Pablo Arturo López Guijosa tiene 30 años y la mitad de su vida la ha dedicado a viajar por el mundo. Un día se preguntó: “¿si yo fuera un extraterrestre qué tendría que ver para entender al pequeño planeta azul, su naturaleza, su historia y su cultura?” Tomó como referencia la Lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y emprendió viajes con el objetivo de conocer los más valioso y significativo del globo, fotografiarlo y compartirlo. Lo que comenzó como hobby derivó en un blog, un espacio en Instagram, el paso de un biólogo en influencer del turismo cultural y un modo de vida. Su proyecto Chasing world heritage está por convertirse en marca. Para un millennial como este joven explorador del siglo XXI, el mundo después del Covid-19 se replanteará la manera como viajamos. Y en ese entorno, su proyecto ofrece más una oportunidad que una crisis.
El contexto
Diciembre de 2019: El turismo aporta el 10.4 por ciento del PIB mundial, su contribución asciende a 8.8 billones de dólares (7.7 millones de euros); genera uno de cada diez empleos y alcanza ya un crecimiento de 3.9 por ciento anual. Sólo en España, en diciembre de 2019 el turismo aporta el 12 por ciento del PIB y genera el 13 por ciento de empleos. Según la UNESCO, el turismo cultural abarca el 40 por ciento del total.
Abril de 2020: Un virus recorre el mundo, encierra a sus habitantes, pone en jaque a los sistemas de salud, a las economías, a las aerolíneas, los hoteles, los restaurantes… la industria turística se paraliza. Las ferias de arte se cancelan, las dedicadas a los libros, también. Según el Consejo Internacional de Museos (ICOM), que lanzó un comunicado de auxilio el pasado 2 de abril, sólo en Italia se espera que el sector cultural pierda 3 mil millones de euros el próximo semestre, mientras que España perderá 980 millones sólo en abril. El Museo del Prado, donde el 70 por ciento de visitantes son turistas internacionales, calcula pérdidas de 5 millones de euros en taquilla, que es su fuente principal de ingresos, en solo tres meses de paro por la pandemia. Por su parte, la Alianza Estadounidense de Museos estima que un tercio de los espacios museográficos en ese país no volverán a abrir sus puertas y miles de profesionales quedarán desempleados. En nuestro vecino país del norte, los museos pierden cada día 33 millones de dólares y el MOMA de Nueva York tuvo que despedir, por tiempo indefinido, a todo el personal de servicios educativos.
Otro indicador: Lonely Planet, la emblemática guía de turistas creada en 1973, cierra sus oficinas en Melbourne y en Londres. Convertida en el más grande editor de guías de viajes, la compañía ocupaba el 31.5 por ciento del mercado cuando la primavera de 2020 detuvo sus planes. Sobrevivió los ataques del 9/11 a Nueva York y el Tsunami de 2004 en Indonesia, pero hoy vislumbra un futuro incierto.
Un reciente comunicado de la UNESCO, titulado “Cultural emergency”, informa que un 80 por ciento de los sitios que integran la Lista del Patrimonio Mundial están cerrados.
Influencer del turismo cultural
En medio de este panorama, tiene lugar la entrevista con Pablo López Guijosa, vía Skype debido al confinamiento obligado por el coronavirus. De sonrisa fácil, el biólogo egresado de la UNAM con una maestría en Manejo Ambiental por la Universidad de Queensland, en Brisbane, Australia, y estudios en Helsinki, Finlanda, nació en México en 1990. Habla español, inglés, francés y finlandés, ha conocido más de 80 países y casi 300 sitios de lista del Patrimonio Mundial como puede apreciarse en su blog, pero a él no le interesa hablar del número de lugares, lo importante, dice, es el significado que tienen en la vida de la gente.
Todo comenzó cuando tenía 17 años, egresó del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Naucalpan y viajó con sus abuelos a Quebec, Canadá. Ahí se topó con un monumento que contenía el logo: “Patrimonio Mundial de la Humanidad” y se preguntó que sería aquello. Después ingresó a la UNAM y en Ciudad Universitaria se encontraba a cada rato con anuncios de viajes a precios muy accesibles. Empezó a recorrer México: Quintana Roo, Chiapas, Veracruz…y se dio cuenta que la mayoría de los lugares que llamaban su atención estaban catalogados en la lista de la UNESCO. Narra: “Conocí mucha gente de otros países, estudiantes extranjeros de intercambio en Ciudad Universitaria. La opción para viajar eran las becas de movilidad, así que apliqué y así llegué a Helsinki, donde viví un semestre. Entre todas las materias, Biología de la Conservación me atrapó. Pero antes de llegar, viajé durante dos meses; conocí Italia, Francia, Portugal, después me fui al norte y finalmente al centro, Alemania, República Checa… Un amigo allá me mostró un gran libro sobre Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, con excelentes fotografías, y comencé a viajar con esa referencia en mano, con mi cámara lista y con el deseo de conocer más y más; fui a Rusia, luego a Suecia…”.
El rostro de Pablo en la pantalla se enciende de entusiasmo mientras narra sus viajes. De vuelta en México se dedicó a recorrer el norte del país, y luego siguió con Guatemala, Belice, Honduras…
La siguiente etapa tuvo lugar cuando vivió dos años en Australia durante la maestría: “En ese tiempo viajé al sudeste asiático, a Nueva Zelanda, las islas del Pacífico. Ya para entonces me guiaba por una aplicación en mi celular que me guiaba a los sitios naturales, culturales, mixtos…. de la lista de la UNESCO, y a mi regreso a México seguí conociendo sitios. Después fui a la India, también he estado en Medio Oriente y África…”.
Pablo platica cada uno de sus viajes, los monumentos, las ciudades, los mares y montañas, las selvas… Sus rutas evolucionaron del “touch and go” como él dice, a la búsqueda de significados, narrativas y relaciones entre uno y otro sitio, sus valores arquitectónicos, artísticos y culturales, su sentido sagrado, su carácter único. Se dio cuenta que la lista de la UNESCO “es una etiqueta de mercadotecnia”, pero muy útil y fundamentada.
Ajustes a la vista
Le pregunto qué cambios ha visto de 2007 a la fecha en la forma de viajar.
“El primer cambio es el tecnológico. Sobre todo el uso del teléfono celular. De los itinerarios largamente planeados, las agencias de viaje, las reservaciones hechas con antelación y las guías impresas, ahora llegamos a los sitios para buscar hospedaje, información y transporte ahí mismo, con el móvil y el GPS.
“El segundo consiste en el abaratamiento de los viajes. Llegué a volar a Londres por un euro. Los vuelos bajaron de costo de manera increíble. Viví en Suiza todo 2017 trabajando en un organismo internacional. Para entonces ya había aplicaciones como Flixbus (compañía de bajo costo para viajar por autobús en Europa), con ella llegué a ver cinco países por 20 euros, viajando de noche y ahorrándome el hospedaje. Surgió también el Coachsurfing, una aplicación para hacer actividades con gente local. Te ofrecen un sofá donde dormir y una experiencia local. Es como Airbnb pero gratis, y así se conoce el modo de vivir de la gente, lo que le da un sentido distinto al viaje.
“El tercer factor de cambio es la temporalidad. En mi generación hay gente que ahorra dos o tres años para dedicarse a viajar, se da el tiempo para eso”.
Mientras vivió en Suiza, Pablo se dio el tiempo para seguir sus viajes y tomar cursos en línea con la idea de entender cómo funciona el turismo sostenible en relación con el patrimonio. Cómo manejar las redes sociales, la mercadotecnia digital y el oficio de storytelling. Por eso, tiene un punto de vista crítico ante ese turismo masivo y depredador que busca la selfie y no el conocimiento, que desplaza a las comunidades locales de sus sitios, que destruye el patrimonio. Le quería dar un sentido a sus viajes y a sus fotografías y empezó con un blog (https://chasingworldheritage.com) que desde entonces alimenta permanentemente. Se volvió una referencia, primero con sus amistades y después para agencias de viajes y ciudades patrimonio de la humanidad, vía Instagram.
“Antes yo iba a las oficinas de turismo por información. Ahora me buscan, también las organizaciones que representan los sitios. Por ejemplo, Luxemburgo me contactó para hacer un registro de su aniversario como Patrimonio de la Humanidad y trabajé para el gobierno de la ciudad. Ahí me di cuenta que lalgunos gobiernos de las ciudades tienen presupuesto para marketing pero no saben cómo usarlo, entonces buscan a influencers y bloggeros. Hay instagrameres con miles de seguidores para promover restaurantes, pero en cultura y con este tema, no. Hay compañías que venden recorridos por sitios patrimonio de la humanidad, pero son carísimos. Llegan hasta lugares inaccesibles como la isla de Okinoshima en Japón, controvertida porque sólo pueden entrar hombres, una vez al año, cada 27 de mayo, pero antes deben desnudarse y bañarse en el mar para purificarse. O la Surtsey Island en Islandia, cuyo acceso está prohibido porque apenas nació el siglo pasado y está bajo investigación científica… La misma UNESCO difunde los sitios pero en un tono muy técnico y formal, lo que yo hago es una descripción de su importancia, pero también hablo de mi propia experiencia”.
Pablo no disimula su pasión. Dice que ahora le interesan los recorridos por sitios del patrimonio mundial pero con lecturas determinadas, relacionar una ciudad con otra, un artista con otro… Más que la monumentalidad o el rating de los sitios le atrae su significado profundo en la vida y la cultura de la gente. Así describe, como si estuviera en Bulgaria, la pequeñísima capilla de Boyana con frescos del siglo XI; el Palacio Stoclet en Bruselas, diseñado por Joseph Hoffman, fundador del Movimiento de Secesión, con frescos de Gustav Klimt; o la Casa de Luis Barragán en la ciudad de México que, dice, “no está en las guías turísticas pero tiene un inmenso valor para entender la arquitectura moderna”.Pablo vivió el incremento del turismo masivo en sitios con Efeso en Turquía o en Ankor Wat, Cambodia. También atestiguó el caso de Egipto y el paso de las muchedumbres y los cruceros repletos por el Nilo al vacío de turistas después de la revolución.
¿Qué sigue para el turismo cultural y tu proyecto después del Covid-19?
“Por el miedo y la situación económica, lo más probable es que la gente dejará de viajar un rato; pero pasará el tiempo y volverá a hacerlo, aunque de forma diferente. Creo que el momento nos ofrece una oportunidad para replantearnos cómo vamos a aprender, cómo vamos a viajar y qué haremos durante el viaje, se buscará algo más auténtico.
“Para mí, sigue convertir Chasing Word Heritage en marca, me estoy preparando para promover viajes con causa a los sitios patrimonio de la humanidad. Me gusta la idea de irle quitando superlativos como outstanding al patrimonio, porque en realidad el significado de un sitio para cada persona es subjetivo, va por ahí. También se hará más importante la virtualidad. Ahora mismo, los museos y las instituciones culturales están trabajando así durante el confinamiento”.
La virtualidad, la fotografía, Instagram y el blog siguen en el trabajo de un joven viajero del siglo XXI. Ya hoy tiene una invitación a Bruselas. Nos reinventaremos, asegura.
Adriana Malvido
Periodista y escritora. Estudió Comunicación en la UIA. Inició en el diario unomásuno en 1979 y en 1984 fue cofundadora de La Jornada donde se especializó en reportajes de investigación en cultura. Ha colaborado en Proceso, Cuartoscuro, la Revista de la Universidad de México y Milenio. Actualmente publica su columna semanal “Cambio y Fuera” en El Universal y colabora en el suplemento Confabulario. Es autora de nueve libros, entre ellos, Nahui Olin, la mujer del sol; Por la vereda digital; Zapata sin bigote; La Reina Roja; Los náufragos de San Blas; El joven Orozco, cartas de amor a una niña y el más reciente: Intimidades, en coautoría con Christa Cowrie. En 2011 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, en 2018, el Premio Pen México a la excelencia periodística y en 2019 fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez en la FIL Guadalajara.