Carlos Fuentes “se volvió vampiro por dentro”, describe su hija Cecilia al narrar la hemorragia digestiva que acabó con la vida del escritor. Cuando vomitó sangre la madrugada del 15 de mayo de 2012, en lugar de irse al hospital, Fuentes se puso a leer, tranquilo, mientras esperaba a que despertara su doctor. Una hora después de ser internado en urgencias, a las 12:15, falleció. Silvia Lemus, su viuda, cuenta “cómo (en el traslado) se fue poniendo moradito, azul, agarradito de ella”, recordó Cecilia en una transmisión por Facebook.
Las emisiones de la primogénita del escritor, nacida en 1962, son seguidas por una legión fiel de amigos y lectores. Cecilia derrocha sinceridad; sin falsos pudores, responde a las preguntas de su público mientras despliega frente a la cámara los fetiches que conserva de su padre: la sábana-sudario que lo envolvía, unos viejos calzones, su cepillo de dientes… Hay quien le reclama por no “honrar” a Fuentes, pero también le agradecen que lo desmitifique; ella no se da por aludida: “Si alguien no respetó a la familia fue mi papá”, contesta. “Era la antihonradez emocional”.
Cecilia asegura que ella y su padre vivían en mundos paralelos. Si quería verlo, necesitaba pedir una cita, no podía llegar a su casa de improviso. A la productora de televisión, dibujante y diseñadora con su marca Dryink, no le gusta ver noticieros ni la política es un tema que le interese. “No importa cuánto nos quisiéramos”, dice, “no podíamos jamás coincidir en nada de qué hablar”.
Durante años, optó por hacerse a un lado. Pero con la publicación de Mujer en papel (Trilce, 2019), las memorias de su madre, la actriz Rita Macedo, que ella se encargó de recopilar y editar, ha irrumpido en la esfera pública y ya no piensa dejar que la “borren”. En su libro muestra a un Fuentes hipocondriaco, egoísta, con pánico aéreo, un perpetuo seductor y alguien que menospreciaba a México al grado, asegura Cecilia, de autodesterrarse en una tumba de Montparnasse. Una persona muy distinta al “héroe nacional” que insisten en mostrar su viuda y la agencia literaria Carmen Balcells, encargadas de cuidar su imagen.
“Yo quería dar una versión humana de mi papá, porque el Fuentes que se inventó con Silvia es una tomada de pelo”, aseguró Cecilia en una charla que sostuvimos hace unos meses. “Ese Carlos que ven fue real y era más simpático que ese otro que conocieron después; era un desmadre, disfrútenlo”.
La negativa de Lemus, poseedora de los derechos de autor, a que Cecilia reprodujera las más de 300 páginas de cartas y dibujos que su padre envió a Macedo dejó fuera del libro todo lo referente al boom latinoamericano, el movimiento del que Fuentes es considerado ideólogo y difusor. Su agitada vida literaria, la amistad con autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, no pudo ser incluida, y eso hizo que cobrara mayor realce lo que Cecilia llama “el chisme”, las infidelidades de Fuentes con sus “princesas”. Al escritor le afectó, según las memorias, el hecho de que varias de ellas se suicidaran —Gloria Candano, Patricia Ospina—: “Empezó a decir, con los ojos brillantes de excitación, que les traía ‘mal fario’”, escribe la autora con el humor negro que es uno de los sellos del libro. Cuando una tercera, Arabella Arbenz, también se quitó la vida, el impacto fue tremendo: “Carlos dijo que tenía que hacerse una limpia”.
Formas de vida
Un clásico de la época eran las llamadas toga parties, que el matrimonio ofrecía en su casa de Galeana, donde los invitados “bailaban alocadamente” envueltos en sábanas. No era raro, según escribe Macedo, que el anfitrión se acostara con alguna de las invitadas, aunque aclara que “nadie se atrevió nunca a lanzarse de lleno a una orgía”. Al término de la noche, el mismo Fuentes le relataba sus aventuras eróticas, a las que durante mucho tiempo la actriz no dio importancia, hasta que sintió que dejaba de respetarla. En el libro, el alejamiento ocurre tras sucesivos enamoramientos del escritor: “Su actitud con respecto a las ‘princesas’ había cambiado. En México, las tomaba a broma. En Europa, parecía tomarlas en serio”.
Esta versión de Fuentes complementa, ante la falta de una biografía, lo que solo son atisbos en obras como Historia personal del “boom” (Alfaguara, 1998), en la que María Pilar Serrano, la esposa del escritor chileno José Donoso, recuerda las navidades de 1971 en Barcelona, cuando ya reunidos junto a los Cortázar, los García Márquez y los Vargas Llosa esperaban el arribo de Fuentes con su acompañante: “Era el donjuán oficial del grupo, y no dudábamos de que, francesa o mexicana, su pareja sería sin duda despampanante. Y lo era: Rita Macedo, su esposa de entonces, la actriz mexicana, en quien, conociendo el corazón veleidoso de Carlos, no habíamos pensado”.
Macedo permaneció junto al escritor más de 15 años, desde finales de 1956 hasta 1972. En Aquellos años del boom (RBA, 2014), Xavi Ayén escribe que los sesenta fueron los “años europeos” de Fuentes —con estancias en París, Roma, Venecia, Londres— y los “más productivos” en cuanto a su literatura: La muerte de Artemio Cruz y Aura aparecieron en 1962, y Zona sagrada y Cambio de piel en 1967. La región más transparente, dedicada “A Rita”, se publicó en 1958.
Cuando la actriz conoció a Fuentes —“el amor de mi vida”—, había actuado en películas como Ensayo de un crimen, dirigida por Luis Buñuel, y se había convertido en empresaria teatral. Sus ingresos eran superiores a los del escritor, y lo apoyó para que pudiera crear su obra. Quienes lo conocieron en esos años, como Elena Poniatowska, decían que Fuentes “se tragaba el mundo”, escribe Ayén, mientras que el biógrafo de Gabo, Dasso Saldívar, afirma: “De tan cordial, profuso y explosivo que era, resultaba casi apabullante”.
Para Macedo, Fuentes y su mundo significaban un estímulo intelectual. Se acostumbró a la cultura, escribe en sus memorias, y el ambiente artístico comenzó a parecerle mezquino y vulgar. “Estaba muy contenta con el mundo pensante e intelectual de mi papá, y ahí quería quedarse”, dijo Cecilia, “pero él quería llegar más allá, por eso se bajó del tren”.
Macedo se revela en sus memorias como una mujer herida por una infancia vivida en orfanatos, una actriz que duda de su talento, una madre que deja a sus hijos creciendo con sus abuelos. Durante años, su dedicación al escritor fue total, al grado de confesar: “Mi vida esencialmente consistía en estar al pendiente de la vida de Carlos”. El divorcio fue doloroso, pues implicó para Macedo perder a gente cercana: “Los amigos sabían que Fuentes y yo estábamos separados, pero casi ninguno se preocupaba por mí. Preferían serle leales a él”.
Un año después de conocer a Lemus, el 18 de noviembre de 1972, Fuentes se embarcó con la periodista en el France en Nueva York, con rumbo a París. El 22 de agosto de 1973 nació Carlos, su hijo varón. Después, el escritor regresó de Francia para divorciarse de Macedo. En 1974, un 31 de agosto, nació Natasha.
Las líneas finales de Mujer en papel aluden al “hueco constante” que siente la actriz por la falta de un compañero: “Aceptar la vida sin un hombre se me hacía muy difícil”. El 6 de diciembre de 1993, Macedo se suicidó frente a su casa de Galeana.
Cecilia escribe que, tras el divorcio de sus padres, acostumbraba visitar a Fuentes en sus vacaciones, pero con los años él “se fue alejando cada vez más”. “Tal vez yo no supe ganármelo por mi falta de civilización y cultura, o por mi mal fundado rencor”. Fue después de la muerte de Macedo cuando descubrió las cartas que el escritor le había enviado pidiéndole que permanecieran a su lado, preocupado por el futuro y la educación de su hija. “A mí, ella siempre me contó otra historia… la del abandono y la traición”.
En su libro En esto creo (Seix Barral, 2002), al referirse a Cecilia, Fuentes afirma: “Creció con tensiones, sentimientos de abandono, una aguda mirada crítica y realista sobre las cosas”. “Mi papá me conocía muy bien”, aseguró en nuestra conversación. “Se hacía pato para no meterse en líos porque sabía todo lo que había hecho mal, pero no se la quería complicar. A mí me criticaron por la carta que le escribí, decían ‘por qué no se lo dijo cuando estaba vivo’ —publicada en Milenio un mes después de la muerte del escritor, en el texto le manifestaba su amor, al tiempo que lamentaba: ‘por alguna razón, decidiste tratar de borrar de tu historia a mi mamá y a mí’—. Se lo dije varias veces, y otras traté de hacerlo. Una vez estaba encabronadísima por algo y le escribí una carta de cinco páginas, llegué, él me hizo un cheque como por diez mil dólares, me dijo ‘vete de viaje adonde quieras’, y rompí la carta. Opté por el viaje. Me dije es inútil, de todas formas él ya sabía lo que venía en esa carta, y también sabía que yo por un viaje me callo la boca”.
Los enredos
La muerte de Fuentes significó para Cecilia una liberación porque sintió que ya podía mostrarse como era sin preocuparse, y dar rienda suelta a lo que llama “un ego enorme”.
Algo que le parece ridículo, dice, son los términos de la herencia del escritor. “El testamento establece que a mí me tocan las regalías de La región mas transparente en español y en francés, 500 dólares al año si bien me va, y todo (lo demás) es de Silvia. Deja una fundación armada en Estados Unidos a nombre de mis hermanos, ni siquiera a nombre de Carlos Fuentes —en México, la Fundación Carlos y Natasha Fuentes Lemus, A. C.—, para que el dinero entre por ahí y la memoria de ellos siga. Cuando Silvia muera, una tercera parte de esa fundación viene conmigo, y cuando yo muera, tiene que desaparecer su nombre, su legado, y todo es de la beneficencia pública. El testamento gringo es una cosa que siguen sin descifrar en Estados Unidos. Entonces, ni quién vea un peso de ahí. Y yo digo: vamos a hacer una fundación a nombre de mi papá porque no existe una, y que en lugar de que le estén dando premios —el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español— a gente con tanto dinero, se los den a quienes están empezando. Por qué no se los dan a estudiantes, a nuevos escritores. Por qué se lo dan a Vargas Llosa, a los (escritores) conocidos que ya tienen millones. Vamos a hacer una fundación de verdad”.
La Fundación Carlos y Natasha Fuentes Lemus, A. C., aparece registrada como organización civil cultural desde 2008, pero según el Reporte de donatarias autorizadas de la Secretaría de Hacienda no registra actividad en los últimos seis años (2014-2019).
Para Cecilia, el hecho de que se escondieran las circunstancias de la muerte de sus hermanos —Carlos falleció en Puerto Vallarta en 1999, y Natasha en 2005 en la Ciudad de México— fue un error. Su hermano sufría de hemofilia y, según la versión que se difundió, su condición se agravó tras contraer el VIH por una transfusión de sangre; de su hermana, hallada muerta en Tepito, nunca se aclaró la causa del fallecimiento.
“Ni mi papá supo lo que le pasó a su hijo (Carlos). Él pensaba que le había dado un infarto pulmonar y con eso se fue muy contento, cuando la verdad es otra. Pero mi papá vivía en un mundo muy falso, donde nada lo molestaba. Protegido. Para eso estaba Silvia, y lo hizo muy bien”.
El cadáver de Natasha fue encontrado el sábado 20 de agosto de 2005 en la calle Jesús Carranza. “Con síntomas de congestión visceral generalizada, había ingresado al Semefo de la Delegación Venustiano Carranza en calidad de indigente”, publicó Proceso, debido a que, inicialmente, la joven de 30 años no fue identificada.
El periódico The Sidney Morning Herald publicó el 15 de noviembre de 2008 un texto de Ben Naparstek dedicado al escritor que incluía una entrevista con una amiga cercana de Natasha, la escritora Chloe Aridjis. Muchas de sus acciones, dice Aridjis, fueron un llamado de atención, ya que se sentía “un poco abandonada”. Las drogas comenzaron a dañarla cuando tenía alrededor de 25 años, agrega: “Cayó en un agujero negro” del que ya nunca salió. El periodista cita también una conversación con la académica Jenny Davidson, quien conoció a Natasha en Harvard. Recuerda las palabras que le dijo la joven en una de sus primeras conversaciones: “Mi padre es un gran escritor. Pero es un padre terrible”.
Entrevistado por Ayén en Aquellos años del boom, el escritor Juan Villoro afirma: “No es fácil ser hijo de una figura titánica”. Cuenta que Fuentes le pidió que se acercara a su hijo porque a Carlos le interesaba el rock. Así fue como Villoro comenzó a conseguirle boletos para los conciertos. “Luego su padre me hablaba para que yo le contara lo que habíamos hecho, porque sucede que a veces los hijos no quieren hablar mucho con los padres. Entonces se dio una relación con un Carlos preocupado e interesado por lo que hacía su hijo, (…) siempre tratando de encauzarlo culturalmente, sin ser demasiado opresivo”.
En su transmisión por Facebook del 6 de julio, Cecilia consideró que a sus hermanos les faltó atención. “Ojalá (mi padre) hubiera escrito lo que le pasaba a sus hijos. Creo que se hubiera liberado de un peso inmenso y le hubiera hecho mucho bien”.
Fuentes, en una entrevista de 2006 declaró a Reforma: “He perdido a mis dos hijos con Silvia. Pero la única respuesta que tengo es incorporar la desaparición y la muerte a mi vida, y sobre todo a mi vida creativa”.
La dedicación de Fuentes a la escritura le permitió ganar la mayoría de los premios literarios, desde el Cervantes hasta el Asturias, el Alfonso Reyes, el Formentor… Decenas de reconocimientos a los que solo le faltó añadir el Nobel. “Esa esperanza la teníamos todos. Cada año, estuviera mi papá en México o fuera del país, yo sé que todo el mundo esperaba el anuncio sin respirar”, asegura Cecilia. “Cuando se daba el nombre y no era él, ya podía seguir la vida otra vez”.
En medio de los panegíricos perpetuos, tras la muerte del escritor surgieron escasos testimonios que, sin estar exentos de admiración, mostraron a un Fuentes más humano, como dice Cecilia. Matías Vallés, en un texto publicado en Diario de Mallorca, recuerda su amistad con el escritor, cómo decía que “los autores de (la editorial) Alfaguara le habían montado un altarcito a Arturo Pérez-Reverte, el pulmón comercial de sus carreras”.
“He visto a Fuentes con miedo, en vísperas de una operación de bypass múltiple. Le he visto renacer del dolor infinito de la muerte de sus dos hijos desde el único remedio, que era el egoísmo. Ambos desafiaban a su padre cenando en inglés, mientras debatían la obra de Egon Schiele”, escribe el periodista.
¿A dónde van las almas de los escritores? “Espero que vayamos todos al infierno, es el único lugar divertido”, bromeaba Fuentes. Es grato imaginar a ese hombre seductor y desmadroso del que escribe Cecilia sonriendo en alguna dimensión ante un libro que ha conseguido despertar el interés de miles de personas y lo ha acercado a nuevos lectores. ¿Por qué no?
Silvia Isabel Gámez
Periodista cultural y editora desde hace 30 años. De origen catalán, vive desde que era adolescente en
México. Trabajó durante más de dos décadas como reportera en la sección Cultura del periódico Reforma,
de la que también fue editora. Ha dado clases en Televisa Digital, ha editado informes para Cimac y el ITAM,
ha colaborado en Nexos y el suplemento Confabulario de El Universal. Coordinadora editorial del memorial
Matar a Nadie de la colectiva Reporteras en Guardia e integrante del Grupo sobre Reflexión y Cultura
(Grecu), forma parte del cuerpo docente de la Maestría en Periodismo y Gestión Cultural de la Escuela de
Periodismo Carlos Septién García. Actualmente es editora del sitio A dónde van los desaparecidos.