Derechos culturales vs. consumo cultural: el caso de las obras de arte (I)

El disfrute de la cultura pudiera parecer un lujo pero es un derecho para todos. Aquí, un detalle de las actividades realizadas en Museo Jumex en el marco de la exposición Andy Warhol, Estrella oscura, entre junio y septiembre de 2017. (Foto: Instagram de museojumex).

Derechos culturales vs. consumo cultural:
el caso de las obras de arte (I)

El disfrute de la cultura pudiera parecer un lujo para algunos. Pero no, es un derecho y es para todos. A pesar de ello no siempre nos percatamos que este nos rodea y que lo consumimos de muchas maneras: la música que escuchamos en la radio, la película que vemos en los cines comerciales, el concierto al que asistimos en los centros culturales y plazas públicas, la presentación de un libro, curiosear en una librería, los museos que visitamos o la exposición a la que vamos porque nos gusta o nos interesa ver las obras de tal o cual artista. El arte y sus expresiones forman parte de nuestra cotidianidad desde nuestra casa hasta nuestros ámbitos sociales y profesionales.

Sin embargo, es preciso diferenciar que no todos tienen las mismas posibilidades de acceder al amplio escenario de la oferta cultural. Pongamos algunos ejemplos: no es lo mismo asistir a un estreno del musical El Rey León en el Teatro Lyceum de Londres incluyendo avión, hospedaje y boleto en primera fila por 30,000 pesos; disfrutar de la ópera Macbeth en el Metropolitan Opera de Nueva York por 25,000 pesos con los mismos servicios, por persona, que presenciar el Cirque Du Soleil Crystal en el Palacio de los Deportes por 6,000 pesos, al Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández en el Palacio de Bellas Artes por 2,600 pesos o ver el Guasón en Cinépolis con palomitas y refresco por 700 pesos. Otras opciones: asistir al concierto de The Cure en el Foro Sol por 3,300 pesos, todos ellos con precios para dos personas. Para ingresar a los museos hay oferta para todo tipo de bolsillos, aunque no para todo tipo de intereses: el Museo Nacional de Antropología te cobra 75 pesos por persona, el Museo del Niño, 200; el Museo Frida Kahlo 120 pesos por cada adulto, y 250 si eres extranjero. En general, el promedio de costo del boleto de entrada a los museos del Gobierno Federal en la Ciudad de México es de 50 pesos.

Como es evidente, el acceso al mundo de la cultura tiene un costo y eso no está mal puesto que la gratuidad no solventa la necesidad de acceso a los acontecimientos culturales.  Muy por el contrario, está comprobado que muchas veces lo que se recibe de manera gratuita no se valora, y que todo evento artístico conlleva un gasto. Así, debemos consensuar en que los productos culturales forman parte de un mercado y que son elementos que integran el circuito micro y macroeconómico de una región, un estado o un país, ya sean iniciativas de la sociedad civil, del sector privado o aquellas generadas por la administración pública. Es la economía cultural.

Ahora bien, existen diversas maneras en los cómo se ejerce el consumo cultural. Hay productos intangibles en tanto que su disfrute se lleva a cabo a través de un acto pasivo de escucha y de disfrute como en un concierto, un espectáculo de ópera o de circo, en tanto otros implican el consumo mediante el sentido de la vista y otras percepciones sensoriales, como el recorrido de una zona arqueológica o la visita a un museo. Tenemos además los productos culturales cuyo consumo deviene de una adquisición material o física. Esta condición les otorga una dimensión aparte. Como ejemplos tenemos la compra de un libro; la adquisición de un soporte físico o de contenido digital de música para consumo personal; el pago para acceder a una red de televisión por cable a fin de contar con el acceso particular de series, películas y documentales (léase Netflix o Claro Video). Finalmente señalamos el caso de la compra de una obra gráfica, de una pintura o de una escultura: el mundo del mercado de las obras de arte.

En todos estos ámbitos, el intercambio y la práctica del derecho a la cultura tiene un costo y un gasto inherentes. Es una ecuación natural de la economía y por tanto del universo del consumo cultural.

En México, no todos los sectores de la población tienen las mismas posibilidades de acceder a la oferta cultural ni todos valoran a la cultura como una necesidad vital. En la imagen, aspecto de la exposición Van Gogh Alive, combinación de arte digital y sistema envolvente multicanal que ha recorrido cerca de 50 ciudades de los cuatro continentes y arribará a la Ciudad de México en 2020. (Foto: Instagram de vangoghespana).

Y en este punto vale la pena mencionar lo que Néstor García Canclini definió como consumo cultural (CC) en su libro El consumo cultural en México, editado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) en 1993: es “el conjunto de procesos de apropiación y usos de productos en los que el valor simbólico prevalece sobre los valores de uso y de cambio, o donde estos últimos se configuran subordinados a la dimensión simbólica”.

En el último apartado del primer capítulo de dicho volumen, intitulado “Necesidades, consumo y modernización”, el autor hace hincapié en que las políticas modernizadoras del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari -sexenio durante el cual se crea el CNCA- debían abordar la “distribución centralista de los bienes culturales y las desigualdades que fomenta en el acceso a los mismos”. Y había que reflexionar la herencia posrevolucionaria, dado que el neoliberalismo hegemónico implementado exigía una reorganización privatizadora y selectiva de las prioridades. García Canclini señala que “el estudio del consumo cultural aparece, así, como un lugar estratégico para repensar el tipo de sociedad que deseamos (…) Conocer lo que ocurre en los consumos es interrogarse sobre la eficacia de las políticas, sobre el destino de lo que producimos entre todos, sobre las maneras y las proporciones en que participamos en la construcción social del sentido”.

Dejemos hasta aquí esta referencia al libro citado, aunque vale señalar que ese trabajo sentó las bases para las futuras investigaciones sobre el tema de consumo cultural y bien valdría la pena releerlo.

Decíamos en párrafos anteriores que no todos tienen las mismas posibilidades de acceder a este espectro de oferta cultural o, en otras palabras, no todos poseen el mismo “poder adquisitivo” para su consumo, además de que no todos “valoran” a la cultura como una necesidad.

Sobre ello, conviene subrayar la existencia de dos recursos con los que contamos los ciudadanos: por un lado está la Ley General de Cultura y Derechos Culturales, emitida como decreto en el Diario Oficial de la Federación (DOF) en 2017, cuyo Artículo 9 establece que “toda persona ejercerá sus derechos culturales a título individual o colectivo sin menoscabo de su origen étnico o nacional, género, edad, discapacidades, condición social, condiciones de salud, religión, opiniones, preferencias sexuales, estado civil o cualquier otro y, por lo tanto, tendrán las mismas oportunidades de acceso”; por otro, tenemos el cuadernillo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (emitido en 2016, justo un año antes que el citado decreto en el DOF) que consta de 32 páginas con un tiraje de 125 mil ejemplares titulado “Los derechos humanos culturales” en donde se puntualiza que “bajo cualquier perspectiva, la cultura define la condición del género humano: ella ha posibilitado explicarse su alrededor y el rol que juega ante el mundo, de ahí que en el terreno axiológico su reconocimiento cobre especial relevancia para la realización de las condiciones de existencia tanto del individuo como de las sociedades. Por ello, en atención a las contribuciones que conlleva en la dignidad humana, se han reconocido como derechos humanos el acceso y protección tanto a la cultura como a sus manifestaciones.”

Si consideramos todo lo anterior como un corpus que nos atañe a todos por igual, también es cierto que toda expresión cultural, obra, producto tangible o intangible tiene, de manera inherente, un costo e infiere un gasto.

Cuando arriba menciono el “mercado de las obras de arte” me refiero al concepto económico y artístico que abarca el conjunto de personas, empresas e instituciones que se dedican al aprovechamiento comercial de los productos artísticos y que, como mercado, fijan sus propios precios a las obras de arte. Por otro lado, en este universo las casas de subasta participan libremente en el mercado que significa también un juego de la oferta y la demanda. Mientras, las galerías, los corredores de arte y las ferias establecen el puente entre el artista y el consumidor, sea este aficionado o experto, institucional, empresarial, estatal o “sin fines lucrativos”, como lo hacen los mecenas y los patrocinadores que se convierten también en agentes con una intervención económica en la producción artística.

Si bien la oferta y demanda de obras de arte no es tan añeja como, digamos, los conciertos de música, las presentaciones de danza o las festividades populares, el ámbito de la promoción, difusión, exhibición, compra, venta y valuación de obras de arte en México permea de una u otra manera parte de nuestra historia nacional.

A pesar de ello, y de los “derechos” antes citados, la adquisición de pinturas, esculturas y gráficas es un tema que tiene un sesgo cultural específico, con prejuicios y desalientos socioeconómicos. Es un mercado con efectos colaterales por una grave falta de educación estética y, sobre todo, por un desatendido impulso para reconfigurar su valor y su consumo.

Antes de abordar este asunto, debemos consensuar que nuestro país es y sigue siendo un importante generador de riqueza plástica no solo después de la fundación de la Nueva España. Ya desde antes existía una poderosa producción visual, escultórica y de objetos simbólicos por parte de las culturas prehispánicas. Pero este último tema es caso aparte ya que su sentido creativo respondía primordialmente a otras razones. Bajo estas premisas, si en México poseemos una riqueza pictórica y escultórica desde muchos siglos atrás, me pregunto: ¿Quién adquiere el papel de consumidor de esta riqueza, y quiénes viven o han vivido de ella?

El mercado del arte actual representa una fracción de lo que llamamos el “sector cultural” dentro del Producto Interno Bruto y, conforme la Cuenta Satélite de Cultura, significa un poco más de 3 por ciento: un escenario poco halagüeño pero no menos importante.

Así, para entender el consumo cultural de obras de arte es necesario revisar y analizar diversos indicadores y encuestas; de igual forma, indagar minuciosamente en los por qué, quiénes, cuándo y dónde se adquieren las piezas artísticas. Solo un escrutinio riguroso nos permitirá sustentar las aseveraciones mencionadas para evitar sucumbir al sesgo, el prejuicio, el desaliento, los efectos colaterales, la falta de impulso y la desatención, aunque todo ello sea parte también del escenario que reconfigura el valor y el consumo de eso que denominamos mercado del arte.

elsubastador.pasolibre@gmail.com

13 de octubre de 2019.

 

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