El coronavirus es bueno para pensar

El coronavirus los junta. En el análisis de estos meses de crisis sanitaria, pasarán a la historia las desatinadas posturas del gobernador poblano Miguel Ángel Barbosa y del mandatario norteamericano Donald Trump. (Ilustración: Paso Libre)

La expresión que da título a esta entrega, a los antropólogos les puede recordar una disyuntiva en el análisis de los fenómenos sociales. Refiero a aquellas posturas que se empeñan en buscar la función de una conducta, como la prohibición del consumo la carne de vaca o de cerdo por razones ambientales o de higiene, y quienes ven en tales acciones una expresión de los valores y significados que la sociedad pone en juego a través de sus prácticas.

Mucha tinta ha corrido sobre esta diferencia. Desde luego no implica negar que un número significativo de las decisiones alimentarias estén dadas por el costo y los beneficios que se obtienen al optar por un determinado alimento, pero es cierto también que las elecciones de qué comer, cómo vestir, a qué equipo de fútbol seguir o por qué partido político votar, son sólo maneras de expresión de la estructura social y de la forma como nos ubicamos y ubicamos a los demás en ella.

En este escenario, tiene sentido lo ocurrido con el gobernador Miguel Barbosa del partido Morena, quien recientemente colocó a las personas acomodadas y a los pobres de manera diferente ante el Covid-19. Los pobres, según él, son inmunes ante este virus, incluyéndose a él mismo en ese conjunto. Algo parecido a lo que ha hecho Donald Trump en los Estados Unidos, pero él en clave nacionalista. El presidente estadounidense, a pesar de las recomendaciones de sus asesores y de las instituciones internacionales, se refirió al coronavirus como “chinese virus”. Ahora bien, los virus no tienen nación y, al igual que hablar de una gripe como “española” no sólo es confuso sino discriminatorio, otorgarle un pasaporte al virus que está causando tantos problemas en el mundo, es un acto que lleva a identificar la epidemia con la lucha comercial entre dos grandes potencias.

Un virus de gente acomodada o un virus chino son dos maneras de pensar dos tipos de conflictos, uno social y otro entre naciones. Otra forma es presentar el virus como un conflicto entre la divinidad y los seres humanos, en suerte de advertencia: “La pandemia de Covid-19 es un grito de Dios a la humanidad ante el desorden social, el aborto, la violencia, la corrupción, la eutanasia y la homosexualidad”, dijo el obispo de la diócesis de Cuernavaca, Ramón Castro Castro, el domingo 22 de marzo.

Al observar las conductas tanto de diversos líderes mundiales, como de ciertos sectores sociales, frente a los estragos del Covid-19, destacan las que apelan a los remedios o soluciones milagrosas que vienen de la religión o del misticismo. Ejemplos de ello son a las que han acudido el mandatario mexicano y el primer ministro británico. (Foto: Archivo Notimex TW)

Diversidad para en análisis

La experiencia que vivimos sobre la expansión del coronavirus ha generado también una tensión entre la ciencia y lo que podríamos llamar prácticas paracientíficas, tradicionales o religiosas. El youtuber Jordan Sather (EU, 1990), aseguró en enero pasado que un “suplemento mineral milagroso” que denominó MMS, consistente en dióxido de cloro, podía enfrentar el cáncer y eliminar el coronavirus. Esta recomendación venía enmarcada por teorías conspiracionistas sobre el status quo farmacéutico.

Ya en plena pandemia, en Venezuela, el presidente Nicolás Maduro se prestó a difundir el remedio de un “científico” de su país que prometía inmunidad frente al coronavirus. Incluso dijo que con su esposa había preparado varios envases de esta pócima. Aunque Maduro eliminó el tuit al poco tiempo, el mensaje muestra el deseo de encontrar una vía rápida y fácil en fuentes no ortodoxas, frente a las respuestas que ha dado la comunidad científica sobre la ausencia de medicamentos que alivien la enfermedad o ante las dificultades de encontrar una vacuna.

En esta manera de pensar el coronavirus, podría estar la posible ironía del presidente Andrés Manuel López Obrador del 18 de marzo, cuando mostró los amuletos protectores que la gente le ha dado, consistentes en una imagen y un escapulario, además de la mención de que es la lucha contra la corrupción su verdadera protección. Por el tono y la forma con el que mostró las imágenes y el escapulario, se podía entender que se trataba muy probablemente de una broma. Sin embargo, no pocos se la tomaron en serio, pues en un mercado de Ciudad Madero, Tamaulipas, como reportó el periódico Milenio el 24 de marzo, se venden escapularios y veladoras que permiten soportar la pandemia.

El reportaje añade que algunos ciudadanos “también han adquirido el famoso escapulario del Sagrado Corazón de Jesús, el cual utiliza el Presidente Andrés Manuel López Obrador, para enfrentar a sus enemigos y a la enfermedad”. Tal vez se podría añadir a esta postura la de un espíritu libre, tal vez fatalista o de estoico machismo que, ante los debates sobre el coronavirus, sostiene que no representa en realidad un peligro, que no es necesario protegerse, que en todo caso no sería mortal y que, si así no ocurriera, pues… así sería, como expresó el diputado Gerardo Fernández Noroña, quizá harto del ruido mediático y opuesto a las medidas que se toman contra la pandemia.

¿Zapatero a tus zapatos?

Una última tensión que me gustaría señalar es la que se ha desarrollado entre los asesores médicos y los políticos. Es notable cómo los gobernantes han buscado derivar las decisiones de salud pública al ámbito de los especialistas en epidemiología. Lo interesante son las diferencias en las asesorías de estos últimos.

El primer ministro británico se ha hecho aconsejar por Patrick Vallance y el presidente Trump por Anthony Fauci, ambos recocidos especialistas en epidemiología y salud pública. El doctor Hugo López Gatell, Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, de la Secretaría de Salud federal, es también muy capaz en estos temas. Cada uno de ellos ha trazado estrategias derivadas de los consejos de sus equipos de trabajo, donde el cálculo estadístico es muy importante.

En complemento a lo descrito hasta ahora, entre la prudencia y la audacia se observan propuestas diferentes, como las del primer ministro británico que, ante la lentitud con la que avanza la investigación de la vacuna contra el coronavirus, mencionó la posibilidad de caminar hacia la autoinmunización natural de la sociedad una vez que se llegara al 60% de contagios en la población total.

El presidente Trump, por su parte, es impaciente ante el lento avance de la economía y espera abrir pronto su país a pesar de que sus asesores no le dan la razón. En tanto que en México, el presidente ha decidido “despolitizar” la toma de decisiones afirmando que éstas tendrán solo un sentido técnico y que será el subsecretario López Gatell quien, con su equipo, definirá la estrategia. En ese sentido es pertinente subrayar que la dependencia ha montado una acción basada en modelos matemáticos que implican “aplanar”, con las medidas de distanciamiento físico, la curva de crecimiento de los contagios a fin de que no colapse el sistema sanitario, aunque ello también puede significar la prolongación de la crisis.

A la conferencia de prensa “mañanera”, se agregó la sesión informativa nocturna, a cargo del subsecretario López Gatell, en un bonomio política-ciencia. Una “pinza” que fortalece la emisión noticiosa de lo más relevante de lo que vivimos por el coronavirus. (Foto: proyectopuente.com.mx)

Como es natural, las tensiones entre los políticos y los sanitarios son muy grandes, pues los primeros son responsables de todo un sistema que incluye lo económico, lo político y a todos los sectores sociales, mientras que los segundos se proponen atender básicamente lo que se refiere a la salud de la población. Por ello es comprensible que las decisiones a veces choquen, lo cual no debe escandalizarnos.

En el caso mexicano además es motivo de reflexión el que, en las medidas solicitadas al conjunto de la población, el presidente se niegue a adoptarlas. Sin duda esto confirma que el coronavirus es bueno para pensar. Un mandatario debería gobernar con la guía de sus equipos de trabajo, atendiendo sus consejos para tomar decisiones. Pero un jefe de gobierno como Andrés Manuel López Obrador sabe que llegó a la presidencia a partir de su carisma, mismo que debe seguir cultivando y acrecentando.

Hasta ahora lo anterior ha sido posible a través de dos recursos fundamentales. El primero es el control de la agenda pública, para lo cual las conferencias de prensa “mañaneras” son muy importantes. Éstas son el recurso básico para difundir su pensamiento, dar información, tomar decisiones, definir políticas y dar instrucciones hasta el más mínimo nivel. Es una práctica tan importante y valiosa que, si es necesario, podría incluir los fines de semana, para no dar espacio a la desinformación. Queda claro el por qué, pese a la situación sanitaria, no se suspenderán, ni adoptarán otras modalidades a distancia.

En segundo lugar, el otro pie de la gobernanza de López Obrador es el contacto directo con la sociedad, sobre todo con las comunidades rurales e indígenas. Para el presidente sus giras son de tal relevancia, que no ha considerado posponerlas a pesar de la emergencia de salud pública, aun cuando no se convoque a su asistencia o claramente se adviertan innecesarias o de escasa relevancia. “Yo no me puedo poner en cuarentena, no me puedo aislar”, dijo el 27 de marzo.

Así es: la epidemia del coronavirus es buena para pensar cómo se ubican los actores políticos y cuáles son los elementos básicos de la gobernanza. Si se trata, como han expresado diversos actores de México y de otros países, del mayor reto de nuestra civilización desde 1945, servirá para enmarcar las decisiones políticas y los símbolos básicos con los que se las quiera investir.

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