Parece que la concordia no se lleva bien con el régimen de López Obrador. En diez meses de gobierno, por su voz y por la de numerosos de sus correligionarios, en su afán de construir la historia a su manera, se provocan enfrentamientos que se estiman fuera del código del buen gobernante o, al menos por ahora, innecesarios para la salud pública. Con meridiana sensatez, nadie puede estar de acuerdo en que desde posiciones de poder se delibere sobre asuntos de profundo significado social y que por ello requieren de foros distintos a la naturaleza del servicio público. No es motivo de celebración que el historiador Pedro Salmerón deje su puesto como director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), en medio del escándalo por hacer del cargo una tribuna de interpretaciones históricas y no de energía para los desafíos comunes.
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