Estaba muy preocupada por papá. Tiene 76 años y se resiste a quedarse en su casa. Le gusta pasear o visitar a sus amigos. Nunca podrá aguantar el confinamiento. Entonces, le recordé que tenía ganas de contar las historias de sus antepasados. Le propuse que narrara la vida de todos sus ancestros. “Yo me encargo de archivar este material. Así tendremos un libro familiar”, prometí. Mi padre, feliz, accedió. Sonreí porque mi padre no se puede resistir a la fascinación de las historias, menos aun cuando él es el narrador. Desde entonces, mi papá está encerrado en casa, en manos de sus recuerdos, convirtiéndose en un libro. (Alexandra Domarchi).
