Coronacrónicas antivirulianas: Otros mundos

Mi madre no le tenía miedo a la muerte. Estaba segura de que resucitaría, hermosa, a sus 30 años. Ahora que tengo en casa sus cenizas, y que se respira tanta incertidumbre, creo que de estar viva me hubiera dicho que el infame coronavirus era una señal de que se acercaba el fin del mundo. Estos días la extraño aún más, si es posible, porque a su lado una podía enfrentar sin temor el apocalipsis, y echo de menos también a mi perra Uma, cuyas cenizas están junto a las suyas por si llegara a fallar su plan de despertar en otro mundo, una tierra de abundancia donde los justos vivirán felices. Así nunca le faltará consuelo. (Silvia Isabel Gámez).

 

Foto: Silvia Isabel Gámez

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