Cuando el futuro alcance a la arqueología mexicana

Diego Prieto Hernández
Diego Prieto Hernández, director del INAH, acude con regularidad a las “mañaneras” para informar sobre la labor arqueológica en el Tren Maya. (Imágenes tomadas de Boletín INAH 167 del 27 de marzo 2023).

La arqueología mexicana es una ciencia social compleja en constante cambio y llena de contradicciones. Es muy probable que en realidad tengamos que hablar de muchas arqueologías mexicanas dependiendo de la política aplicada, los posicionamientos y acciones. Las diversidades arqueológicas son tangibles cuando uno revisa las expresiones y comunicación social en redes sociales o proyectos impulsados; por esa misma razón siempre debemos observar con cuidado dónde estamos parados y hacia dónde se encaminan los rumbos directivos, presupuestales y discursivos.

Debemos reflexionar qué estamos haciendo y cómo se percibe en la opinión pública. En esa reflexión tendríamos que ser conscientes de muchos factores, pues la arqueología mexicana nunca ha caminado sola, siempre ha estado atravesada por intereses varios, de lo político hasta lo económico y eso le llena de distintos entramados conflictivos: pensemos en la arqueología idealizada y romantizada y veamos sus implicaciones públicas.

En este sexenio la arqueología e historia han estado muy presente en la opinión pública, ya sea por parte de la propia labor institucional, por el posicionamiento de proyectos clave para la presidencia o por la dinámica social abierta que siempre tiene interés por los temas del pasado y su huella material. Baste mencionar los ejemplos de salvamentos arqueológicos en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y por las obras del Tren Maya, además de todo lo que se reporta diariamente en los boletines del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Sin dejar de contar las palabras que se le dedican en cada conferencia matutina.

El panorama actual no deja de recordarnos los intereses sobre los dos años de labores de salvamento arqueológico en el Tren Maya, un trabajo monumental a contrarreloj que cuenta ya con miles de vestigios y artefactos arqueológicos recuperados. Sin embargo, reflexionando desde la percepción arqueológica propia, no se puede dejar de pensar en la pregunta ¿y luego qué va a pasar?

Muchos hallazgos se han reportado y eso es importante sin duda, pero los antecedentes de megaproyectos arqueológicos en México indican el Talón de Aquiles de la arqueología mexicana: la planeación. La preocupación es latente, pues están documentadas algunas de las deficiencias que pueden acontecer en proyectos a gran escala.

El trabajo de la periodista María Elena Matadamas Jiménez en su libro La historia extraviada. Arqueología mexicana en el umbral del siglo XXI es sintomático, pues muestra que ni la gran cobertura mediática o los super presupuestos asignados desde presidencia salvó a la discontinuidad de los trabajos de investigación, dejando trabajo inconcluso y sin cumplimiento de metas asignadas. En la mente deberíamos tener esa serie de proyectos especiales entre 1992 y 1994: Teotihuacan, Monte Albán, Chichen Itzá, Filobobos, Cantona, Xochitecatl, Dzibanché, Kinichná, Kohunlich, Xochicalco, Tonina y Calakmul que aún tienen cuentas pendientes respecto a sus resultados. Veremos si estos no son acontecimientos que se repitan y ahí está un reto a futuro.

Pasando un poco por otros temas también no debemos dejar de observar el ecosistema cultural, las interacciones que tiene el INAH con sus contrapartes y/o superiores de área, como la Secretaría de Cultura. Ahí sin duda hay afinidades ideológicas que se traducen a hechos concretos en las propias acciones culturales respecto al patrimonio cultural. Sin embargo, nuevamente quedan pendientes actos más allá de lo simbólico: planificaciones conjuntas que sean visibles y que unifiquen los esfuerzos interinstitucionales.

Es irónico en muchos sentidos, porque ahí aparece nuevamente la planeación como un mal que aqueja al elefante institucional. Aunque existan acuerdos o incluso convenios hay un gran déficit laboral en el gremio de ciencias sociales, sólo por mencionar un ejemplo: el propio INAH tiene injerencia en la formación de guías de turismo, pero hay un estado de malestar entre especialistas de área que observan malas aplicaciones en los contenidos difundidos y divulgados por esta vía.

Incluso existe una cerrazón laboral turístico o de comunicación hacia los profesionistas en humanidades, una ventana poco habilitada que podría generar oportunidades en jóvenes de carreras afines, la situación es complicada pues a pesar de tener la validación de estudios, el ejercicio desde esas carreras hacia la ventana turística o de comunicación contempla una sobre validación curricular que tendría que revisarse con cuidado.

Si nos preguntamos ¿cómo será la arqueología del futuro o hacia dónde apunta? Podríamos pensar en un horizonte en donde desde la ciencia social se pueda responder y aportar a los problemas actuales, no sólo como actividades secundarias, sino como verdaderos caminos ante el desecho de materiales sólidos, planeaciones en gestión del patrimonio cultural o incluso de la organización social, se podría pensar antropológicamente. La arqueología debería ser muchas cosas más que su situación actual, sin olvidar las deficiencias presupuestales y de ejercicio claro está.

Y esto va encaminado a que la arqueología tiene que buscar un sentido comunitario y además con salidas que sustenten su propio quehacer, no se trata de trabajar por amor al arte. Mucho de lo que se hace en la práctica diaria impacta a las localidades con las que se interactúa y tenerlo presente puede ser un camino para el mejoramiento de la comunicación social y de las negociaciones en la estructura social e institucional.

Finalmente, nuestros pensamientos tienen que encaminarse en pensar en un panorama donde la arqueología no esté arraigada al centro del país. Es un tema que se ha discutido lo suficiente, pues los modelos históricos, arqueológicos y sociales están ligados directamente a una centralización que es cuestionable en muchos sentidos y nos deja huecos de incertidumbre en el actuar de los diferentes niveles de gobierno.

¿Cómo deben ser las arqueologías mexicanas del futuro?

El futuro nos está alcanzando, la arqueología mexicana está en un estado de análisis propio. Quienes nos dedicamos al estudio arqueológico tenemos nuestras mentes centradas en los pasados y en sus herencias culturales, y muchas veces sólo despertamos cuando hay conflictos laborales o sociales que afectan la cotidianidad, pero ¿realmente pensamos como solventar esos problemas?

La respuesta es múltiple, sí y no. Todo radica en cómo debería ser la ciencia social alcanzada por un contexto social más rápido. Poner atención en las planeaciones y la integración social de la arqueología es fundamental para dar el paso de ser un instrumento de estado nación a un análisis real de las facetas culturales del país. El camino es complicado sin saber dónde estamos parados y cuáles son nuestras condiciones, ir trazando la ruta en un mapa es más que una obligación hoy en día.

Para llegar a eso falta mucho y las acciones en las cuales se enfocan esas arqueologías se contraponen a la política pública de los megaproyectos al menos como los hemos visto hasta ahora, ¿a dónde vamos a parar?

La zona arqueológica de Edzná ha recibido presupuesto y
mantenimiento a raíz de los trabajos asociados al Tren Maya y el impulso de la
zona.

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