doy cuenta que termino contemplando a otros. (Alejandro G. Sánchez Rubio).
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