La familia de Gauguin en Colombia

Púlpito tallado en madera de la antigua iglesia de Santa Clara (Fotografía de Octavio Pineda).

 

BOGOTÁ.- En el centro histórico de la capital colombiana, la antigua iglesia de Santa Clara, construida en la primera mitad del siglo XVII, alberga lo que hoy en día es el museo homónimo. La fachada de la edificación es austera, sin adornos, propia del llamado barroco desornamentado.

Al ingresar, el contraste sorprende: deslumbran el colorido, las elaboradas tallas en madera, las celosías y largas ménsulas del coro, las paredes repletas de pinturas y ante todo su elevado techo, completamente tachonado con flores de madera doradas, a manera de jardín celestial.

El antiguo templo es una nave lateral, como era habitual en los conventos de clausura para monjas como las clarisas, a cuya orden perteneció. Y una vez superado el primer deslumbramiento arquitectónico y artístico, las sorpresas no paran ahí.

Por una pequeña puerta (que llevaba a la antigua sacristía) ubicada al pie del púlpito, también tallado en madera oscura y adosado al arco que separa el presbiterio del resto de la nave, el antiguo templo revela al visitante otro de sus secretos.

Una placa de piedra parduzca, adosada a un muro, presume que “en esta iglesia reposan los restos de María Gauguin de Uribe (1847-1918)”. El nombre castellanizado, María, despista, pero en realidad se trata de Marie Gauguin, ni más ni menos que la hermana del afamado pintor francés Paul Gauguin (1848-1903), que tantos y tan importantes aportes hizo al arte universal.

Placa de piedra en la iglesia-museo de Santa Clara, en Bogotá (Fotografía de Octavio Pineda).

 

Marie Gauguin se casó en París con Juan Nepomuceno Uribe Buenaventura (1849-1894), entonces un próspero comerciante de quina, de origen bogotano, y tuvo tres hijos: María Elena, Carmen (quien murió a la corta edad de 5 años, en 1884) y Pedro Uribe Gauguin (mellizo de Carmen). Y los dos hijos sobrevivientes tuvieron una amplia descendencia en Colombia, en la que los apellidos se entremezclan.

Según una carta del propio Paul a su esposa, Mette, fechada en París el 26 de diciembre de 1886, su hermana, Marie, le echó en cara que desde hacía ocho años no quisiera trabajar en nada que no fuera pintar, tal vez con la esperanza de que en algún momento recapacitara y volviera al mundo de los negocios, como los que su esposo Juan emprendería en Panamá (aún parte de Colombia), atraído por la construcción del canal interoceánico que los franceses ya habían iniciado años atrás.

El propio Paul también se embarcó hacia el istmo el 10 de abril de 1887 para “vivir como un nativo”, a punta de pescado y fruta, pero al quedarse sin dinero se empleó en las excavaciones de la magna obra de ingeniería. Devorado en las noches por los mosquitos, como contó a su esposa, terminó gravemente enfermo e incluso internado en un sanatorio.

Ante las adversidades que enfrentó (como muchos otros que trabajaron en la construcción del canal), buscó a su cuñado Juan, quien tenía una tienda en Panamá y lo recibió fríamente (no lo ayudó como hubiese querido), así que de ahí el pintor terminó embarcándose hacia la isla de Martinica, donde pintó varios cuadros de tema nativo y paisajístico, en una estadía que también resultaría definitoria para su arte.

Tras la muerte de su esposo en 1894, Marie Gauguin decidió viajar a Colombia con sus dos hijos, con la esperanza de que su familia política la ayudara a salir adelante.

Llegó por Puerto Colombia, en la costa norte del país, remontó en barco el río Magdalena, y desde el puerto fluvial de Honda trepó casi a lomo de mula, con algunos muebles y enseres, las escarpadas montañas que la traerían a Bogotá, en una pesada y larga travesía que era propia de la época.

Tras instalarse en la fría capital colombiana, y por su buen gusto, se ha escrito que por su salón desfilaban importantes escritores e intelectuales de la época, pero sus descendientes directos coinciden en que se dedicó a vender sombreros para ganar independencia, aunque viviera con cierta estrechez económica.

Como quedó labrado en la lápida de Santa Clara, Marie Gauguin murió en Bogotá el 15 de mayo de 1918.

 

Una amplia descendencia

Árbol genealógico de Marie Gauguin (Cortesía de Santiago Uribe y familia).

 

Como era habitual en esa época de familias numerosas, la primogénita del matrimonio Uribe Gauguin, casada con Miguel Saturnino Uribe Holguín (1873-1930), tuvo siete hijos (incluido Hernando, el cuarto), mientras que su hermano Pedro, casado con Elena Torres Barreto (ca 1902-1974), tuvo seis hijos, incluidas María, la primogénita, y Margot, la segunda, quien terminaría casada con su primo Hernando, y ambos tendrían a su vez cinco hijos.

Árbol genealógico de la rama Torres (Cortesía de Santiago Uribe y familia).

 

María, la primogénita, casada con Luis Echeverri, dio a luz a siete hijos, incluida María Cristina Echeverri, la segunda mujer, quien a sus 74 años de edad no oculta no solo su orgullo de ser familiar de Paul Gauguin como descendiente directa de su hermana Marie, sino por las agallas que tuvo para dejarlo todo como agente de bolsa y dedicarse al arte en busca de su realización.

“Desde que nacemos en esta familia hay un culto grande por Paul Gauguin. Fue una figura definitiva, precursora, para el arte abstracto que vendría después, incluido Picasso”, asegura María Cristina en entrevista.

“Él podría haber sido un banquero más en París bastante exitoso, pero haber logrado dar ese paso y haberse tenido tanta fe ya grande, haber sido tan valiente de romper todo y tan seguro, casi autodidacta, de dedicarse al arte, es algo de admirar, esa vocación tardía”, añade.

Y a medida que María Cristina se ha venido formando en historia del arte, cobra cada vez más consciencia de la importancia del carácter revolucionario de Paul Gauguin, quien también transitó por el cloisonismo, con obras emblemáticas como El Cristo amarillo (1889), y el sintetismo.

Autorretrato de Paul Gauguin frente a su cuadro El Cristo amarillo (Imagen tomada de internet).

 

No sólo evoca importantes historiadores del arte que se lo han ido revelando, sino visitas que ella misma ha hecho para conocer de cerca su obra, como la que hizo hace unos años en una gran retrospectiva en el Grand Palais de París. “Eran unas filas de tres o cuatro horas, y Gauguin que murió en ese grado de pobreza… con Van Gogh pasó algo similar”, rememora.

María Cristina Echeverri, con su hijo Julián Vila Echeverri (Cortesía).

 

Su hijo, Julián Vila Echeverri, de 48 años, tampoco oculta su orgullo por la vena Gauguin. Inculcado por sus padres, desde niño le ha gustado el arte y también ha hecho sus propias indagaciones.

Recuerda mucho una visita que hizo en su adolescencia al Museo d’Orsay, en París, para conocer de primera mano la obra del pintor, donde se topó con una carta que había escrito sobre sus familiares en Colombia. “Esa carta me llamó mucho la atención, hice más la conexión con nuestra familia”, refiere.

“Siempre me ha gustado el arte, pero obviamente es un orgullo saber que tienes parentesco con ese importante artista universal. Mucha gente no entiende que Gauguin haya tenido familia en Colombia, cree que es algo inventado”, anota Julián, hoy dedicado al negocio de la construcción.

Tampoco es coincidencia que su bisabuelo materno, el comerciante Gabriel Echeverri, haya impulsado importantes edificaciones en Colombia, como el llamado Palacio Echeverri, de estilo neoclásico francés de principios del siglo XX, también ubicado en el centro de Bogotá. Originalmente concebido como multivivienda, hoy es sede del Ministerio de Cultura.

 

Palacio Echeverri, en el centro de Bogotá (Imagen tomada de internet).

 

El cuadro de Gauguin favorito de Julián es ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Para dónde vamos?, un tríptico de 1897 con el que, asegura, empezó a entender mucho mejor la evolución del artista.

 

De dónde venimos, quiénes somos, para dónde vamos, de Paul Gauguin (Imagen tomada de internet).

 

El apellido no es marca indeleble

 

El pintor colombiano Santiago Uribe (Cortesía).

 

Santiago Uribe, de 66 años de edad, es hijo de Hernando Uribe Holguín y de Margot Uribe, ambos primos hermanos. Como pintor él mismo, confiesa que desde niño nunca dudó que iba a ser artista, pero esa vocación se dio independientemente del lazo sanguíneo.

“Iba mucho a museos y en mi casa había una buena biblioteca, me la pasaba viendo libros, nunca quise ser otra cosa que artista, pero nunca hice un paralelo con Gauguin ni mucho menos, eso no estaba en mi cabeza”, afirma.

Santiago tampoco oculta el orgullo que siente por ser familiar de Gauguin, pero no como algo definitorio en su propia vida. “Siento una profunda admiración por la obra de Gauguin, pues cambió el mundo de la pintura, pero cada uno vive su relación con sus ancestros de forma distinta, cada uno se enorgullece diferente”, aclara.

“Entiendo el orgullo, como si en México uno fuera pariente de Siqueiros o de Diego Rivera, pero no tiene por qué opacar la individualidad propia, uno tiene que buscar siempre su propio lenguaje”, acota categórico.

Es precisamente la búsqueda de su propio lenguaje como artista lo que más lo ocupa, consciente de que el parentesco con un ancestro famoso no es como una marca de agua o una marca indeleble en la frente que determine su propia existencia.

“El buen arte es cuando uno está como en el vacío, buscando siempre”, concluye.

 

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