Mercedes Barcha y Gabriel García Márquez formaron una impecable alianza. Ella era juiciosa, dirían los colombianos; su confidente, su secretaria, su cómplice, su moderadora y en épocas, su proveedora. Eran un bloque fraguado por el amor eterno, las carencias materiales primero y del triunfo después.
He aquí, a flashazos anárquicos, una estampida de encuentros con ambos.
1 Los dolores de la burocracia mexicana.
A pesar de los muchos amigos que los gabos sembraron y cosecharon en México, al toparse con la legendaria burocracia mexicana, pidieron auxilio a un viejo amigo común: Javier Wimer, quien, como servidores públicos que éramos, me pidió atender las cuitas del juglar.
El tema, no lo recuerdo con precisión, era el pasaporte o visa de su hijo Rodrigo. A petición de Wimer me entrevisté en San Ángel con el literato. Se gestó ahí una amistad intermitente, que duraría hasta su muerte.
2 Gabo Premio Nobel de Literatura 1982.
Años después del encuentro para afrontar los afanes migratorios de su hijo, nos vimos en su casa para que verificara algunos fragmentos de su discurso de recepción del Nobel, muy especialmente en las cifras de violaciones a los Derechos Humanos en América Latina, y de manera puntual, la vergüenza nacional de los desparecidos. En esos días me desarrollaba como Comisionado Nacional de Refugiados (la Comar).
3 Volver, volver.
Los gabos frecuentaron nuestra casa del Desierto de los Leones. Recuerdo su compañía en reuniones dedicadas al cineasta chicano Luis Valdez, al pintor –gran hermano- José Luis Cuevas, con ex combatientes argentinos de la guerra de las Malvinas y con el entrañable amigo, el poeta zapoteco Andrés Henestrosa.
En otra ocasión que nos visitó el matrimonio García-Barcha, de plano la sentenció. Resulta que para llegar a la puerta principal había que bajar 20 escalones. “Protesto -dijo a Mercedes-, no volveré más hasta que Luis y Guadalupe ¡instalen un elevador!”. Y claro que regresó cuando agasajamos al compositor y guitarrista Alfredo Zitarrosa, exiliado del Uruguay.
4 Allá en su terruño.
La suerte y mis andanzas en el Servicio Exterior, como miembro de lo que llamo trabajadores de la ausencia, hizo que en el 2001 fuera designado por el presidente Vicente Fox como embajador de México en Colombia, cuando aún me desepeñaba como cónsul general en Dallas. Las instrucciones expresas del presidente y del canciller Jorge G. Castañeda no eran precisamente festivas: llegué a apoyar en la zona desmilitarizada asiento de la guerrilla de las FARC, las negociaciones de paz de este grupo con el Estado colombiano, así como mediador en el rescate de un compatriota secuestrado.
Pero lo que más me fascinó fue que ese país mágico, verde y culto era la patria y la musa del gran Gabo.
Después del nombramiento y aprobación como Embajador por el severo Senado de la República, en la comida de despedida que nos ofreció Javier y Angelina Wimer, estuvieron Mercedes y Gabo, Carmen y Álvaro Mutis, y el embajador Andrés Rozental, entre otros.
5 Parentela en pleno.
Uno de los objetivos que me fijé en Colombia, fue sostener contacto con los García Márquez. Lo mantenía a través de su hermano Jaime, radicado en Cartagena de Indias. Para verlos, la ocasión llegó en el 2003, con la celebración en esa ciudad marítima del Festival Internacional de Cine. La Embajada contaba con un recién nombrado Cónsul Honorario en el puerto, el Almirante retirado, Roberto Serrano, quien facilitó su histórica casa en Bocagrande, para ofrecer la recepción a los invitados al festival. En esa cita coincidieron personajes como el cineasta mexicano Carlos Carrera, que entonces promovía El crimen del Padre Amaro, y la actriz Geraldine Chaplin.
Cuál sería mi sorpresa cuando hicieron acto de presencia ¡16 garcías márquez! Encabezados por Jaime, a los familiares los vi todos idénticos, formados al molde: bigote, pelo chino y todo su carácter vital, caribeño, como nuestros talentosos jarochos, que los hizo el centro de la recepción. Literalmente fue la toma de los mil gabos en la inexpugnable y amurallada Cartagena de Indias.
A pesar de su bellísmima casa en ese histórico punto de Colombia, diseñada por el gran arquitecto Rogelio Salmona, la base de sus operaciones y su lecho de muerte de ambos, fue su casa en San Ángel en la surrealista Ciudad de México.
6 Y que se enoja.
También hay lugar para un fugaz desencuentro con Gabo. Resulta que regresando de un viaje académico por Shanghái, se organizó un encuentro en casa del ya citado amigo Javier Wimer. Entonces le llevé a Gabo una edición de Cien años de soledad en chino. Reaccionó como resorte. Las ediciones piratas son el principal enemigo del autor. Quise atemperar su legítima muina y le argumenté que tal vez así desaparecerían las erratas de alguna de las cien ediciones previas…
Años más tarde, ya en el Cáucaso, encontré una edición de Cien años de soledad en lengua georgiana. Adquirí dos ejemplares, uno para mi amigo Aleksi Asatashvili y otra para él. Demasiado tarde, ya no pude entregársela, pues ya se habían cumplido más de sus 100 años de soledad, ya será para su segunda oportunidad sobre la tierra.
7 Mano al editor.
Como sabemos, Carmen Balcells fue la editora, apoderada y consejera de Gabriel García Márquez, y es sabida su leyenda como una mujer estricta, con particular celo de la figura del cataqueño. Para 1989, cuando con el editor peronista Juan Manuel Abal Medina publicábamos la revista Hora Cero, requerimos un ilustrador, que fue José Luis Cuevas y el empleo de unas citas de la obra de Gabo.
Naturalmente se requería contar con la autorización de la recia matrona de Barcelona. Entonces llamé a Mercedes y le pedí su consejo. No solo me dio las coordenadas de Carmen, sino que le llamó con anticipación para recomendarme. Así, una vez más se cruzaron en mis fortunas las figuras tutelares de Mercedes y Gabo, siempre viendo cómo apoyar a sus amigos en sus dolencias.
Estos flashazos, con mi pulso de maraquero de vallenato, pretenden resaltar la fuerza sinérgica de una pareja singular. A unos días de que Mercedes emprendiera el viaje de reencuentro con su pareja de vida, allá en el Olimpo muy exclusivo de los premios Nobel y el muy inclusivo de su Macondo, esperando siempre la segunda oportunidad sobre la tierra.
Pero todavía no acabo con este anárquico recuento.
Por alguna mágica razón, siempre he tenido la suerte con s mayúscula ,una extraña querencia con ciertos premios Nobel. Desde luego Gabo fue el primero.
Seis Nobel más en mi vida
1 Inicio estas remembranzas con la entrañable indígena mayense y Premio Nobel de la Paz en 1992, Rigoberta Menchú Tum, a quien conocí en mis itinerancias por los campamentos de los miles de refugiados guatemaltecos, indígenas mayas también, que se encontraban a mi custodia en 62 asentamientos distribuidos en los estados de Chiapas, Quintana Roo y Campeche.
Hace apenas un año, la visité en su casa de la ciudad de Guatemala con mi hijo Juan Pablo para incluirla en un proyecto educativo vivencial. Es una amistad vigente y honrosa.
2 Nacido en el istmo mágico de Centroamérica, continuación geológica y cultural de nuestro sur-sureste, mi viejo amigo costarricense Óscar Arias, recibió la noticia de su galardón como Premio Nobel de la Paz en 1987 cuando lo visitaba en su oficina en San José, Costa Rica. De hecho, me concedió una entrevista para la publicación Hora Cero, que codirigía con el citado Abal Medina. El título de este diálogo “Demósle a la paz un chancecito”, pagó derechos a la revista, siendo la única vez que un texto mío recibió merecidamente una remuneración.
3 Viene a mi memoria el entrañable Dalái Lama, Premio Nobel de la Paz en1989, cuyo pasaporte me tocó revisar con el nombre secular de Jetsun Ngawang, con quien me encontré en 1988 cuando como director general de los Derechos Humanos en la Secretaría de Gobernación, se me permitió apoyar su viaje a México. Años después lo visité en su casa de exilio en Dharamsala, en el Himalaya hindú, frontera con China y no lejos de su ancestral Tíbet.
4 Ahora llego al emotivo recuerdo del gran escritor caribeño Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura en 1992, quien se dolía de que bretaña colonialista, que también había sido colonia de los romanos. Convivimos en diversos momentos marcados por su amor al terruño. Un día me encontraba en la oficina del provost (rector) de la Universidad de las Indias Occidentales en Jamaica, cuando Walcott le habló para darle la primicia. Eran tiempos como Embajador en la isla, concurrente con Trinidad y Tobago, Guayana, San Vicente y las Granadinas, las Bahamas (antigua Bajamar) y Santa Lucía, de donde era originario este anglo caribeño genial Walcott, profesor de literatura de el campus Mona en Kingston, en estas islas que jugaron papel de morralla de intercambio entre potencias coloniales y pasaron de uno a otro bando hasta que la hegemonía británica se quedó con casi todas.
5 Como embajador en la fabulosa y valiente Persia (Irán), traté con la Premio Nobel de la Paz en 2003, Shirin Ebadi, primera iraní y primera mujer musulmana en recibir el reconocimiento mundial, crítica como pocas de algunos ribetes de los ayatolas. Con mi esposa Guadalupe la recibimos, sin rubor, en la Embajada de México en Teherán, ante la mirada severa del régimen que la consideraba en los limites de la legalidad. El principio que me regía era claro, México asilaba a los perseguidos y no juzgaba a los regímenes.
Como servidor público dedicado muchos años al asilo, el refugio, y a los derechos humanos, no era extraño recibir en la casa de México a quien si no perseguida, sí era minimizada por el régimen, al que yo mismo respetaba como a todos gobiernos que me encomendaron representar.
6 Colega de nuestro del Servicio Exterior Mexicano, ex embajador en la India y literato global, Premio Nobel de Literatura en 1990, me encontré con Octavio Paz en Miami, donde me despeñaba como Cónsul General en los finales del milenio.
Quedamos de vernos en el restaurante Versailles, en el corazón del exilio cubano en la florida. Ahí, entre la voz alzada de los cubanos, muchos de ellos amigos míos, tuve un entrañable diálogo que culminó con el obsequio de su libro In/mediaciones, por él dedicado y que conservo con devoción en mi relicario.
Por último y para completar esta relación con siete premios Nobel, refiero la experiencia con una institución benemérita, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la Acnur, que dos veces ha recibido el Premio Nobel de la Paz, en 1954 y 1981. Mi relación se inició desde los tiempos del Alto Comisionado Poul Hartling (1978-1985), cuando me tocó impulsar el convenio de sede entre el organismo benemérito y el Estado mexicano, ahí por los ochentas. Aún mantengo relación con su representación en México, ahora en manos del canadiense Mark Manly.
Al final, me queda clara la sapiencia del Gabo cuando afirma que la vida es la continuada sucesión de oportunidades para sobrevivir.
Ciudad de Tlaxcala, cuna de la mexicanidad, a 25 de agosto del 2020.
*Mercedes Barcha Pardo a los 87 años de edad, de Carlos Generoso Martínez, óleo sobre tela (21.5×28), fue elaborado en agosto pasado a partir de la fotografía de la agencia billieparkernoticias.com, publicada por centrogabo.org