¿Habrá algún día una Lydia Tár en México?

Cate Blanchett es Lydia Tár y lo demás, mera coincidencia. (Imagen tomada de shropshirestar.com).

No recuerdo la película que vi en una sala de cine antes del encierro por la pandemia. Desde entonces me instalé en el reino de Netflix y demás de su especie, por ahora sin la menor intención de alejarme del mismo.

Cuatro han sido las excepciones entre marzo del 2020 y lo que va del 2023. En dos de esas visitas a una sala vi las películas solo: primero La casa Gucci (2021, Ridley Scott) y hace unas semanas Tár (2022, Todd Field). Con mi amiga Juanita Mosqueda y tres gentes más de Mexicali vimos Bardo (2022, González Iñárritu) y hace unos días, con 18 personas ¡Qué viva México! (2023, Luis Estrada).

Cosa curiosa, en tres largometrajes hay figurones de cepas diferentes, pero al fin genios en los suyo. Un diseñador de modas al que su exesposa manda asesinar. Un afamado director de cine acosado por sus demonios y una concertadora alemana que es suma extraordinaria de virtudes y excesos.

Con ser medianamente melómano, sales enloquecido de admiración por Lydia Tár, dispuesto a perdonarle todas sus faltas a cambio de verla dirigir, escuchar su música, saborear sus palabras e intentar comprender su extraterrestre vida. Dirán que así han sido y son las celebridades que dirigen orquestas de abolengo.

Un amplio catálogo de mitologías envuelve a estos personajes. Los críticos señalan que la idealización del cineasta Todd Field, férreamente interpretado por Cate Blanchett, se inspira en la directora norteamericana Marin Alsop. Ella ya se desmarcó e incluso se dijo insultada como música y como lesbiana, pues la Tár lo es, imponente e impecable.

Dirigir los intereses de una orquesta es tan difícil como los de una familia, sobre todo si el concertino es tu mujer y tienes una hija adoptada que en la escuela es estigmatizada. Por si fuera poco, tu asistente se desvive por ti y cuando podrías recompensarla, la mandas por un tubo.

Los poderes de Lydia son para ejercerlos en el hogar (bellísimo), en el estudio (chingonsísimo), en la sala de conciertos (seduciendo con privilegios a una joven chelista) y ante los abogados (para lidiar con una demanda de acoso tras el suicidio de una alumna).

Tanto y más encontrarán en Tár por casi tres horas. Mientras se suceden las escenas, es inevitable escurrirse a lo que uno sabe de sus pares mexicanos, es decir, nada. Sin duda hay magníficas mujeres en la dirección orquestal, pero salvo Alondra de la Parra, me temo que ninguna otra ronda ciertas excentricidades de la fama.

Otro de los renglones es el que tiene que ver con las disciplinas y grillas de la comunidad de músicos y estudiantes bajo la batuta de Lydia. Inevitable pensar en lo que sucede por nuestros rumbos. Como estos ambientes ya son más del dominio público, la síntesis es implacable.

En efecto, entre la ficción y la realidad de lo que cuenta Todd Field, si eso ocurre en tan altos vuelos de las instituciones musicales, imagine cómo se las gastan en la Orquesta de Minería, en la Sinfónica Nacional o en el Conservatorio de las Rosas. Algún día un cineasta nacional hará una película para contarlo.

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