El indio Victoriano: los papeles perdidos (5 y fin)

El gran espía alemán que tramó la invasión de México a los Estados Unidos de la mano del general Victoriano Huerta. (Imagen tomada de theguardian.com).

 

Una vez generada la conmoción, de nueva cuenta el pulso corre por el gobierno norteamericano que se distancia de Huerta para acercarse a los constitucionalistas encabezados por Venustiano Carranza: “Pero la intromisión de Estados Unidos, una afrenta que pasará a la historia como el caso más grotesco de casus belli, echó por tierra mis planes” (p. 355) se asienta en El indio Victoriano. Del idealismo a la desolación, la novela biográfica de El Chacal de Gustavo Vázquez Lozano (Debate, 2023, 439pp).

Así las cosas, “A finales de mayo (de 1914), Estados Unidos declaró en las conferencias de paz de las Cataratas del Niágara que se retiraría de nuestros puertos cuando yo renunciara” (p. 362).

¿Quién gana estos pulsos con el imperio del norte? Se acabó: “Voy a renunciar, Aureliano (Blanquet), y más vale que también busques salir del país, a ti te odian más que a mí (…) ‘Prometí hacer la paz a todo trance’, dije al congreso el 15 de julio antes de tomar un tren hacia Puerto México” (después llamado Coatzacoalcos) (p. 365).

El periplo del exilio del indio Victoriano inició en la isla de Jamaica. Después de un tiempo se radicaría en Barcelona, “También fue por entonces que empezó una encarnizada campaña de desprestigio en contra de mí, la formación de una leyenda negra por parte de los escritores a sueldo de los carrancistas” (p. 375).

En esa ciudad española lo busca Franz von Rintelen, un espía alemán. El mensaje que le lleva es que “El káiser (Guillermo II) está dispuesto a hacer lo necesario para volverlo a poner a usted y su partido en el poder” (p. 380). Alemania proveería “de un poder bélico que ningún bando había soñado” y de mucho dinero para financiarlo.

Envalentonado Huerta por la posibilidad de regresar a la escena de la Revolución, viaja a Nueva York con el exgobernador de Chihuahua e involucrado en la trama, Enrique Creel. En Manhattan, Rintelen le dice que una vez en el poder, su primera misión sería ¡declararle la guerra a los Estados Unidos! e iniciar una invasión a Texas, Nuevo México y California, a efecto de retomar los territorios como parte de la alianza con Alemania en el contexto de la Primera Guerra Mundial.

El indio Huerta goza al plantearse una pregunta: “¿Me tocaría ver de rodillas a Wilson (Woodrow) con el káiser a mi lado? (…) ¿Qué más me daba si con ello alcanzaba la verdadera cumbre de mi vida?” (p. 395).

Así es. Tramar en contra del imperio en su propio territorio, rodeado de espías tanto norteamericanos como carrancistas y salir triunfante era una locura. Y sucedió como en las películas.

“- Soy Zachary Cobb, estoy al mando de esta comitiva, éste es el agente Beckman del Departamento de Justicia. Está usted bajo arresto por violar nuestras leyes de neutralidad”.

Y el indio Victoriano sigue esperando volver a su país, como Porfirio Díaz. Sepulcro en el cementerio de Evergreen de El Paso, Texas, tan cerca de la frontera con México. (Imagen tomada de la cuenta de X Crónicas de la ciudad perdida).

 

Huerta, el indio que soñó con volver a ser presidente de México: “A unos pasos de la frontera mexicana (El Paso, Texas), con mi nueva cumbre deslizándose otra vez del alcance de mis manos, caí en poder de los estadounidenses. Nueve meses de preparativos se esfumaron en un instante” (p. 398).

Recluido, maltratado, enfermo, empobrecida su familia, José Victoriano Huerta Márquez ve venir la muerte. En estas últimas escenas aparece el padre Joyce, quien en el “Último diario de Huerta” le ofrece confesarlo. El indio le habla de unos papeles “bajo llave en casa de un buen amigo en México”, en los que confiesa la verdad sobre los asesinos de Madero y Pino Suárez. Le pide al sacerdote que vaya por ellos a la Ciudad de México y los entregue “a la prensa seria estadounidense”. (págs. 409-410).

Huerta se queja de lo que dice la prensa: “‘No importa qué tan enfermo esté’, escribió el New York Times, ‘en verdad, Huerta debe ser estrechamente vigilado. Lamentamos su situación, pero no confiamos en él’. Aun agonizante me temen” (p. 411).

No hay epitafio, tan sólo la reiteración tras su largo relato: “Todo me lo pueden decir, pero nadie, nadie me puede llamar traidor a la patria (…) Conmigo llegó a su final la antigua historia, soy el último gran indio que verá México (…) Soy Huerta y estoy esperado”.

¿Esta biografía podrá concederle llevar sus restos a su natal Colotlán?

En la “Carta del novelista al lector”, Gustavo Vázquez Lozano inicia así el relato de su tarea literaria e histórica: “Con muy pocas excepciones, los hechos que se narran en esta novela son corroborables en fuentes” (p. 417).

“Huerta murió a inicios de 1916. Su cadáver permaneció durante casi veinte años en un ataúd en un almacén y luego en un sencillo mausoleo con aspecto oriental”. En 1936 “fue enterrado en el panteón de Evergreen de El Paso en una tumba anónima. Sólo hasta 1974 sus hermanas pusieron una placa con su nombre y se conoció el destino final del expresidente”.

Espero hayan disfrutado estas entregas. Vayan por su ejemplar.

Primera parte

https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-provocadora-biografia-1/

Segunda parte

https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-hecho-de-lumbre-2/

Tercera parte

https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-madero-enano-de-circo-3/

Cuarta parte

https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-estrangulelos-4/

El autor del libro. (Imagen tomada de penguinlibros.com).

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