En el fin de semana de su estreno, la cinta Joker (El Guasón) ocupó el 74.47 por ciento de
las pantallas de cine en México y reunió a 4,313,211 espectadores. Su caso ejemplifica el
modelo de negocio depredador del cine mexicano que afecta a sus productores y
públicos. (Ilustración: Paso Libre).
Competencia ruinosa perjudica al cine mexicano
Desde hace tiempo existe una situación desfavorable y un desequilibrio real entre los factores de la producción y el consumo en la cadena productiva del cine mexicano. Gana más el que menos invierte y lo hace con menor riesgo (los exhibidores), frente al que invierte mucho y todo lo apuesta a una sola carta, por ejemplo, a ¡su estreno! (los productores).
Todo esto debido a la condición de dependencia que viven los productores y los distribuidores fílmicos con respecto a los exhibidores nacionales que están concentrados en dos grandes cadenas nacionales.
En la última década, Cinépolis pasó de poseer 2,137, el 46.78 por ciento de las pantallas del mercado en 2009, al 51.32 por ciento con 3,686 cines en 2018; mientras que el Grupo México adquirió Cinemex pasando de 11.86 por ciento de las pantallas del país en 2009 al 41.27 por ciento en 2018. Esto, a través de una política agresiva de adquisiciones de cadenas competidoras como Cinemark, MMcinemas y Lumiere, lo que les ha permitido constituir un oligopolio que gana poder de compra frente a los productores y los distribuidores.
Esta altísima concentración impide la entrada de nuevos competidores debido a las grandes inversiones que hay que realizar, además de que se imponen condiciones a los distribuidores y productores como la de no proporcionar títulos oportunamente a la competencia. Y si no se obedecen estas condicionantes, los pueden sustituir con facilidad y bloquear su presencia en las pantallas con el resultado de una fuerte caída de sus ingresos y e incluso llevarlos a la ruina.
Uno de los casos mas famosos de la década referida fue la cinta El origen (Inception), de Christopher Nolan, donde la distribuidora trasnacional Warner Bros. de México, con gran poder del mercado, quiso obtener un mejor porcentaje de los ingresos en taquilla y solicitó el 50 por ciento de la posible recaudación en las salas mexicanas ante la inversión de más de 160 millones de dólares para su filmación. El duopolio Cinépolis / Cinemex, que en ese momento concentraba el 80.02 por ciento de los cines, no aceptó, por lo que Warner estrenó únicamente en las cadenas de Lumiere y Cinemark y provocó grandes pérdidas al acceder únicamente a una pequeña parte del mercado. Si esto se lo hicieron a un major, imagínense lo que le hacen a los pequeños productores mexicanos o a las pequeñas distribuidoras independientes (1).
Actualmente Cinépolis concentra el 51.32 por ciento del total de las pantallas del país, y Cinemex tiene el 41.27 por ciento. Juntas, las compañías suman el 92.60 por ciento y continúan aumentando su presencia dominante sin que la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) intervenga. Peor aún, la importancia de Cinépolis se incrementa debido a que sus salas están mejor ubicadas y tienen mas experiencia en el control del mercado por lo que en 2018 representó el 67.11 por ciento del total de los ingresos. Esto, debido además a las condiciones e imposiciones que les hacen a las pequeñas distribuidoras al reducirles el número de semanas de permanencia en las salas, bajar la cantidad de funciones otorgadas a las películas y programarlas en menos pantallas.
Así, los dueños de las salas le imponen a los productores de películas la fecha de estreno, el porcentaje de repartición de los ingresos en taquilla -en promedio el 63 por ciento para los cines-, más un precio fijo por usar sus instalaciones de proyección (Virtual Print Fee, VPF) (2). No cumplen con lo establecido en el artículo 19 de la Ley Federal de Cinematografía de programar a las películas mexicanas en pantallas con horarios y días completos en su primera semana; al contrario, bajo su entera voluntad, las cambian o las eliminan de último minuto, perjudicando tanto al público asistente como al productor del filme que arriesgó millones de pesos en la publicidad y en la producción de la cinta. Si el productor no acepta, simplemente no lo estrenan nunca y eso lo lleva a la inmediata descapitalización y, con frecuencia, a la ruina.
Del cuadro número dos, se desprende que 457 cintas producidas de largometraje en los últimos diez años -36.88 por ciento del total- no se ha estrenado en el país. Y ello a pesar de que se cuenta con más de siete mil pantallas en la República mexicana.
Con esto, los productores han perdido el capital invertido en películas mexicanas durante más de cuatro años, situación que debería de provocar la intervención inmediata de las secretarías de Economía y de Relaciones Exteriores para utilizar una de las medidas de emergencia estipuladas en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la Organización Mundial de Comercio (OMC), a través de la Cofece, como lo es estipular una barrera arancelaria temporal por la competencia ruinosa y las prácticas desleales del cine hollywoodense en contra de la industria cultural cinematográfica mexicana.
A esta situación, ya de por sí catastrófica, hay que agregar que el 56.26 por ciento de los filmes nacionales, es decir 440 largometrajes más, solo lograron su estreno en la Ciudad de México. Además, muchas de estas cintas pudieron proyectarse únicamente en alguna de las pequeñas salas de la Cineteca Nacional, quedándose sin exhibir en los 31 estados restantes del país. A todos los involucrados se les restó posibilidades para comunicarse con sus públicos y aumentar las posibilidades de recuperación de sus inversiones.
A la república mexicana solo llegó un promedio de 34 películas mexicanas al año. En otras palabras: de los 1,239 largometrajes producidos en la década, 897 no alcanzaron a ser vistos por los habitantes de las 31 entidades federativas del país (72.39 por ciento). Esto significa que únicamente 27.61 por ciento de la producción tuvo condiciones de exhibición para recuperar parte de lo invertido, y todo a causa de la invasión en pantallas del cine estadounidense de la Motion Picture Association of America (MPAA).
Desde hace cinco años se exhiben menos películas cada semana pero los filmes estadounidenses aumentan en el número de pantallas que usan por título. Consúltense los cuadros contenidos en el artículo “Urge la cuarta transformación en la Ley del Cine Mexicano”, por un lado, y véase también el cuadro número tres en esta entrega, donde se destaca que con solo seis títulos al año se ocupa, cada dos meses, más del 60 por ciento del total de las pantallas existentes. En 2014 la cinta Transformers: Age of Extinction ocupó el 72.73 por ciento y ya para 2018, Avengers Infinitum War saturó el 92.68 por ciento del total. La situación se agrava aún más en el verano fílmico.
Este modelo de saturación se consolidó a partir de 2013 cuando concluyó la transformación digital de las salas de cine en México y se eliminaron las costosas copias analógicas en 35mm, cuyo costo promedio era de mil dólares. Cantidad que requería un mínimo de 1,300 espectadores solo para recuperar la inversión de la copia. Este costo hacía pensar a los distribuidores estadounidenses de la MPAA sobre el número de copias consideradas para el lanzamiento. En 2012 y 2013 el máximo promedio fue de 500 copias por título, lo que representaba solo el 10 por ciento de los cines en el país.
A partir de 2014, cuando se solidificó la exhibición digital y el costo de los Digital Cinema Paquet (DCP) se redujo a cien dólares (en promedio por pantalla), se propició un cambio de modelo de lanzamiento de estreno y se pasó a la dinámica de estrenos masivos con el propósito de saturar las salas de exhibición con un solo título. Fue una estrategia impulsada por las distribuidoras de la MPAA para eliminar a la competencia con estas malas prácticas comerciales. Se pasó de los estrenos de unos cuantos cientos de copias a otro de miles, ya que ahora con solo cien espectadores se recupera el costo de los DCP.
Todo esto se encuentra a la vista de todos y lo padecemos diariamente al momento de tratar de seleccionar la película que queremos ver. Recientemente, me acaba de suceder con la cinta mexicana 108 costuras, del director Fernando Kaliffe. La elegimos, después de ver nuestros tiempos disponibles; consultamos tanto el periódico como el sitio electrónico de la empresa exhibidora, y cuando llegamos al cine ya no estaba programada la cinta que deseábamos ver. Por presión de quienes me acompañaban, decidimos ver lo que estuviera disponible en el complejo fílmico en el siguiente horario, que sería en los quince o treinta minutos siguientes. En este caso fue El Guasón que ocupó el 74.47 por ciento de todas las pantallas de cine del país y que en su primer fin de semana obtuvo 4,313,211 espectadores. Esto dio un promedio de 851 espectadores por pantalla que, dividido entre los tres días que se exhibió (viernes, sábado y domingo), nos arroja la cantidad de 283 espectadores por día/pantalla; este número, dividido entre 5 funciones al día, nos da el escaso índice de asistencia de 56 espectadores por función. ¿Cual súper éxito? En realidad es un modelo de negocio depredador que afecta a sus competidores: el cine mexicano y el cine del mundo.
Los “únicos” que no se dan cuenta de este tipo de abusos, como es la competencia ruinosa, son las autoridades mexicanas encargadas de impedirlo: Cofece, la Procuraduría Federal del Consumidor, el Instituto Federal de Telecomunicaciones, el Instituto Mexicano de Cinematografía y la Dirección General de Radio Televisión y Cinematografía, las cuales se encuentran en el “nada ven, nada saben y nunca actúan” como debería ser su obligación por disposiciones en la Constitución Política Mexicana y las leyes en la materia.
vicmanugal@hotmail.com
13 de octubre de 2019.
Notas.
(1) Revista Toma No 13, noviembre-diciembre, 2010, Mariana Cerrilla Noriega.
(2) Virtual Print Fee (VPF), impuesto creado por un particular y establecido por los exhibidores sobre la copia digital que deben pagar los productores de las películas para poder utilizar los cines.
Víctor Ugalde
Víctor Ugalde es guionista, director e investigador de cine. Coautor en las obras Anuario de la exhibición en México (Filmoteca, UNAM, 1984); Bye, bye, Lumiere (UdeG, 1994), ¿Yankees, Welcome?; Industrias Culturales y TLC (RMALC,2000); TLC, la otra conquista?; y TLCAN/Cultura ¿Lubricante o engrudo? (UAM/UANL, 2015). Además ha publicado en las revistas Cámara de CANACINE (Primera época), Estudios cinematográficos (del CUEC), Dicine, El Universo del Búho y Revista Toma, entre otras. Ha escrito o dirigido más de diez películas como El extensionista (1989/35 mm.), ¿Me permites matarte? (1992/35 mm.), Hoy no circula (1993/35 mm.), La prima (2018/HD) entre otras. Actualmente es Presidente del Observatorio Público Cinematográfico “Rafael E. Portas”.