
El almario. El armario donde se guardan las almas. Desde que escuché tan bella imagen en un cuento grabado en un estudio de Radio UNAM, Eraclio Zepeda entró en mi vida. Corría 1986. Acompañaba a la productora Ana Laura Galeana, entonces responsable de la colección Voz Viva de México. Unos LP de colección, que luego pasaron a CD y ahora se tienen en línea. Era parte del programa de trabajo de la Dirección de Literatura, entonces a cargo del escritor Marco Antonio Campos, donde trabajaba como corrector de libros. El almario. Sigo sin construir mi almario.
No fue mi amigo. El gran “Laco” aparecía de vez en cuando en mis andares, casi siempre al lado de su esposa, la estupenda poeta Elva Macías. Ambos chiapanecos, de Tuxtla Gutiérrez. Tal oriundez me acercó a su obra. Tengo raíces chiapanecas, por mi padre. En estos días me topé con una edición reciente del volumen de cuentos Benzulul, de la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica. 69 pesos. Comenzó a circular en julio del año pasado. Reencontrarlo puso en relieve que “Laco” falleció en septiembre de 2015.
“-Quien dice la verdá tiene la boca fresca como si masticara hojitas de hierbabuena, y tiene los dientes limpios, blancos, porque no hay lodo en su corazón -decía el viejo tata Juan”. (Inicio del cuento Quien dice la verdad).

En las entendederas que tengo de Chiapas, sobresalen los informes que mi abuelo, Manuel Encarnación Cruz Acuña, rindió al presidente Álvaro Obregón, como gobernador interino del estado, por unas semanas, en 1923. En esas páginas que rescató mi entrañable amigo, ya fallecido, también en 2015, Miguel Hernández Olvera, del Archivo General de la Nación, revolotean las balas, los conflictos entre las comunidades indígenas, la ingobernabilidad, así como una campaña de intercambio de armas por caballos. Justo lo que permea, en la dimensión que le corresponde en las condiciones de escritura, al ramillete de cuentos de “Laco”.
Al estado sureño se le aplica la sentencia de que como Chiapas no hay dos. Sigo convencido de que se trata de un estado fuera de serie y de toda la lógica nacional. A estas alturas de la literatura de Eraclio Zepeda, tras diez años de ausencia, Benzulul es la confirmación de las particularidades de esa tierra que fue parte de Centroamérica, antes de anexarse en 1824, tres años después de consumada la Independencia.
“Esto jué entrando la nochecita; serían por ahí de las seis de la tarde, porque ya los zanates se dejaban caer como puñados de frijol sobre el zacatal. Yo tenía como dos diyas de no dormir, esperando que en cualquier momento el viento cambiara de camino y se llevara el ánima de mi tata que ya se andaba queriendo morir desde dos semanas antes”. (Inicio del cuento No se asombre, sargento).

Los recuerdos revientan con asombro en ese costado de la política que caracterizó al tuxtleco formado en la izquierda. Vivió el activismo y la polémica con sus grandes beneficios y costos. Recuerdo una llamada que le hice cuando fue secretario general de Gobierno (1994-1997), gestión entre el movimiento zapatista y dos gobernadores, Eduardo Robledo Rincón y Julio César Ruiz Ferro. Claro, era para pedirle un favor, ayudar a encontrar trabajo a mi hermano Jorge, entonces radicado en la capital chiapaneca. Nunca lo atendió.
Con el perfil sensacional para encarnar a Pancho Villa, con ese bigote que le singularizó, “Laco” actuó en la cinta de Paul Leduc Reed, México insurgente. También fue diputado. De la política, “Laco” se turnó a episodios en los asuntos culturales. En el Programa Cultural de las Fronteras, en tiempos del naciente Conaculta, su director general Alejandro Ordorica, lo invitó a dirigir el Festival Internacional de Cultura del Caribe mientras yo era responsable del Festival Internacional de la Raza, con sede en Tijuana. Ya en los albores del siglo XXI, me tocó como reportero en la sección cultural de El Universal, dar a conocer su designación como embajador de México ante la UNESCO, donde duró un par de años, tras un escandalazo en la Cámara de Senadores por la aprobación de su cargo. Tal adelanto periodístico le incomodó a la bancada del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y por su puesto al cuentista.
“Hermanito Cruz”, me decía tras verme aquí o allá. Quien formara con Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley y Jaime Labastida el grupo “La espiga amotinada”, a propósito de una obra colectiva, acumuló montones de reconocimientos. A diez años de su muerte, el Chiapas de Eraclio Zepeda sigue más revuelto, conflictivo, atrasado. Su herencia literaria sigue su marcha.
Honores a un ser que supo envolverse a plenitud en todos los frentes de sus luchas, asumiendo, como debe de ser, lo mucho bueno y lo poco conflictivo que salió de ellas.
“Mientras avanzaba por la vereda, una parte de su cuerpo se iba quedando en las marcas de sus huellas. Podría haberse quedado ciego de pronto (por una brujería de la nana Porfiria, o por un mal aire, o por el vuelo maligno de una mariposa negra), y a pesar de ello, seguir el camino hasta el pueblo sin extraviarse”.
(Inicio del cuento Benzulul).

Eduardo Cruz Vázquez
Eduardo Cruz Vázquez periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural. Estudió Comunicación en la UAM Xochimilco, cuenta con una diversidad de obras publicadas entre las que destacan, bajo su coordinación, Diplomacia y cooperación cultural de México. Una aproximación (UANL/Unicach, 2007), Los silencios de la democracia (Planeta, 2008), Sector cultural. Claves de acceso (Editarte/UANL, 2016), ¡Es la reforma cultural, Presidente! Propuestas para el sexenio 2018-2024 (Editarte, 2017), Antología de la gestión cultural. Episodios de vida (UANL, 2019) y Diplomacia cultural, la vida (UANL, 2020). En 2017 elaboró el estudio Retablo de empresas culturales. Un acercamiento a la realidad empresarial del sector cultural de México.