En un barrio turístico de la capital mexicana, hoy desolado por el confinamiento del coronavirus, hace unos días apareció en el horizonte nocturno un mensaje de esperanza promovido por los hoteles desde sus habitaciones vacías, cuyas ventanas iluminadas proyectaron la palabra FE, que en el contexto de la catástrofe que estamos viviendo, adquiere una dimensión monumental. La Fe en esencia es luz; por eso este mensaje reverbera como un faro en la oscuridad y alumbra el alma colectiva de nuestra ciudad. Fe es serenidad ante la impotencia, paciencia en la espera. Fe es la fuerza que vence los miedos e impulsa la acción en la compasión. Es transformar las lágrimas en sonrisas. Es la creencia en que algo bueno ocurrirá, la motivación para conseguir nuestros anhelos. Hoy más que nunca, Fe significa la posibilidad de soñar con un mundo mejor, reinventado por la humanidad solidaria con las heridas del otro. Y aquí recordemos a Quevedo: “Uno a uno, todos somos mortales; juntos somos eternos”. (Germaine Gómez Haro).
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