
Los reuno ya que ilustran el retraso que vivimos en el sector cultural. Ejemplifican lo lejos que estamos de comprender los costos que se han pagado por décadas debido a la negligencia de los poderes de la nación ante su existencia y necesidades. De los poderes ordinarios y de los fácticos, en la conveniencia de cada uno de ellos. Por antigüedad les corresponde a los artesanos y sus productos ser los que acumulan los mayores agravios, aunque gobiernos de todos los colores se las ingenien para alardear que los evitan, al fin clientelas para sus banderas ideológicas.
Es mérito de la empresa alemana Adidas y del diseñador estadunidense Willy Chavarría, que algo lleva de mexicano en las venas, el haberse ingeniado una nueva línea de calzado. Sin embargo, se les culpó de lanzarla apropiándose del diseño de huaraches oaxaqueños elaborados en Villa Hidalgo Yalálag. Si la creación como la marca hubieran estado registradas no habría escándalo, como tampoco una disputa con sus pares de Sahuayo. Sin entrometerse Adidas, ni quien peleara por la propiedad intelectual del ancestral calzado.
El problema de raíz sigue sin resolverse. Sucesivos gobiernos, incluyendo el actual que refritea la hazaña de los cánones justicieros, se han negado a destinar el montón de dinero que demanda evitar los agandalles de las creaciones de las comunidades artesanales. De las grandes firmas y de los mismos mercaderes nacionales y centro y sudamericanos, de los cuales no se habla. Tal intervención implica que los artesanos hagan un deslinde de sus productos de cara al mercado en el que tienen voz mandante, según la Cuenta Satélite de la Cultura del INEGI. No toda la artesanía es buena, plagiable y susceptible de industrialización.
Me refiero a documentar, sistematizar y registrar los bienes factibles de comercialización industrial. No todo lo artesanal es objeto de la voracidad capitalista transnacional y mexicana. Tal inventario implica reafirmar que lo artesanal de calidad es de edición limitada. No se produce para inundar las tiendas. La manufactura impone su condición de escacés. Aunque parezca un despropósito decirlo, el modelo que puede sacar de la incertidumbre a los productores artesanales es el que viene de la franquicia. Optar por vender derechos controlados de reproducción de sus creaciones.

Salvo los casos de fama, la población dedicada a las artesanías es pobre en un alto porcentaje. No pocas veces hacen su labor en condiciones miserables y con altas tasas de informalidad. Son víctimas de intermediarios, de competencia desleal, de depredación de la oferta, de falta de insumos, de contrabando de piezas similares que se introducen por Chiapas. Así como jamás las autoridades hacendarias se han dignado a generar una política fiscal integral ajustada a su papel en la economía.
Ello les emparenta con los creadores escénicos que apuestan a Efiartes. Un mecanismo compensatorio ideado por los avaros neoliberales y que la cuarta transformación está decidida a sepultar. En lugar de acortar la ruta del acceso al beneficio fiscal tanto al que lo requiere como a la empresa que se interesa, la alargan, ya que ponen por delante cazar el posible efecto corruptor del instrumento. Con las reglas de operación buscan minimizar las transas, no elevar las opciones benéficas del subsidio cruzado. Beneficio a la creatividad, la creación de oferta, de mercado, de empleos y de recaudación de impuestos.
La solución es simple, pero imposible para un gobierno que pregona de dientes para afuera la confianza en el pueblo. Una política fiscal adecuada al sector cultural fijaría un catálogo de estímulos dejando que los pares se entiendan. Cada uno reportaría lo que le corresponde. No hay escapatoria al SAT si las reglas de deducibilidad son claras y las formas de control, eficaces. Pero prefieren el laberinto burocrático, la comisionitis, los filtros de lealtad cuatrotera, etc.
Engarzados en la inequidad fiscal, en lo que es la aplicación selectiva de los derechos culturales, los artistas y profesionales que no son plásticos (y sus variantes) ven el Programa de Pago en Especie un privilegio que debe cancelarse o que se aplique la sentencia de que o todos coludos o todos rabones. Las autoridades hacendarias de la cuatroté han dejado correr un beneficio por ignorancia de las dinámicas del sector cultural, aunque digan que la herencia priista ha servido para enriquecer el coleccionismo de Estado. Que hagan las cuentas, por favor, a ver si es para tanto.

Eduardo Cruz Vázquez
Eduardo Cruz Vázquez periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural. Estudió Comunicación en la UAM Xochimilco, cuenta con una diversidad de obras publicadas entre las que destacan, bajo su coordinación, Diplomacia y cooperación cultural de México. Una aproximación (UANL/Unicach, 2007), Los silencios de la democracia (Planeta, 2008), Sector cultural. Claves de acceso (Editarte/UANL, 2016), ¡Es la reforma cultural, Presidente! Propuestas para el sexenio 2018-2024 (Editarte, 2017), Antología de la gestión cultural. Episodios de vida (UANL, 2019) y Diplomacia cultural, la vida (UANL, 2020). En 2017 elaboró el estudio Retablo de empresas culturales. Un acercamiento a la realidad empresarial del sector cultural de México.