El compadre insiste. Si yo fuera millonario, mar adentro hasta que pase la contingencia. Le digo no, el océano también cerró puertas. Vuelve al ataque, mientras agita su Bull: los yates de ahora aguantan vara en aguas hasta bravas, que por lo demás mansas hay muchas no muy lejos de aquí. Cosa de un barco chingón, no de barquitas pendejas, que para eso soy billetudo. No, compadre, lo siento: después de tres días, urgido vendrá de vuelta a esta playa, usted es de tierra firme. Al fin aquí ni quien se preocupe por posibles aglomeraciones propaladoras del cocoovid ése. Necio pues, que sin mí no zarparía, dijo: que la fregada, compadre, pues compro una isla. Salucita, lo veo lento… (Encarnación Acuña).