Enriqueta Martí, ni vampira, ni bestia humana, ni hiena. (Imagen de dominio público)

‘Fake news’ criminales

Tuvo que pasar un siglo para que se comenzaran a aclarar los rumores —fake news, se llaman ahora — que convirtieron a Enriqueta Martí en la Vampira del Raval. Pasó a la crónica negra de Barcelona como una asesina de niños a los que extraía la sangre y la grasa corporal para hacer brujerías y ungüentos mágicos.

La historiadora Elsa Plaza se dio a la tarea de documentar la vida de Martí, y contrastar la leyenda con los hechos reales. Una de sus conclusiones en Desmontando el caso de La Vampira del Raval (Icaria, 2014) es que pudo tratarse de un montaje policial, pues fueron las autoridades quienes proporcionaron la información falsa que la prensa difundía. Su presunta culpabilidad les permitió cubrir el escándalo del descubrimiento de un prostíbulo infantil en el que estaban involucrados policías.

Martí tenía 41 años cuando fue detenida, el 27 de febrero de 1912, por el secuestro de una niña de cinco años, Teresita Guitart. Diecisiete días después de su desaparición, la pequeña fue hallada, con el pelo rapado y vestida con harapos, en el domicilio de la calle Ponent 29, en el barrio barcelonés del Raval, que la mujer compartía con su padre anciano.

Ambos vivían de la mendicidad, y en su deambular solía acompañarlos otra niña, Angelita, de seis años, que no estaba secuestrada como se llegó a afirmar, sino que era hija de María Pujaló, cuñada de Martí, que había ocultado su maternidad por haberla tenido siendo viuda.

A Martí se le quiso culpar del asesinato de un niño con el que mendigaban, Pepito, cuya muerte habría sido presenciada por Angelita, pero se comprobó que el pequeño se encontraba vivo junto a su padre. La prensa ignoró esta información, pues el impacto del caso, los crímenes que la imaginación popular le atribuía a Martí, garantizaban un aumento en sus ventas.

“Teresita fue la representación de la inocencia amenazada por el mal”, escribe Plaza. Era tan grande su popularidad que a su cuenta de ahorros llegaron donaciones de toda España, y durante semanas se la disputaron los teatros para que, desde su palco, fuera admirada por el público.

La Bestia Humana, la Mala Dona, la Hiena, como también llamaron a Martí, fue acusada de más de una docena de asesinatos sin pruebas que sustentaran su culpabilidad. Los periodistas no cuestionaron las versiones de las autoridades, que dijeron haber encontrado huesos de niños y trapos ensangrentados en su domicilio, al igual que un lujoso cuarto rojo en el que los pequeños eran ofrecidos como mercancía sexual. Se halló además una lista de presuntos clientes que no eran más que los nombres de los concejales del ayuntamiento que repartían vales a los pobres.

Se escribieron libros y obras de teatro sobre el caso; las exageraciones llegaron al grado de mencionar al rey Alfonso XIII entre los clientes de la supuesta hechicera. “La Martí, acallada por el ruido de su fama mediática, no era oída”, subraya la investigadora.

Aún hoy, la mayoría de las fuentes reproducen la leyenda urbana, sin aclarar que los huesos hallados no eran humanos, sino de roedores y conejos, restos que Martí recogía en la calle para vender, y que la sangre hallada en los trapos se debía a las hemorragias que sufría a causa de un cáncer de útero.

Exprostituta, Martí tenía pendiente desde 1909 un juicio por corrupción de la menor Amelia Bayo que fue retomado en octubre de 1912, siendo declarada culpable y condenada a veinte meses de prisión. Cuando falleció, el 12 de mayo de 1913 en la cárcel de mujeres de Reina Amalia, aún tenía pendiente enfrentar el proceso por el secuestro de Teresita.

Murió debido al cáncer que padecía, pero se divulgó la falsedad de que sus compañeras la habían linchado en el patio de la prisión. “Una muerte que forma parte de la justicia carcelaria masculina, cuando se trata de asesinos y violadores de niños”, aclara Plaza en su libro.

Martí fue enterrada en la fosa común del cementerio de Montjuic. Mientras la leyenda negra de la Vampira del Raval sobrevive hasta hoy, queda sin responder la duda expresada por su abogado defensor, Eduardo Barriobero: “Sí creo que robaba niños; lo que falta averiguar, desechada la hipótesis de curanderismo y asesinatos, es para qué los robaba”.

Tres décadas después de la muerte de Martí irrumpió en la Ciudad de México otra imagen del horror: Felícitas Sánchez Aguillón, partera clandestina bautizada por La Prensa como la Descuartizadora de la Roma, aún pendiente de ser biografiada.


El caso de la Descuartizadora de la Roma ocupó durante 20 días las primeras planas de los periódicos.

El 9 de abril de 1941 se publicó el descubrimiento, en las tuberías del desagüe de la calle de Salamanca número 9, de restos de fetos y niños recién nacidos. Durante 20 días, desde que fue aprehendida hasta su liberación, Sánchez Aguillón ocupó las primeras planas de los diarios.

Titulares como “Ni con el patíbulo pagaría la Descuartizadora todos los crímenes que debe” acompañaban declaraciones como la atribuida a su sirvienta, Isabel Baños, quien habría presenciado “cincuenta asesinatos de niños”, cuyos restos ayudaba a quemar o a tirarlos por las calles de la colonia.

Cuando Sánchez Aguillón llega a declarar al juzgado, los números se disparan. Ya se calcula que “ha matado a cerca de mil niños” en los quince años que ha trabajado en cubrir “la honra de muchachas casaderas que han cometido algún desliz o de mujeres casadas que no fueron fieles a sus maridos”.

Se asegura también, sin pruebas, que es responsable de la desaparición de “ocho chiquillos”. “La policía cree que la hiena, además de dar muerte a los hijos de las mujeres que atendía, también se dedicaba a venderlos y a hacer suplantaciones”, publica La Prensa. Una imagen mostraba el cráneo que, se decía, empleaba en sus brujerías.

El 17 de abril, un nuevo titular advierte que “La Descuartizadora denunciará a todas las señoritas que la fueron a solicitar”. Ninguno de los tres periódicos que siguieron el caso —La Prensa, el Excélsior y El Universal— aludieron a las razones económicas que predominaban en los abortos, ni a los hombres implicados en lo que tachaban de “amores ilícitos”, señala la historiadora Martha Santillán Esqueda en el ensayo ‘La Descuartizadora de la Roma’: aborto y maternidad. Ciudad de México, década de los cuarenta, publicado en el libro Crimen y justicia en la historia de México: Nuevas miradas (Suprema Corte de Justicia de la Nación, SCJN, 2011).

Los diarios recriminaban “los deslices, el pecado, el engaño a los maridos”, escribe la investigadora, que asociaban con el comportamiento de la “mujer moderna”, trabajadora, de clase media, a la que se recriminaba que dejara de cumplir con su “destino” de ser madre.

Sánchez Aguillón solo reconoció la muerte y el entierro clandestino de cuatro niños, de los cuales uno era su hijo: dos en una gruta de Tacubaya , otro al que describe como un monstruo que, en lugar de llorar, bufaba, en el Gran Canal, y otra más, una niña bonita de ojos azules, “hija de una mujer que huyó del consultorio”, en Río Frío, Estado de México. Declaró que muchas de sus clientas llegaban a verla con hemorragias y para salvarlas debía practicarles el aborto, arrojando los restos al retrete, aunque aseguraba que eran “fetos de uno y dos meses”.

Después de que los periodistas vaticinaron que Sánchez Aguillón sería condenada “a 20 años de cárcel, cuando menos”, salió libre tras pagar una fianza de 600 pesos, pues de los delitos que enfrentó solo se le consideró culpable por la inhumación ilegal de restos humanos.

No se le procesó por aborto porque no se pudo comprobar “el cuerpo del delito”, aclara Santillán Esqueda, pues no se logró detener a ninguna de sus clientas para que un perito las revisara y así se pudieran establecer las lesiones causadas por la intervención. Tampoco procedió la acusación de infanticidio, cuya sentencia solo se aplicaba a las madres que mataran a su hijo recién nacido en las primeras 72 horas de vida. Finalmente, fueron desechados también por “falta de méritos” los delitos de asociación delictuosa y responsabilidad técnica y médica.

“Ello demuestra”, escribe la historiadora, “que Felícitas obtuvo dos sanciones: la judicial y la moral expresada en el descrédito publicitado por los impresos”.

Sánchez Aguillón se suicidó semanas después, el 16 de junio de 1941, tomándose un frasco de Nembutal. “No lo hago por cobardía o duda de que me salvará”, le escribió a su abogado Martín Silva. “Ya me cansé de luchar. Ya no puedo”. Se declaró víctima de su defensor, el licenciado Enríquez, a quien acusó de haberse quedado con sus propiedades pretextando que se las había traspasado.

En la casa de Guadalajara 69, casi centenaria, Felícitas Sánchez Aguillón abrió una miscelánea lla-mada La Quebrada.
Hoy alberga una pizzería. Foto: Silvia Isabel Gámez

En la colonia Roma aún queda un vestigio de la Descuartizadora: la casa de Guadalajara 69 donde regentaba una miscelánea llamada La Quebrada. Una de las tuberías del inmueble, en la que también se hallaron restos de fetos, permanece hasta hoy sellada con piedras.

16 de julio de 2019

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