Adriana Malvido recibió este domingo en la FIL de Guadalajara el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez. En la imagen, tras serle entregado el diploma por el rector de la Universidad de Guadalajara, Ricardo Villanueva (der.); le aplaude también el presidente de la FIL, Raúl Padilla.
Otras voces
Cartas a Adriana Malvido
Braulio Peralta
Querida Adriana:
Soy Chavita, ¿se acuerda? Soy de San Blas, Nayarit, el lugar de los náufragos, los que nos perdimos por nueve meses y nueve días en el Océano Pacífico en una balsa a la intemperie hasta que nos encontró un barco atunero taiwanés, el 9 de agosto de 2006. Usted escribió nuestra historia, vino a nuestro puerto y estuvo durante casi dos meses para entrevistar a los sobrevivientes de ese naufragio: Jesús Vidaña, Lucio Rendón y yo, Salvador Ordóñez. Pero no solo eso: acá entendió usted cómo viven los pescadores, cómo trabajamos de sol a sol para tener el pan de cada día, cómo nos explotan en la venta de la pesca para su comercialización. Se lo dijo Gabriel García Márquez cuando escribió usted su libro Los náufragos de San Blas: “Si yo hubiera escrito esta historia, nadie me la hubiera creído”. Sobrevivimos al sol, a las tormentas, a las olas, al acecho de tiburones, orcas y tintoreras, al hambre, la sed y el aislamiento. Pero, ¿sabe qué, Adrianita? Qué bueno que vino, no porque escribió de nosotros, no. Porque nos dio el privilegio de conocer a una persona como usted, una mujer capaz de escucharnos. Usted fue un regalo para nosotros porque nos reivindicó ante la adversidad y las mentiras que se dijeron de nuestra tragedia. Su libro es algo que guardo en mi corazón de aquí a que me muera porque es la constancia de que todo aquello que viví fue cierto y gracias a Dios puedo contarlo. Acá la queremos mucho, Adrianita. No tenga la menor duda.
De usted siempre: Salvador Ordóñez, Chavita para más señas, con los saludos de mis compañeros.
Mi querida Adriana:
Soy Nahui Olin. No me presento porque ya me conoces de pies a cabeza. Gracias a ti, a La Jornada primero y a tu libro después, la gente empezó a saber de mí, apenas la musa y amante para el Doctor Atl, una modelo del fotógrafo Edward Weston, un intento de actriz en Hollywood. Eso ya no importa. Reviviste de mí una vida desconocida, la de la mujer que quiso escribir, la que hizo poemas, la que se rebeló al machismo de mi época, la que vivió las peores bajezas de hombres que se dicen caballeros y son unos mamarrachos capaces de destruirme por dentro y por fuera. Soy una mujer rota desde entonces. Pero me levanté con el tiempo. Fuiste la primera que intentó un acercamiento humano a mi persona y obra. Después de ti vendrían las exposiciones, las obras de teatro, la novela de Sandra Frid (La mujer que nació tres veces) y la película Nahui donde me interpreta una radiante Irene Azuela, y ya en mi vejez la máxima actriz de teatro, Delia Casanova. Revivo. Gracias, Adriana, gracias por tu libro Nahui Olin. La mujer del sol. Sabes que soy orgullosa de mi belleza pero sabes también que soy humilde en mi persona. Pues bien, esa persona humilde que soy te dice que el Premio Fernando Benítez era una deuda que te debían hace por los menos 20 años. Qué bueno que lo recibas hoy. Te mando esta carta por apreciable conducto, que me consta que también te quiere.
Tuya: Nahui Olin.
Adriana:
Usted no me conoce más que por José Clemente Orozco, el pintor que cuando era joven me tomó como si fuera una musa para él y me escribía cartas pero también dibujaba mi silueta. Yo era apenas una niña de 12 años de edad y no comprendía los fines ni los propósitos del pintor. Quedé marcada para siempre. De vivir en la vieja Ciudad de México regresé a mi pueblo de Zacatecas, Sombrerete, donde me hice maestra y, al final de mis días, morí soltera. Nunca me casé. Orozco dejó de escribirme poco a poco, sobre todo cuando yo le mandé una foto mía, ya en edad adulta. Supongo que él quería a aquella niña que vivía en la azotea de una vecindad. Que él ya no deseaba a la mujer que no correspondía con su sueño. Pero yo quiero agradecerle haber revivido esas cartas, esas historias de los años primeros del siglo XX, porque ahora la lectura de su libro, El joven Orozco. Cartas de amor a una niña, son la prueba palpable de que mi existencia no fue un sueño. Admiro su trabajo sobre las mujeres porque hoy más que nunca es cuando empezamos a ser nombradas las que hemos sido olvidadas por la historia. Muchas gracias Adriana.
De usted: Refugio Castillo.
Querida Adriana, usted escribió:
“Soy más que un dato histórico, más que un eslabón en la cadena de los reyes y las reinas de Palenque, más que un cúmulo de huesos bañados de cinabrio y jade. De eso se irán dando cuenta mientras despejan el misterio que me envuelve”. Adriana: quise venir hasta aquí para festejar su premio Fernando Benítez. No es gratuito. Usted fue testigo de mi descubrimiento. Me conocen como La Reina Roja. Los arqueólogos Fanny López Jiménez y Arnoldo González Cruz, y usted, Adriana, fueron los testigos de mi despertar en 1994. Hoy soy conocida en todo el mundo preocupado por la cultura prehispánica. Qué hermoso trabajo el suyo, de reportera. Qué hermoso me leo en sus palabras, cuando dice: “en nuestro tiempo glorioso, Baakal se llamaba el reino de Palenque, y había relación con otros reinos y también intercambio de princesas. Durante las guerras, aquel que triunfaba tomaba mujeres de la nobleza para entablar nuevas relaciones. También llegaban mujeres de Palenque desde ciudades aliadas, para fortalecer la relación entre las dinastías. Por lo pronto, yo puse en auge la discusión sobre el importante papel de las mujeres en el mundo de los mayas”. Y por eso estoy aquí, con usted, para decirle muchas gracias porque hoy todos me conocen como la Reina Roja, pero también tengo un nombre: soy Tzak bu Ahau. Doy fe de ello y le quedo eternamente… Pero este no es mi mundo, Adriana. Adiós: “me regreso a la selva en medio del canto de los monos saraguatos y a la luz de las luciérnagas”.
Firma indeleble de Tzak bu Ahau.
8 de diciembre de 2019.