La Revolución, obra de Fabián Cháirez (izq.), fue retirada por la Secretaría de Cultura de la publicidad oficial de la exposición Emiliano. Zapata después de Zapata, una vez hecha la negociación con los descendientes del Caudillo del Sur. (Imágenes: SC).
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¿Es censura modificar la difusión y la curaduría de Emiliano. Zapata después de Zapata?
Sí. En términos contundentes la respuesta es sí. La modificación de una curaduría artística, así sea por el añadido de una cédula con el posicionamiento de la familia del personaje tema de la exposición, sí es censura. También lo es cambiar el cartel que difunde la muestra Emiliano. Zapata después de Zapata, que ahora tiene otra imagen de referencia.
Una vez dicho esto hay que observar las condiciones en que se ha dado este hecho, pero antes vale la pena señalar que las prohibiciones en el arte están lejos de ser abolidas. La censura o la autocensura permanecen y echan mano de múltiples argumentos: la protección de los menores, la sensibilidad de ciertos colectivos, o la amenaza de que son objeto creadores, autoridades y ciudadanos por la exposición de alguna pieza que pudiera considerarse indigna o hiriente. Y eso sucede en muchas partes del mundo supuestamente comprometidas con la libertad artística.
En efecto, un hecho de esta naturaleza no es exclusivo de México ni mucho menos propio de un país atrasado. En 2008, por ejemplo, la empresa responsable del metro de Londres censuró el cartel de una Venus desnuda del pintor Lucas Cranach el Viejo (1472-1553) porque podía herir la sensibilidad de los viajeros. Unos años antes, una fotografía de Andrés Serrano fue objeto de un intento de censura hasta que las autoridades de la ciudad holandesa de Groninga permitieron que el afiche con la imagen de una mujer orinando en la boca de un hombre se colgara en los espacios públicos. Tras el 11 de Septiembre y los ataques en el transporte público de Londres en 2005, la pieza God is Great (no. 2) (1991) de John Lathan fue retirada por la Tate Britain. Se preparaba una importante retrospectiva sobre el autor, quien no dudó en mostrar su enojo. Denunció a las autoridades del museo por cobardía, aunque estas argumentaron que por motivos de sensibilidad con algunos sectores de la sociedad británica era una medida conveniente. La pieza tenía en su centro tres libros sagrados de las grandes religiones monoteístas —judaísmo, cristianismo e islam— cortados y montados sobre un panel de vidrio y formaba parte desde una década atrás de la colección permanente del museo.
Cartel de la exposición de Lucas Cranach (izq.) rechazado por el metro de Londres, fotografía de Andrés Serrano (centro) que fue objeto de un intento de censura, y obra de John Lathan (der.) retirada por la Tate Britain tras los atentados de 2005 en Londres. (Fotos: Catawiki.es y Tate Britain).
Se pueden buscar más ejemplos de este tipo que suscitan fuertes debates y la movilización de artistas y ciudadanos contra lo que consideran atentados a la libertad de expresión. Más aún, me atrevo a decir que la censura artística es más frecuente que la censura política porque sus límites son más etéreos. Mucha gente puede apelar simplemente a su incomodidad ante la inmoralidad o la provocación del arte.
En México tenemos precedentes notables en esta materia. El más famoso fue el movimiento que despertó la exposición de la obra Virgen Marilyn del artista Rolando de la Rosa en el Museo de Arte Moderno en los años ochenta. Bajo el argumento de que atentaba contra la sensibilidad religiosa de gran parte del pueblo mexicano, la obra fue censurada y el director del museo Jorge Alberto Manrique obligado a renunciar. Si recorriéramos los estados de la república podríamos recolectar muchas experiencias parecidas, aunque con menos notoriedad mediática.
Ahora, la exposición Emiliano. Zapata después de Zapata es un proyecto pertinente por la conmemoración de los cien años del asesinato del dirigente campesino. Bellas Artes debía hacerse presente en esa fecha y la muestra encomendada al curador Luis Vargas Santiago cumple con la reflexión del símbolo Emiliano Zapata sin debatir ni cuestionar su papel histórico que, por lo demás, es indiscutible. “Precisamente, la exposición explora —según la nota publicada en la página web de la Secretaría de Cultura— las diversas representaciones del Caudillo del Sur a lo largo de cien años como líder campesino, emblema de resistencia, héroe del Estado, símbolo racial, guerrillero revolucionario, referente de la masculinidad decimonónica en México e icono reivindicado de las más diversas luchas sociales contemporáneas”.
La selección del cuadro La Revolución, de Fabián Cháirez, para el cartel de difusión de la exposición pudo haber tenido distintas razones, pero parecía obvio que las obras derivadas de la iconografía “oficial” del héroe campesino no iban con la idea de despertar en los visitantes una reflexión sobre las representaciones que, a cien años de su muerte, Zapata puede suscitar precisamente por su enorme riqueza política y cultural. Por ello, la defensa de autoridades y funcionarios del INBAL del sentido de la muestra y su negativa inicial a modificarla fue firme y justificada.
Sin embargo, la intervención del presidente López Obrador al ser cuestionado en su conferencia de prensa del miércoles 12 sobre la exposición fue acertada a medias. Defendió sin ambigüedades a la comunidad LGBT señalando que era bienvenida al Palacio Nacional y desde luego a Bellas Artes. Afirmó su respeto a la libertad de expresión e incluso que no le afectaba la manera en que era representado el héroe revolucionario. Pero al mismo tiempo obligó a las autoridades de cultura del país a negociar con los descendientes de Zapata sobre la obra de Cháirez. ¿Qué negociación puede haber sobre la libertad de expresión? ¿Cuál es el límite que una sociedad moderna puede poner a la expresión de un artista que no sea el honor de terceras personas, su privacidad o su dignidad? Pese a lo mucho que pudiera afectar a los familiares de Zapata la forma en que se le represente, el revolucionario ya no está entre nosotros y, aunque se haya convertido en una especie de santo laico y su papel político en la historia sea fuente de inspiración de muchos mexicanos, las ideologías no tienen derechos y el respeto a estas no puede ser impuesto a los demás cuando no se comparten o las entienden de modo diferente.
Efectivamente, la negociación propuesta por el presidente de la república era imposible que no redundara en una afectación de la libertad de expresión. El margen dejado por la máxima autoridad del país no daba espacio a las autoridades de cultura para moverse, más allá de sostener la permanencia del cuadro motivo del conflicto, aunque ello afectara la integralidad de la curaduría y la concepción de la difusión. Censura sí. Mal menor, tal vez.
Dejando el principismo, no es fácil el análisis de conflictos como el que vivimos esta semana. Se resuelve un motivo de agitación pública, se defiende a la comunidad lésbico gay, pero se deja también un mal precedente para la libertad de creación que sin duda marcará directa o indirectamente la gestión de las autoridades artísticas los próximos años.
nivon.bolan@gmail.com
16 de diciembre de 2019.
Eduardo Nivón Bolán
Eduardo Nivón Bolán es doctor en antropología. Coordina la Especialización y Diplomado en Políticas Culturales y Gestión Cultural desde el inicio del programa virtual en la UAM Iztapalapa (2004), donde también es coordinador del cuerpo académico de Cultura Urbana. Consultor de la UNESCO para distintos proyectos, entre los que destacan la revisión del programa nacional de cultura de Ecuador (2007). Preside C2 Cultura y Ciudadanía, plataforma de diseño e investigación de políticas culturales A.C. que, entre otros trabajos, fue uno de los colaboradores del Libro Verde para la Institucionalización del Sistema de Fomento y Desarrollo Cultural de la Ciudad de México (2012). Entre sus obras destacan La política cultural: temas, Problemas y Oportunidades (Conaculta) y Gestión cultural y teoría de la cultura (UAM-Gedisa).