El futuro nos alcanzó y sólo pudimos ver la acción de la entropía sobre los planes que formulamos en nuestras cabezas. Se mantiene un panorama de incertidumbre en los sectores culturales a nivel mundial, encrudecido por una emergencia sanitaria que golpeó desde la forma de concebir los servicios culturales hasta los presupuestos asignados.
En el caso mexicano tenemos un camino lleno de baches que no se han podido enmendar. En enero planteamos una Arqueología del Futuro infiriendo algunos panoramas para el 2020 siguiendo las dinámicas institucionales y discursivas, se vislumbraban prioridades ejecutivas y agendas sociales.
Hagamos memoria…
El Poder de la Cultura sigue siendo una maquinaria que no refina sus funciones, desde el inicio de la gestión se ha visto criticada por la poca planificación. Fuera de un manifiesto y unos cuantos apartados en el Plan Nacional de Desarrollo, no se ha concretado un Programa Sectorial de Cultura que guíe de manera unificada una política pública que verdaderamente construya un proceso de cambio en el sistema cultural.
El cambio de la cultura del poder al poder de la cultura provendría de un proyecto conjunto derivado de diagnósticos realizados con la comunidad cultural y artística en diversos foros y reuniones. No se quita el mérito de la organización de las Mesas de Transición como un foro inédito para mandar propuestas de trabajo, pero resulta inaudito no aprovechar esa información ¿dónde quedó la sistematización y encuentro de múltiples coincidencias después de dos años?
Curiosamente, no es la única vez que la base de la comunidad cultural se ha visto relegada. Justamente los trabajadores del sector cultura han vivido en una profunda crisis laboral, situación para nada inédita, pues con diversidad de expresiones, forma parte de la realidad desde hace décadas, puntualmente testificada desde diversas agrupaciones el INBAL, el INAH y la comunidad cultural.
En estas horas la lucha laboral ha tenido pocos resultados, reuniones se han llevado a cabo visualizando las complicadas articulaciones entre la Secretaría de Cultura, los órganos desconcentrados, la Secretaría del Trabajo y de Hacienda. Resulta sintomático que el estira y afloja entre funcionarios y activistas contradiga los dichos de los sueños comunes enunciados al inicio de la gestión, por ello cabe aquí preguntarse ¿dónde están esos diversos diagnósticos?
Baches en el camino
Los primeros meses de 2020 planteaban un panorama de trabajo complejo. Por un lado, con una negativa a realizar recontrataciones de acuerdo a las necesidades, por no contar con suficiente presupuesto. Y por otro, disminuyendo los periodos de trabajo para quienes sí lograban acomodarse a las condiciones contractuales –lo que genera toda una diversidad de problemas que sobrepasan este espacio–. Aun así las instituciones no podían parar, por lo que se terminó generando una deuda con aquellos que ofrecieron su trabajo por adelantado.
Aunado a las turbulencias del manejo de la nave cayó otra tormenta que apresuró algunos procesos y evidenció otros. La pandemia Covi-19 replanteó las acciones de la Secretaría de Cultura e incluso generó recortes de operación extraordinarios, siendo el del INAH el más sonado.
El panorama de recintos cerrados y actividades canceladas conllevó una pérdida económica fuerte que no se ha medido hasta ahora. La inercia que tenían las instituciones pareciera haberse congelado ante la crisis de salud y no se vislumbra un plan de rescate económico que subsane la economía cultural del país.
No se pueden sustituir las actividades canceladas o el tiempo perdido por los recintos cerrados, pero quizá pudo ser momento de ejercicio reflexivo sobre las industrias culturales y creativas en México, generando una estrategia más acorde para fortalecer esa herramienta de transformación social que tanto se usa como estandarte.
Si bien la conversión a plataformas digitales pudo ser exitosa, generó controversia al abrir una convocatoria de estímulos para creadores para la iniciativa Contigo en la Distancia. Sin embargo, aquella convocatoria no sustituye las pérdidas de toda la oferta cultural que no se pudo ejercer y mucho menos los adeudos que ya estaban en el registro. A pesar de que se han ofrecido paquetes de apoyo para los estados, queda en duda el ejercicio que se ha realizado durante estos meses de mundos virtuales.
Bucles de tiempo… y discursivos
Los paralelismos temporales son evidentes en el comunicado La Cultura es el Centro de la Transformación Social. Se menciona que se “ha decidido conocer a profundidad los pilares que sostienen a instituciones como el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el de Bellas Artes y Literatura o el Mexicano de Cinematografía para corregir aquello que las hace vulnerables o que no les permite un desarrollo más eficiente”, pero no queda nada claro cómo se realizaron, dónde está esa información y cómo se planea ejecutar.
Otra perspectiva nos vendría en mente si ese conocimiento con dictámenes realizados, metodologías aplicadas y soluciones generadas se hubieran discutido en un ejercicio de transparencia sin precedentes –que dicho sea de paso es otro de los estandartes gubernamentales de esta gestión–. Quizá con ese mismo ejercicio se podrían entender el por qué y cómo están direccionados los recortes presupuestales o por qué se prioriza el proyecto del Bosque de Chapultepec o incluso procurar mejores elecciones subsanando aquellos baches en el camino.
Las políticas culturales y económicas tendrían que estar basadas en una estrategia tangible, fiable y factible, basadas en un trabajo conjunto. Seguiremos pendientes si esas políticas del Poder de la Cultura tienen algún efecto a futuro, lamentablemente y a pesar de muchos el sector cultural en el que juntos haríamos historia queda como una crónica de una crisis anunciada y eso es una gran llamada de atención para todos.
Omar Espinosa Severino
Arquéologo de profesión, docente de vocación y geek por convicción.