ENSENADA. ¿Cómo entender el intenso intercambio de opiniones que se dio hace poco entre AMLO y algunos intelectuales que opinaron, a favor y en contra del Presidente, luego de que éste habló sobre el manejo faccioso de que ha sido objeto la UNAM los años recientes? ¿Por qué se hizo de esas declaraciones objeto para atacar el punto de vista de alguien que sólo expresó una opinión personal, pero no realizó -en su carácter de jefe de gobierno- ninguna acción de ataque o desprestigio en contra de esa casa de estudios? ¿Manifiesto ello, sólo, del poder que esas instituciones creen, hoy, tener? ¿Es real o ficticio ese poder factual?
Lo interesante de lo anterior fue la inmediatez con que esa discusión se convirtió, casi de inmediato, en una cuestión política y escaló con rapidez el universo de interesados, a favor y en contra, de ella, sin tomar en cuenta, la gran parte de esas opiniones, el origen del actual estado en que se encuentran las universidades (autónomas se denominan la gran mayoría) del país, las que, desde fines de los sesentas, registraron en su seno intensas batallas por definir su status político (incluyéndose allí la UNAM desde luego) no sólo buscando que en el gobierno de esas instituciones participasen más equitativamente los alumnos, sino porque ellas se volcaran más hacia el apoyo de las mayorías del país, que sufrían un estado de indefensión absurdo y aberrante. Junto a la UNAM, las luchas que se dieron en Puebla, Guadalajara, Monterrey y Sinaloa, entre otras, fueron ejemplares.
Pero vinieron los ochenta y esas luchas se olvidaron y todas las universidades del país se alinearon a los mandamientos del neoliberalismo en boga, que impuso la política credencialista a troche y moche (los tortibonos si querías ascender académicamente) y hundió a la educación pública del país en un abismo de mediocridad y espasmo (bache que aún no se supera) y que, ahora, requiere una revisión a fondo que ubique a esa educación (a toda ella, desde preescolar hasta superior, posgrado e investigación) en el terreno de los cambios sociales -leves, paulatinos- que actualmente estamos viviendo. Pocas palabras, muy pocas para describir el porqué de la dureza de los juicios en contra de esas instituciones a las que el liberalismo impuso regímenes autoritarios de gobierno (las juntas de gobierno las llaman) que preservan los privilegios mal habidos a través de una burocracia facciosa y servil (como la de la Universidad de Guadalajara), que blinda así los privilegios mal habidos de la gran mayoría de instituciones de educación superior del país (incluyendo allí a las escuelas normales). Es decir, o se recuperan y reforman esas instituciones o la educación pública del país se seguirá hundiendo más allá de donde hoy se encuentra.
Es por eso, pues, que fue precisamente en esas instituciones de educación superior en donde encontró cobijo la intelectualidad que hoy rige en el país, pues esa intelectualidad es, académicamente, hija del credencialismo y ajena en su totalidad a la formación de los intelectuales de que habla Revueltas con su ejemplo y que son los que hoy, de manera precisa, entre otras cosas están impulsando la reforma a fondo de la educación en su conjunto y en particular de las instituciones facciosas que hoy son las universidades (autónomas o no) del país.
No es poco, pues, el debate en torno a la intelectualidad y sus instituciones… Es mucho y urge aclararlo.
*Sólo estructurador de historias cotidianas
Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx