La cultura es un componente constante de la economía nacional, pero su desarrollo ocurre en medio de contrastes estructurales que las estadísticas apenas alcanzan a delinear. Publicada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) el 19 de noviembre, la Cuenta Satélite de la Cultura de México 2024 ofrece, con la claridad de sus cifras, una imagen precisa de la aportación económica del sector, el cual generó 865,682 millones de pesos en 2024 –equivalentes al 2.8% del PIB– y empleó a 1.43 millones de personas. Con estas magnitudes significativas se acredita su peso económico, incluso cuando la propia medición señala la complejidad y fragilidad que atraviesan a varias de sus actividades centrales.
Un crecimiento real de 1.2%, en sintonía con el comportamiento general de la economía, podría interpretarse como estabilidad. Sin embargo, al examinar la composición interna del sector, aparecen tendencias distintas que requieren atención. La cultura mexicana se apoya en ámbitos especialmente expuestos a transformaciones veloces o a condiciones de mercado variables –como las artesanías y los contenidos digitales–, lo que añade desafíos a su desarrollo.
El caso de las artesanías es ilustrativo. Representan el 18.4% del PIB cultural; el 30.2% del empleo del sector, y constituyen un sustento fundamental para miles de comunidades. A pesar de ello, en 2024 registraron una caída del 3.8%. La cifra evidencia la paradoja de una actividad de enorme relevancia territorial y simbólica que, lejos de fortalecerse, retrocede. La Cuenta Satélite permite dimensionar su aporte económico, pero comprender su declive exige atender factores que van más allá de los números, entre ellos la informalidad, la intermediación inequitativa y los modelos de comercialización que condicionan su desarrollo.
En sentido contrario, los contenidos digitales e internet –que aportan el 18.1% del PIB cultural– mantienen un crecimiento sostenido, impulsado por plataformas y servicios de telecomunicaciones. Esta evolución muestra la adaptación del sector a nuevos hábitos culturales, aunque también abre preguntas sobre la distribución del valor generado y la capacidad del país para regularlo y aprovecharlo en beneficio propio. La Cuenta Satélite registra la producción, pero por la naturaleza global de estos flujos es necesario que se complemente el análisis desde un enfoque de autonomía y regulación digital.
Por su parte, los medios audiovisuales –17.2% del PIB cultural– tuvieron una contracción del 3.6%. Esta caída parece vinculada a la reconfiguración de los modelos de negocio, al predominio de las plataformas digitales y a la inestabilidad del mercado publicitario. La tendencia subraya la urgencia de que la industria audiovisual encuentre mecanismos de adaptación y fortalezca sus capacidades en un entorno altamente competitivo.
En contraste, los segmentos de música y conciertos (14.9%), diseño y servicios creativos (7.7%) y artes visuales y plásticas (5.3%) muestran un desempeño favorable. Su crecimiento evidencia la vitalidad de actividades que han logrado integrarse a mercados urbanos con mayor dinamismo y capacidad de consumo. Este panorama confirma que la cultura mexicana es un ecosistema diverso, cuyo avance depende de condiciones específicas de inversión, infraestructura y articulación de mercado.
La distribución territorial refuerza esta diversidad. Nueve entidades –Ciudad de México, Guerrero, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Tlaxcala y Yucatán– superan la media nacional de contribución al PIB cultural. La combinación de grandes centros urbanos con estados cuya fuerza cultural se vincula al patrimonio, al turismo o a la producción artesanal revela que no existe una economía cultural única, sino múltiples, cada una con sus particularidades y retos.
En el ámbito laboral, el sector representa el 3.5% del empleo nacional, una aportación indiscutible. Sin embargo, la estructura del trabajo cultural –marcada por la informalidad, los proyectos temporales y la falta de protección social– plantea un problema que la cifra agregada no consigue mostrar por completo. La Cuenta Satélite, al reconocer el peso de los hogares como unidades productivas, abre la puerta para comprender mejor las condiciones bajo las que opera buena parte del sector.
Es justamente en esta capacidad de hacer visible lo que antes era difícil de cuantificar donde reside el valor político de la Cuenta Satélite. Se consolida como una herramienta indispensable para convertir percepciones en evidencia, pues permite saber cuánto produce la cultura, cuántas personas emplea, qué sectores crecen y cuáles se debilitan. Su continuidad es esencial para diseñar políticas informadas, sustentar decisiones presupuestales y entender la evolución del sector frente a cambios tecnológicos, territoriales y laborales.
En este marco, el presupuesto público para cultura adquiere una importancia estratégica. Aunque su aportación directa al PIB cultural sea relativamente pequeña, cumple una función determinante, sostiene museos, patrimonio, bibliotecas, educación artística y actividades que el mercado no garantiza. Cuando los recursos son insuficientes, las brechas territoriales se amplían, la precariedad laboral se profundiza y el derecho a la cultura se vuelve más desigual. Contar con una medición sólida como la Cuenta Satélite permite justificar con evidencia la necesidad de fortalecer la inversión pública y posicionar al sector cultural dentro de la agenda económica nacional.
A partir de estos hallazgos, la política cultural requiere una mirada que integre plenamente la dimensión económica del sector junto a su valor social. También necesita reconocer la diversidad de sus actividades –desde los oficios tradicionales hasta las industrias digitales– y construir instrumentos diferenciados para atenderlas. La inversión pública debe funcionar como un motor de desarrollo equilibrado y como un soporte para aquello que, sin estar orientado al mercado, resulta fundamental para la cohesión social.
La Cuenta Satélite de la Cultura de México 2024 ofrece un retrato claro de un sector dinámico, diverso y con una contribución económica bien documentada. Un sector que avanza, pero que enfrenta desafíos estructurales que requieren políticas más sólidas y sensibles al territorio. Su lectura invita a un diálogo constante entre la medición rigurosa, la comprensión de sus complejidades y el diseño de políticas públicas capaces de aprovechar su enorme potencial para el país.
*El GRECU agradece a Fundar y al medio nativo digital Animal Político, la autorización para reproducir este análisis publicado el 4 de diciembre, con el propósito de enriquecer la edición en Paso libre del paquete de 25 gráficas y tablas proporcionadas por el Inegi en el marco de la Sexta Jornada Nacional de la Cuenta Satélite de la Cultura, en su actualización al año 2024.

