Para muchos de nosotros, la actual pandemia de Covid-19 se ha traducido en meses de encierro, sin poder abrazar a la familia o a los amigos, y saliendo solo para lo indispensable.
Es cierto que la actual situación por la que atravesamos nos tiene a muchos con las emociones a flor de piel; sin embargo, nada justifica la agresión.
El sábado 18 de julio, a las 9:50 de la noche, pedí a un vecino (Juan Montes de Oca Castillo) de mi edificio, ubicado en la calle Miguel Ángel 27, en Mixcoac, que moviera su auto del estacionamiento para que me dejara sacar el mío.
Toqué a su puerta, abrió, y de manera agresiva me dijo que debía esperar hasta las 10 porque tenía un familiar enfermo de covid-19 y estaba esperando el reporte médico. Entonces, le hice la aclaración de que, si tenía un familiar enfermo, debería estar utilizando un cubrebocas. ¿Su reacción? Toser en mi cara, asegurando que era portador asintomático de la enfermedad; luego, salió una mujer del mismo apartamento para decirme que ellos no estaban a mi disposición y que no moverían el auto.
Yo, que sí llevaba cubrebocas y además unos lentes protectores, tuve una avalancha de sentimientos: ira, miedo, tristeza… y recordé que el Código Penal para el Distrito Federal —en su artículo 159— contempla el delito de “Peligro de contagio”, así que me comuniqué al 911.
Diez minutos después, llegaron cuatro policías de la Alcaldía Benito Juárez. Les expliqué lo que había pasado y me dijeron que tocara en la puerta del vecino para hacerlo salir. Dado el antecedente de la agresión, yo no estaba dispuesta a hacerlo, así que le pedí a uno de los policías que llamara. Su respuesta fue: “¿No está usté diciendo que tiene Covid? ¿Y qué tal que me contagia?”.
Me recomendaron que pusiera una denuncia, y se ofrecieron a llevarme en la patrulla al juzgado cívico. Los policías me dijeron que fuera al Juzgado Cívico BJ 2-3-4, localizado junto al centro comercial Parque Delta, pues el que me correspondía por vivir en Mixcoac, el BJ 1, estaba cerrado.
Uno de los policías me llevó y, cuando llegamos, nos aclararon que el Juzgado Cívico BJ 1 estaba abierto desde hacía una semana y que debíamos ir allá. El agente me condujo entonces a ese otro juzgado, que está en las instalaciones de la Alcaldía Benito Juárez; le relaté lo sucedido, primero, a una licenciada que al parecer estaba encargada de un área administrativa, quien nos dijo —al policía y a mí— que debía poner la denuncia en el Ministerio Público.
Fuimos al MP —el joven agente me acompañó todo el tiempo— y le relaté, con nombre y datos, a un hombre que al parecer era el recepcionista lo que había sucedido. “Espere ahí”, me dijo señalando unas sillas. Mientras tanto, el policía entró, según entiendo a exponer mi caso, y tras unos minutos me llamó.
Me atendieron dos hombres con cubrebocas, sentados detrás de sendos escritorios, uno incluso llevaba un overol blanco de los que se usan como protección. Me preguntaron, una vez más, los hechos, que yo, de pie y a una distancia como de tres metros, les relaté. Entonces, el hombre del overol me dijo: “Si usted no presenta Covid, no hay nada que hacer, porque no la contagió de nada”.
Yo pedí entonces que se levantara una denuncia por agresión y amenazas. “Volvemos al punto, señora, usted no presenta ningún daño. Lo que puedo hacer es darle un pase para Xoco o para el hospital de Tláhuac, que le hagan la prueba de Covid y, si sale positiva, entonces ya se puede proceder”.
Supongo que el policía vio mi rabia combinada con la frustración que sentía, pese al cubrebocas y los lentes protectores, porque me acompañó a las sillas de la entrada y me dijo: “Mire, yo le recomiendo que no vaya allá, aquello está en semáforo rojo y, si no tiene nada, allá sí se puede contagiar”.
Como una atención, para que no pudiera decir que no se hizo nada, o tal vez porque no se le ocurrió otra cosa, el policía consiguió que me viera el médico legista, proceso que, por supuesto, no sirvió de nada.
El agente, que parecía también frustrado, me llevó de nuevo a mi casa. Ya era la medianoche del domingo. En el camino me dijo que ellos tampoco sabían cómo actuar en muchas ocasiones, que estaban atados de manos, y me obsequió un imán, de esos que se pegan en el refrigerador, con los números de la Policía para las colonias Mixcoac, Merced Gómez y Nonoalco.
“Si llega a tener algún problema, llame a esos números y pida con el jefe Goliat. Él es bien chido, él la va a ayudar”.
Lo que siguió fue la trapeada del piso, la desinfección de rigor, y un buen baño caliente para intentar dormirme a la 1 de la madrugada dejando atrás tan amarga experiencia.
Hoy, jueves, ya con algo de distancia de los acontecimientos, me doy cuenta de que mi experiencia evidencia muchas fallas:
—La Policía de las alcaldías, a la que tenemos acceso los ciudadanos comunes y corrientes, no sabe cómo actuar en casos de “peligro de contagio”.
—Hay policías que ni siquiera saben qué juzgados cívicos funcionan en su alcaldía y cuáles siguen cerrados.
—En el MP, el “peligro de contagio” no se considera como tal si el denunciante no presenta síntomas de la enfermedad. Al agresor, como está en su casa, no se le puede ni siquiera pedir que se haga una prueba de covid-19 para saber si efectivamente está infectado o solo intenta intimidar.
—Decir: “Tengo Covid, soy asintomático”, se puede convertir en una forma de agresión y amenaza sin consecuencias, y sin que exista la certeza de si es verdad o no.
Total, que llevo todos estos días —y los que me faltan— sin visitar a mis padres, por aquello de las recochinas dudas.
Y de la ineptitud de las autoridades, ¿quién nos defiende?
Carmen González Hernández.
Licenciada en Ciencias de la Comunicación con experiencia como reportera en medios como el diario Reforma y Grupo ACIR. En el extranjero, trabajó como locutora y editora en el servicio en español de Radio Internacional de China. Actualmente es reportera y editora en la revista China Hoy.