Cuando la moral se impone a la ley

Una de las prioridades del gobierno de López Obrador es la atención de los pueblos indígenas. En sus giras, se reúne con representantes de las comunidades y participa en sus rituales. En la imagen, durante su reciente visita a Chihuahua. (Foto: Instagram de @gobmexico).

Cuando la moral se impone a la ley

Han sido días difíciles para todos. Los acontecimientos de Culiacán han terminado golpeando todas las convicciones: las de los guardianes de la ley, las de los que violan la ley, las de quienes estamos presenciando el ir y venir de la vida pública tratando de entender las claves de significación que la rigen.

A lo largo de su trayectoria, el ahora presidente López Obrador ha sido un político diferente, casi siempre dispuesto a privilegiar sus opiniones políticas, lo que llama sus principios, sobre las pautas tradicionales o comunes de la actividad de gobierno. Contribuyó a templar su manera de ver la cosa pública su historia personal y los duros acontecimientos que ha vivido en su lucha por la presidencia de la república. López Obrador es inentendible si no se reconoce que es producto del desafuero al que fue condenado en abril de 2005 siendo jefe de gobierno del Distrito Federal, de sus tres campañas presidenciales, de su seguridad de que un fraude le privó de la presidencia en 2006, del vacío de que fue víctima en los medios informativos, del alimento permanente de figuras marcadas por su resiliencia como Benito Juárez o Francisco I. Madero, posiblemente de su fe religiosa y de su sincera preocupación por los pobres y los desamparados. Todo esto ha marcado su modo de hacer política en una forma totalmente distinta a la de sus competidores e incluso a la de las figuras más sobresalientes de la corriente que él encabeza.

¿Cómo caracterizar a López Obrador como político? Hace casi trece años el politólogo y periodista David Rieff, que siguió en 2006 su campaña en el sur de México, publicó el artículo “Sobre López Obrador”, que hay que releer para tratar de entender lo que actualmente sucede en la política y en la cultura en México.

El primer problema era la caracterización de López Obrador como político y su forma de acción pública. Al parecer, escribió Rieff, “esta no era una elección, sino el advenimiento de un salvador por largo tiempo esperado. E incluso los más seculares de entre nosotros comprendemos que no existen otros contendientes cuando el acontecimiento en cuestión es el Segundo Adviento”.

Sería injusto, según Rieff, acusar al 30 por ciento que apoyó su campaña de mesianismo, pero desde ese momento se fraguó una alianza prácticamente incondicional entre el político López Obrador y los desencantados del sistema por su corrupción y su alejamiento de los problemas de los pobres, aunque sus propuestas fueran vistas por muchos como imposibles de realizar cuando llegara al gobierno.

Para Rieff, nada era más injusto en ese momento que acusar a López Obrador de comunista o de ser un espejo de Hugo Chávez. Sí era, en cambio, un populista, “tal vez el más talentoso que América Latina haya visto desde Perón”, pero “fuera lo que fuera, Perón invariablemente se presentaba en términos seculares (Evita era otro asunto), mientras que la presentación que hacía AMLO de sí mismo era la de un salvador, simple y llanamente (…) ante la gente, AMLO parecía cultivar su personaje de Cristo —el personaje de un hombre que redimiría al país o se sacrificaría en el intento—”.

Ahora que AMLO ha llegado al poder conviene revisar la conclusión del breve texto de Rieff cuando los ataques a su persona arreciaban, las calumnias se sucedían y López Obrador parecía tomar decisiones poco ortodoxas para un equipo de campaña, como la de no acudir a un debate presidencial televisivo: “Después de todo, ¿quién quiere a un salvador que juega de acuerdo con las reglas? López Obrador no es un salvador, por supuesto, como lo ha sabido todo el tiempo la mayoría de la gente más sensata del PRD. Tal vez sería más preciso decir que es un político inmensamente talentoso, un hombre que ha logrado, nos guste o no, encarnar tanto los sueños como los resentimientos de gran parte de los desposeídos de México (los intelectuales de izquierda, excepción hecha de Elena Poniatowska, lo apoyaron, aunque sin mucho entusiasmo). El problema para que México siga adelante —o al menos eso le parece a este extranjero— es que AMLO parece pensar que sí es el salvador; sus seguidores sin duda lo piensan”.

El arribo de López Obrador a la presidencia de la república tiene, como él se ha esforzado en mostrar, un sentido fundacional, como ocurrió con los revolucionarios que se hicieron con el poder a fines de la segunda década del siglo pasado, aunque muy probablemente estos últimos no envolvieron su política de tal convicción moral ni tampoco fue encarnada por una sola persona. López Obrador, en cambio, llega al poder investido de mesianismo y de un carisma que solo le corresponde a él. El partido Movimiento Regeneración Nacional es también un hecho único. Efectivamente representa un movimiento social y, como normalmente ocurre con estos, su legitimidad procede de la moral, del señalamiento de que las estructuras sociales, políticas o legales no alcanzan a cumplir con los anhelos de la sociedad y por ello reclaman una ampliación o reforma para que la agenda social, siempre creciente, tenga cabida en las políticas gubernamentales. Los gobiernos estructuralmente han respondido a los movimientos sociales con lo que el marco legal les permite. El choque entre la moral y la ley es el choque de los anhelos de la sociedad y la efectividad de un gobierno, y se resuelve con la permanente pugna de transformar la ley para que esta siga siendo el marco de referencia de todos los ciudadanos. Pero ahora que un movimiento social se ha hecho gobierno, la confrontación entre la moral y la ley se ha vuelto a veces ininteligible. El “no voy a reprimir”, es decir, el no uso de la violencia de estado, aunque esta sea legítima, ha marcado el primer año de gobierno y ha abierto una confusión de la que sin duda se han beneficiado o se pueden beneficiar sectores oscuros de la sociedad.

El privilegio de la moral sobre la ley siempre generará conflictos en una sociedad secular. Sara Sefchovich escribe “No a una Constitución Moral” y enuncia cuatro razones para ello: 1) el Estado no debe meterse en asuntos de los individuos como lo es la moral; 2) tampoco debe suponer que hay valores y principios que son justos y correctos y tienen que ser aceptados universalmente; 3) por otra parte, ya tenemos una Constitución y no hay por qué tener dos y, finalmente, 4) si se elaborara tal Constitución Moral qué seguiría: ¿perseguir a quienes no cumplan con las ideas ahí plasmadas de lo que es justo, correcto y bueno?

En general, ha sido un proyecto de muchos movimientos revolucionarios llevar los principios que les han impulsado más allá de las instituciones, que han buscado esculpirlos en los seres humanos produciendo un “hombre nuevo” que guiara su conducta por los ideales de fraternidad o de mística proletaria o revolucionaria. Pero también este proyecto ha servido para hacer tajantes distinciones en las acciones del poder derivando en acciones discriminatorias. Guiar un gobierno por la moral supone la amenaza de condenar a los inmorales y no solo en las diatribas cotidianas del poder, sino en sus mismas prácticas.

El privilegio de la moral sobre la ley es en la actualidad la manifestación más clara del desarrollo de una sociedad poslaica. Si Carlos Monsiváis se preocupó en sus últimos años por la deriva semirreligiosa de los gobiernos panistas y sus coqueteos con la Iglesia católica, lo que le llevó a escribir sobre ello y publicar en 2008 su libro El Estado laico y sus malquerientes (Debate/UNAM), hoy deberíamos igualmente preocuparnos por los planteamientos morales de un Estado que equipara su política con el cristianismo y que en su ingenuo coqueteo con prácticas religiosas vinculadas con la tradición popular pide permiso a la madre tierra para realizar sus proyectos de desarrollo. Para Monsiváis, el Estado laico tenía malquerientes —la Iglesia mayoritaria y la derecha—. Hoy, el Estado laico ve en la imposición de criterios morales sobre las leyes surgidas en las instancias parlamentarias un riesgo de cambiar los términos del debate sobre lo público y sobre la forma como se legitima el poder.

¿Qué efectos podrá tener este debate sobre la cultura? El mayor desde mi punto de vista puede ser su instrumentalización moral. Ya presenciamos el primero de diciembre de 2018 un rendimiento del poder público ante expresiones religiosas tradicionales. Al tratarse de religiones subordinadas, la preocupación aparentemente fue menor, e incluso se presentó como humildad y reconocimiento del México profundo, pero no podemos dejar de preocuparnos ante una tendencia que busca privilegiar la moral frente a la ley y supeditar los derechos de todos a los valores de una fracción de la sociedad.

nivon.bolan@gmail.com

4 de noviembre de 2019.

 

Share the Post: