“El que cuenta y canta su mal espanta”: Una entrevista con John Jairo Junieles

John Jairo Junieles es uno de los escritores más renombrados del paisaje literario de Colombia. “Como buen lector de cómics, historietas y paquitos, quise ser Batman, Blue Demon, Fantomas, Kalimán o El Fugitivo”, ha dicho el novelista. (Foto: Cortesía del autor).

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“El que cuenta y canta su mal espanta”:
Una entrevista con John Jairo Junieles

Octavio Pineda

BOGOTÁ. Hasta los siete años de edad, el poeta, escritor y periodista colombiano John Jairo Junieles (Sincé, Sucre, 1970) creía que su verdadero nombre era Bájate de Ahí. Así de travieso dicen que era.

Esta presentación de sí mismo en la selección de su obra que acaba de publicar en Colombia el programa interinstitucional Leer el Caribe deja sentado el tono de humor que marca buena parte de su literatura.

Pero también están la belleza profunda, la ternura y la luminosidad, a contracorriente del fatalismo, la lamentación y la pesadumbre que suelen perseguir a muchos poetas colombianos en el contexto de la violencia secular que ha aquejado a la nación andina.

Por ello es una gran noticia que, mediante textos escogidos, este año se difunda y dé a conocer más la obra de este autor relativamente joven, pero que ya acumula importantes reconocimientos, como el Premio Nacional de Literatura Ciudad de Bogotá (2002) o el X Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén (2007).

En entrevista, Junieles nos cuenta más sobre su variada obra, que abarca la poesía, el cuento, la novela, el ensayo y el periodismo.

¿Qué significó para ti que la más reciente edición de la colección Leer el Caribe esté dedicada a tu obra?

Leer el Caribe es un hermoso proyecto que acerca los escritores a muchos lectores. Me siento privilegiado y agradecido. He conocido gente fantástica; por ejemplo, una niña de diez años en Cartagena de Indias con quien hablé y sentí un largo déjà vu. Me dijeron que un día, cuando en su colegio le sirvieron de merienda un pedazo de pollo, esta niña se fue al fondo del patio del colegio a sepultar la comida y se puso a orar. Saber que existe gente así, en un mundo como este, hace renacer la fe en el ser humano.

En tu obra uno percibe una belleza profunda, muy humana, llena de humor, ternura y asociaciones afortunadas, que se sobreponen a una realidad colombiana en donde la violencia y la crudeza han sido omnipresentes. ¿Te lo propusiste desde un principio o se fue dando naturalmente por tu carácter?

Yo también descubro esas virtudes o cualidades, pero en la obra de otros creadores, y lo digo porque, en algunos aspectos, es mejor que no llegues a gustarte mucho a ti mismo porque puedes terminar delirando. En Colombia han sido asesinados 837 líderes sociales, defensores de derechos humanos y además excombatientes de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) firmantes de los acuerdos de paz, y eso solo entre enero de 2016 y mayo de 2019. Suficiente ilustración de la barbarie que vivimos gracias a nuestra falsa democracia. En medio de eso, yo me dejo llevar por el asombro: la curiosidad por el universo abre más puertas que todas las llaves.

Tu madre está muy presente en tu obra; te refieres a ella con ternura y admiración. ¿Cómo es ella para haberte dejado una huella tan indeleble?

Yo tengo dos madres: Amanda, la que me dio la vida, y mi hermana Irina Alejandra, quien me enseña todos los días a vivir esa vida. Son dos seres que, para mí, existen más allá de las palabras. Ellas son milagrosas; por ejemplo, mi novela El hombre que hablaba de Marlon Brando, que aparecerá con Planeta en los primeros meses de 2020, nace de un recuerdo familiar. Mi madre trabajaba de costurera en la producción de la película Quemada, filmada en Cartagena de Indias en 1968; ella se encontró accidentalmente con Marlon Brando, quien al verla embarazada le tocó el vientre y le dijo: “Suerte con el bebé”, y la criatura en el vientre era mi hermana, Irina. Es curioso cómo un sencillo acto desencadena muchas cosas.

Las cocinas, los patios y los amigos del barrio también están muy presentes. ¿Te siguen transportando a la infancia o también han madurado contigo? ¿Qué significan hoy para ti?

Mi intención, muchas veces, es escribir como se cuentan los cuentos en las esquinas de los barrios populares. Hay narradores maravillosos en esas calles, salen de sus casas a inventar y compartir historias en las esquinas, plazas o terrazas, salvando a todos de la rutina, poniéndole gracia y sabor al mundo, porque el que cuenta y canta su mal espanta.

La sombra de tu hermano nonato también gravita. ¿Qué tanto tu decisión de ser poeta y escritor pudo haber sido una forma, consciente o inconsciente, de reafirmar tu propia identidad y hacer sentir con fuerza tu propia voz?

Uno escribe para intentar descubrir esas cosas, para juntar esos pedazos que son uno mismo. Mi hermano mayor, a quien llamaron como a mí, alcanzó a vivir muy pocas horas, entonces lo sepultaron en el patio de la casa de mis abuelos, para que no estuviera tan solo en el cementerio. ¿Por qué te sientes tan unido a alguien que nunca viste? Hay un dicho entre los boxeadores acerca de que el golpe que ves venir duele menos que el que nunca viste en absoluto.

¿Qué lugar siguen ocupando las mujeres en tu vida y en tu obra? ¿Son aún ese anhelo de mil cabezas o te resignaste ya a sentar cabeza con una en particular?

Me gusta estar con las mujeres, porque así me siento más cerca de Dios, y por eso bailar con ellas es mi religión. Si hay otra vida, quisiera ser mujer, para no perderme tantas cosas que solo ellas sienten y que muchas veces me cuentan. Nada puede prepararte para la magia que te puede producir una mujer. A veces solo me basta recordar momentos especiales que he vivido con algunas de ellas y entonces soy feliz.

El escritor colombiano en la Casa de la Cultura de San Luis de Sincé, su tierra natal, frente a una obra del artista mexicano Agustín Merchant Almanza. (Foto: Instagram de @johnjunieles).

¿En qué género te sientes más cómodo: en la poesía, el cuento o la novela?

Mi mamá me dice que cuando yo era pequeño era tan curioso que, cuando me mandaban a dormir, parecía que yo deseaba dejar los ojos colgados en las ventanas para no perderme lo que pasaba en la calle. Creo que soy alguien sin género, en realidad lo que practico es la curiosidad, y después ante el asombro intento hacer cosas con palabras. Sin embargo, hay una gran verdad: todos queremos que la poesía esté presente en lo que hacemos, ya sea cuento, novela, guiones o crónicas. Y eso se hace muchas veces sin darse cuenta.

De entre tu variada obra en los tres géneros, ¿cuáles son los libros que sientes más logrados?

Por lo que me han dicho los lectores, en poesía mi libro Canciones de un barrio en la frontera; en cuento, El amor también es una ciencia, y en novela ya veremos qué pasa con El hombre que hablaba de Marlon Brando. Tengo un guion en busca de productor, Las guitarras de la noche, que tiene cosas interesantes; es la historia de dos trabajadores de la construcción durante el día, que de noche se transforman en músicos callejeros, se la rebuscan poniendo serenatas y amenizando fiestas, y en medio de esa vida les pasan muchas cosas.

¿Hay determinados temas, tratamientos o exploraciones que prefieras dejar más para cada género?

En mi caso, todos los temas son susceptibles de aparecer en cualquier género, solo la lectura permanente —de varios géneros— ayuda a encontrar el mejor camino creativo. Además, siempre está el azar presente, la casualidad tiene un papel muy importante en la vida y en la creación, mucho más de lo que estamos dispuestos a aceptar. Esta mañana, no sé por qué, me estaba preguntando: ¿Por qué Drácula tiene un peinado tan perfecto en todas las películas, si no se puede ver en el espejo?

Tu narrativa siempre tiene pinceladas de poesía. ¿Vas dejando que la misma escritura y la voz narrativa te la dicten, o es una imposición del poeta que no puedes dejar de ser?

Hay algo mágico y misterioso en la escritura. A veces sientes cosas, inexplicables, cuando escribes. Pero sin la lectura nada sería posible, ella te ayuda cuando todo lo demás te falla, y leer poesía es como tener un bastón que te permite encontrar tesoros, muchas veces enterrados en la superficie de las cosas.

¿Alguna vez llegó a tus ojos o a tus oídos la frase de Octavio Paz que dice que la soledad del acto creativo es siempre una promesa de comunión?

No conocía esa apreciación, pero entiendo su naturaleza, en el sentido de que hay que escribir siempre con esperanza. He leído a Paz, siempre vuelvo a su ensayo El laberinto de la soledad, eso es una fiesta del pensamiento.

Además de Alfonso Reyes, ¿qué otros autores mexicanos ocupan un sitio importante en tus altares literarios? ¿Qué hay acerca de Juan Rulfo en narrativa, o de Sabines y José Emilio Pacheco en poesía?

Para mí, Rulfo, Arreola, Sabines y Pacheco ya no son lecturas, en realidad sus palabras ayudan a levantarse del suelo, son como gasolina de avión para el alma. Pienso en Sor Juana Inés de la Cruz, Paco Ignacio Taibo II o Guadalupe Nettel. Tuve la fortuna de conocer a Guillermo Arriaga, caminé con él por San Juan de Puerto Rico mientras hablábamos sobre los cuentos del colombiano Hernando Téllez y también sobre asuntos de la vida. Su más reciente novela, El salvaje, es como aprender una nueva forma de respirar, y ni hablar de su hermoso trabajo en Amores perros y 21 gramos. También conocí al gran Carlos Monsiváis en Cartagena, a quien le gustó mucho el jugo de corozo fermentado. Hace poco estuve con Guillermo Fadanelli, tomándome unas cervezas en Bogotá, y nos reímos como dos viejos piratas.

¿Hay algo que se haya quedado en el tintero que quieras agregar?

Nada especial, tal vez solo compartir uno de mis mantras personales, de esos que ayudan a seguir andando: lo mejor está por venir…

27 de enero de 2020.

 

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