¿Qué representó Raúl Padilla en el campo cultural en los últimos treinta años? ¿Cómo medir su impacto y qué hay que concluir de su trabajo en la cultura? ¿Qué camino nos muestra para los siguientes años?
La compleja personalidad de Raúl Padilla hace muy difícil las evaluaciones de su trayectoria en el campo de la política y la cultura. Lo que ya sabía sobre sus contradicciones antes de conocerle personalmente hace veinte años, lo he confirmado en los numerosos artículos publicados estos días, y ello me obliga a evitar juicios rápidos a su favor o en contra.
Pero hay mucho qué decir sobre su impacto en la cultura, en la manera en que el Estado se relaciona con este campo y en el papel de los individuos para orientar el desarrollo cultural.
Hace unos treinta años o más escuché un comentario de Carlos Fuentes sobre la ausencia de una política cultural en México o sobre sus deficiencias. Disculpen que refiera el comentario de memoria, pero viene al caso de Raúl Padilla. Fuentes, al cerrar su reflexión, señalaba que hacían falta intelectuales como Vasconcelos para orientar la política en matera de cultura.
En aquella ocasión disentí completamente de Fuentes. Vasconcelos había tenido un papel relevante en la política cultural posrevolucionaria, había creado importantes instituciones y también se esforzó por construir un discurso de qué hacer en la cultura a partir de su concepción sobre la fusión de lo español y lo indígena y de la necesidad de superar la barbarie que el país había vivido en los años violentos de la revolución.
Se trató sin duda de un gran proyecto cultural que también tuvo varias deficiencias: su verticalismo, una concepción sesgada de lo universal a lo que sin duda Vasconcelos estuvo abierto siempre y cuando no se tratara de lo anglosajón o lo protestante, la idea negativa de lo contemporáneo indígena, para él una etapa ya degenerada de las sociedades que poblaron en la antigüedad el territorio mexicano.
Pero sin duda lo más negativo fue su personalismo estilo a lo que sujetó prácticamente toda la acción cultural que como gran mecenas con dinero público promovió en su tiempo.
Fue un gran caudillo cultural al que siguieron algunos otros menos apasionados, aunque también muy impactantes en su accionar político como Jaime Torres Bodet, poeta y promotor cultural, un caudillo cultural tal vez a pesar de sus deseos.
Cuando alrededor de 1990 Fuentes se lamentaba de la falta de un Vasconcelos yo pensaba que afortunadamente el tiempo de los caudillos culturales había quedado atrás y que se abría el periodo de la democracia participativa, la acción cultural desde abajo o, como expresó Guillermo Bonfil, el periodo del control cultural por parte de los grupos y las comunidades indígenas y populares en el país. Y tal parecería que iba a suceder así con la transición hacia la democracia.
La figura de Raúl Padilla parece contradecir el anhelo que yo mantenía en esa época. Con el Festival Internacional de Cine de Guadalajara de 1986, la Feria Internacional del Libro, fundada en 1987 y su rectorado a partir de 1989, Padilla se hizo de una importante plataforma de acción cultural que tuvo la habilidad de fortalecer a partir de un uso discrecional de recursos muy sabiamente trabajados.
No puedo negar las luces y las sombras de Raúl Padilla, pero tampoco el que su caudillismo cultural fue notable, eficiente, extraordinario. A diferencia del de Vasconcelos estaba mejor inserto en el mundo, más abierto a las tendencias contemporáneas del arte y de la política pese al rancio compromiso de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) con Cuba y su estado autoritario.
También se diferenciaba, cosa posiblemente de la época, del papel del estado en la cultura pues Padilla se abrió a la sociedad civil, a la iniciativa privada, al emprendimiento cultural, a las industrias de la cultura en todas sus manifestaciones, especialmente del libro y el cine.
Negando a Vasconcelos y afirmando a Octavio Paz, Padilla se ubicó rápidamente lejos de cualquier dirigismo cultural sabiendo que el papel del Estado era el de crear condiciones de desarrollo y no el de imponer tendencias o formas culturales. Supo ubicarse en el terreno de la transición democrática del país y permitió que sus proyectos culturales, especialmente la FIL empujaran la transformación de México.
Pienso que los reconocimientos internacionales a su persona y a la Feria Internacional del Libro son parte de una forma de actuación caudillista en un país necesitado de personalidades que encarnen anhelos y proyectos, lo que las vuelve indispensable en el país ante un estado anclado en una política tradicionalista que brinda un papel central al patrimonio y es poco sensible a otras áreas de la cultura.
No aspiro a que se desarrollen otros caudillismos culturales, pero si esto ocurre deseo que sean discretos y astutos y favorezcan la democracia, la igualdad y el respeto a toda forma de diversidad.
Eduardo Nivón Bolán
Eduardo Nivón Bolán es doctor en antropología. Coordina la Especialización y Diplomado en Políticas Culturales y Gestión Cultural desde el inicio del programa virtual en la UAM Iztapalapa (2004), donde también es coordinador del cuerpo académico de Cultura Urbana. Consultor de la UNESCO para distintos proyectos, entre los que destacan la revisión del programa nacional de cultura de Ecuador (2007). Preside C2 Cultura y Ciudadanía, plataforma de diseño e investigación de políticas culturales A.C. que, entre otros trabajos, fue uno de los colaboradores del Libro Verde para la Institucionalización del Sistema de Fomento y Desarrollo Cultural de la Ciudad de México (2012). Entre sus obras destacan La política cultural: temas, Problemas y Oportunidades (Conaculta) y Gestión cultural y teoría de la cultura (UAM-Gedisa).