Crisis de la política cultural en México (I)

El presidente López Obrador y la secretaria Frausto no han definido con claridad una política nacional de cultura, ni tienen al parecer intención de hacerlo. (Foto: Instagram de @alefraustoguerrero).

Muchos nos hemos preguntado lo que significa que el Estado mexicano no tenga interés en la planeación del desarrollo y en la elaboración de programas de los distintos sectores de la acción pública. En lo personal, y ojalá me equivoque, creo que no existe la menor intención de presentar los programas que por ley debió haber hecho públicos el gobierno federal en enero pasado. Me explico esta situación por cuatro razones.

La primera es que el presidente de la república y su entorno inmediato consideran que la planificación es innecesaria. Las líneas de gobierno ya están dadas: redistribución del ingreso, lucha contra la corrupción, relanzamiento de las empresas estatales, universalización de los servicios, moralización de la vida pública y privada, priorización del ataque a los factores causales de los problemas sociales más que a sus síntomas, entre los más importantes objetivos. ¿Para qué planificar estos propósitos si la sociedad en general los comprende y apoya?

Se acompaña esta consideración con una segunda que piensa que la entronización de la planificación del Estado se dio a la par de la instauración del neoliberalismo, que puso el acento en la gestión para rodear sus perversos fines de un aura de racionalidad que ahora es necesario desmontar.

Una tercera razón es que los criterios de planeación y evaluación de las políticas públicas no son los apropiados para impulsar un verdadero desarrollo, justo y sin desvíos. El “yo tengo otros datos” es en efecto una expresión de que los criterios en los que se ha basado la acción de gobierno son insuficientes y encubridores: crecimiento no es desarrollo, empleo no es lo mismo que ocupación, descentralización no es un factor de eficiencia, subsidiaridad no es desarrollo local, autonomía no es libertad para gobernarse sino para corromperse, la división de poderes no es garantía de control del Estado… Hay que producir una revolución en el sentido de la acción pública y eso no es posible si se asume el lenguaje de la planificación.

Por último, puede ser que se piense que planificar es sencillamente una pérdida de tiempo.

En el caso específico de cultura puede ser que existan otras razones cercanas a las anteriores. Tras 30 años de planificación cultural nunca se han medido en realidad sus resultados y no hay intención, parece ser, de hacerlo ahora. O puede ser que el proyecto de una política cultural que nazca desde abajo haya supuesto tal dificultad que no ha sido posible encontrar el hilo para generalizar el amplio conocimiento de los problemas locales y comunitarios para dar a luz una política nacional. En fin, estamos en una situación de gran obscuridad en este terreno y todo esto puede hacer pensar que tanto las políticas públicas como las políticas culturales en particular estén en un momento de definición o tal vez de crisis.

En 2018, el sociólogo Per Mangset de la Universidad de Telemark en Noruega publicó el artículo “The end of cultural policy?“, en donde hace una interesante reflexión sobre las políticas públicas de cultura en las democracias occidentales. Observa que estas últimas no se adaptan a las grandes transformaciones que viven las sociedades contemporáneas, lo que produce desafíos importantes a las políticas culturales. El profesor Mangset presenta siete escenarios problemáticos de las políticas culturales:

  1. Parece ser muy difícil la democratización de la cultura.
  2. Las autoridades públicas apoyan sistemáticamente instituciones culturales que se pueden considerar obsoletas.
  3. Los artistas profesionales viven en condiciones de precariedad económica a pesar de los planes de apoyo público.
  4. Las políticas públicas de cultura son predominantemente nacionales a pesar de la globalización de la producción y distribución cultural.
  5. Las autoridades públicas justifican el incremento de las subvenciones a la cultura en razón de los efectos benéficos que el arte y la cultura podrían tener más allá del propio campo cultural; sin embargo, es posible argumentar que tales efectos podrían ser iguales o mayores si los recursos se aplicaran en otros campos sociales.
  6. Un sector cultural público específico puede parecer que encarcela la cultura en una jaula de hierro burocrática.
  7. Por último, se podría proponer que una política cultural pública no tiene sentido en un período de estancamiento de las competencias públicas.

¿Será posible considerar algunas de estas razones en la base de la negativa a planificar la cultura en México y, por tanto, que estemos presenciando el fin de la política cultural? En la siguiente entrega consideraremos si algunos de estos argumentos calzan con la situación mexicana y cuáles podrían ser las consecuencias.

 

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