Bitácora de un cautiverio: El huevo duro

Alexandra Domarchi

Mi hijo subió el Iztaccíhuatl antes de la cuarentena. Luego vino a dejar su equipo en casa y se fue a encerrar con su novia. Me quedé con mi mamá.

Después de algunos meses, una mañana, durante el desayuno, ella dijo:

-¡Hay un gato encerrado en una pared!

-¿Como?

-¡Huele feo, pues!

En efecto olía a azufre. Olfateamos cada rincón de la casa en busca del origen del olor.

-¡Viene de la habitación de Paco!

-¡El clóset!

-¡Ponte el cubre boca, la careta protectora, los guantes!

Metí mi rostro cubierto y mis manos enguantadas en el material deportivo de Paco. Saqué todo. ¡En una bota, lo vi! Vi lo que apestaba, lo que había infectado todo el aire de la casa: ¡Un huevo duro olvidado!

Ilustración de Oliver Dautais.

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