Cultura para fortalecer la democracia

Palabras para la presentación del Diálogo por el sector cultural.

 

Nueva cita para la historia del sector cultural. De izquierda a derecha, Angélica Abelleyra, Ruth Alejandra López, Ana Francis Mor, Consuelo Sáizar y Adriana Malvido. (Fotografía, acervo GRECU).

 

Desde hace un siglo la política cultural que ha impulsado México ha sido objeto de atención y reconocimiento. En nuestro país la cultura no ha sido un factor secundario en nuestro desarrollo, aunque sí ha pasado por distintos momentos de interés por parte del estado, creadores y ciudadanos.

Durante gran parte del siglo XX la trascendencia de la política cultural, digamos la alianza entre el estado y la cultura para la producción de bienes y servicios culturales, se sostuvo en la consolidación de un proyecto nacional arraigado en las culturas originarias, el patrimonio y las tradiciones populares de México. Hubo también importantes apoyos a la creatividad y desde luego la formación de instituciones que debían canalizar los intereses de artistas y ciudadanos para acceder a esos bienes.

A partir de los años ochenta (y pongo la Mondiacult de 1982 como un punto de referencia), el papel de la cultura en México se asoció con la transformación democrática del país y con ello se fraguó una nueva alianza, la de la cultura con las fuerzas comprometidas con la destrucción del autoritarismo y el sistema de partido prácticamente único. La cultura se asoció con este proyecto de una manera decidida y con su agenda propia que ahora no se basada en el nacionalismo cultural sino en la apertura hacia el pluralismo y la diversidad. La alianza de la cultura con la democracia era un proyecto que expresaba un apoyo mutuo. Había que desmontar el sistema autoritario estatal y, la cultura, al demandar el fin del integrismo cultural y la apertura a la diversidad, prestaba un servicio necesario y al mismo tiempo fortalecía su propio papel y prestigio en la sociedad y en el campo creativo.

A fines del siglo XX el reconocimiento de México como un país pluricultural y, en los primeros años de este siglo, la integración de los derechos culturales en el deber ser del estado y sus instituciones pareció culminar este proyecto.

Al discutir hoy las propuestas sobre cultura de las tres candidaturas a la presidencia de la república podrían asumirse varias posturas. Presento dos posibilidades sólo para tratar de poner enfrente el contexto en el que se puede realizar este debate.

Una posibilidad es la de asumir una cierta normalidad en las políticas públicas de cultura en el sentido de que éstas están dictadas por nuestra legislación -la Constitución, la Ley General de Cultura y Derechos Culturales, las distintas leyes que rigen aspectos específicos de la actividad cultural e incluso las leyes de planeación, etcétera- y en este sentido lo que hay que discutir es cómo ser más eficientes, cómo logar los mejores consensos, cómo aprovechar la experiencia alcanzada. En realidad, tiene mucho sentido este punto de vista si se mira que los planes de cultura elaborados en el país desde 1988 presentan una gran continuidad.

La otra actitud puede ser una posición dramática en el sentido de que hay necesidad de promover cambios radicales en la orientación de la política cultural, pensar que lo que se ha hecho ha afectado las posibilidades o es insuficiente para garantizar el acceso a la cultura de los ciudadanos y la expresión de los creadores, o que años de desarrollo cultural se encuentran en riesgo por abandono o el descrédito.

Eduardo Nivón Bolán, integrante del GRECU, durante su intervención.

 

Miradas bien estas posturas hay algo de verdad en ambas. No hay mucho espacio hacia donde moverse en la política cultural porque la legislación y las definiciones institucionales están claras, como ocurre, por ejemplo, en el campo del patrimonio. Y, por otra parte, hay algunos aspectos muy preocupantes en el terreno de la cultura por el abandono o descuido del sector público -no de ahora, también hay que decirlo- de algunas tareas cuya lista puede ser más o menos amplia y que muestran la necesidad de realizar algunos giros de timón.

Para los observadores de la política cultural la pregunta es si estas actitudes resuelven el encaje de la cultura en el Estado y la sociedad y para ello permítame expresar una preocupación por el desarrollo de nuestra democracia. El último informe del Latinobarómetro que es el observatorio independiente que desde hace casi 30 años estudia el desarrollo político de América Latina, advierte del deterioro de la democracia en toda la región por lo que tituló “La recesión democrática de América Latina”. En éste advierte de la pérdida de estima por la democracia en todos los países, aunque en México se observa un deterior mayor a la media latinoamericana. Por el contrario, crece la simpatía hacia el autoritarismo en general y un poco más en México que en el promedio. ¿Cómo contrarrestar esta situación tan compleja? La ampliación de la educación y el bienestar social son dos de los factores más relevantes. Pero no es suficiente. Un informe de la Comisión Europea. también del año pasado, nos ayuda a ver el vínculo concreto entre democracia y cultura y ésta es solo otra razón por la que es crucial que las actividades culturales sean inclusivas y asequibles. “En pocas palabras, dice el informa, la cultura es importante para las democracias sanas y comprometidas” (Culture and Democracy: the evidence).

Lo que hoy nos digan los representantes de las candidaturas que aspiran a la presidencia de la república, no sólo tiene que ver con los graves problemas que viven los creadores, con las necesidades de los ciudadanos en materia de cultura, con la mejora de nuestras instituciones culturales, sino también con el porvenir de nuestra democracia que sigue siendo frágil y en espera de consolidación.

Una vista general de la sede del diálogo, la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.

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