Amor al género humano es el significado literal de la palabra filantropía, que resulta paradójico e irónico porque es un término muy antropocentrista si de biodiversidad se trata, pero dejémoslo así como un acto de amor entre y a los humanos. O bien, un acto de amor al negocio, al prestigio y al ego en sí cuando la filantropía se ejerce en su forma más enmascarada de ser un negocio y sólo negocio que, a partir de la aprobación para ejercerlo repercute en aumentar la tasa de ganancias económica y política; el Yo soy, el Yo hago y el Yo reconocido como intención verdadera igual que la pretensión de las redes sociodigitales y de la competencia para ser el mejor ganador en los negocios y el poder social. La filantropía puede ser un arma de dos filos o un lobo disfrazado de oveja corrompiendo su significado más prístino, puro y respetable, muy alejado de una verdadera y auténtica solidaridad sin beneficio propio, porque en cambio puede guardar intereses muy obscuros.
Como casi en todo en la vida, afortunadamente hay sus grandes excepciones de filantropía desinteresada, sin reflectores y sin ser un cheque en blanco a cobrar. Pero en su mayoría es una moneda de cambio, una unidad de negocio más de las corporaciones económicas y políticas que da muy buenos dividendos y ganancias entre otros mecanismos mercadológicos de amor al dinero y al poder. Las industrias bioculturales siempre han adolecido de bajo financiamiento, atención y apoyo por quiénes las administran o los agentes responsables de las mismas, tanto en el ámbito público, privado y civil; la recaudación de fondos es vital para dichas industrias y un terreno muy delicado o peligroso cuando la búsqueda de sumar esfuerzos se traduce en suma de intereses por amor propio en lugar del amor por la otredad diferente a mí.
Si hubiera una correcta y justa distribución de las riquezas, de una conciencia de igualdad y equidad socioambiental no tendría que existir la filantropía ni tampoco sería una rama sutil de la mercadotecnia o su “poder blando”. Resulta curioso o cínico del antropocentrismo que el llamado Estado de bienestar o actualmente de moda etiquetado como “populismo” se le juzgue la intención de distribuir las riquezas o los beneficios de la hacienda pública, pero si el acto de dar viene de los poderes económicos nacionales o globales es aplaudible, admirable e intocable porque es un negocio y ese acto de “emprendimiento” es loable, digno y no un vulgar acto popular. Sin embargo, ambos casos si no es un acto sensato de solidaridad y no está bien planeado y ejecutado el objetivo puede ser desastroso, soberbio e inútil, póngasele el prejuicio que se quiera termina siendo solo un negocio propio y un beneficio estéril.
En uno de los tres escritos sobre museos con los que inicié la oportunidad de colaborar en Paso libre, mencioné sobre el financiamiento lo siguiente, me cito: “Dos, también es innegable e inevitable por gratitud histórica, por valores éticos y por humanismo, la obligación social de la iniciativa privada para cooperar y colaborar sin cortapisas ni condiciones ni exclusiones al financiamiento de los museos y las industrias bioculturales, sin que ello represente, obligue o comprometa a la comercialización, explotación, deterioro, extracción, apropiación para sujetar al mercado nuestras expresiones y estructura artístico-cultural y la biodiversidad. La participación empresarial en el sector tendría que evolucionar al desinterés del negocio sin fines de lucro ni planes mercadológicos. Una visión del mecenazgo como no-mecenazgo, es decir; sumar esfuerzos en acciones concretas por conciencia sociocultural y medio ambiental, insisto, por gratitud, por una visión sin nada a cambio. Así de contundente”.
Hoy día la realidad en México y el mundo se torna cada vez más compleja debido al rumbo que ha tomado la humanidad y los recientes acontecimientos a partir de la actual pandemia. Nuestra forma de actuar con respecto a la vida humana y el medio ambiente ha socavado el valor fundamental de la existencia: vivir dignamente sin carencias y dejar asimismo vivir a la otredad humana y la naturaleza, porque hemos sobre dimensionado el valor económico, material y el poder que conlleva a través de una desigualdad e inequidad extrema generalizada y una extracción demencial de los recursos naturales y energéticos, para sustentar una sobre producción y una soberbia desmedida de poder y control social, así como adueñarse del medio ambiente. La pérdida de nuestro ser integral biocultural, de principios o valores éticos y de un amor activo al planeta Tierra, así como de la humanidad y de nosotros mismos, nos ha conducido a una encrucijada donde sólo recuperando el valor y amor a la vida de uno y de todos, humanos o no; entre otros atributos alejados del antropocentrismo de nuestra especie, será, quizás, la única forma de vivir y vivir mejor sin explotar y abusar de la otredad.
Resulta paradójico en la actualidad mexicana y mundial la sustentabilidad o auto sustentabilidad de la sociedad civil organizada, cuando la obtención de fondos económicos o en especie pueden provenir de actores sociales, empresariales o políticos que sus acciones e intereses precisamente son parte definitiva que provoca o se tiene la responsabilidad total del deterioro que expongo en el párrafo anterior ¿Por qué hay que continuar en la misma fórmula de recaudar con el posible victimario? De ser así ¿cómo es el cómo para no caer en contradicciones y compromisos que vulneren los principios éticos y el fondo de las acciones civiles? Y mayor aún ¿cómo sumar esfuerzos con una sociedad desgastada, desilusionada, desconfiada, vulnerada y pauperizada? Efectivamente hay muchos recursos y mucho desperdicio que podría bien orientarse en una economía circular, pero gran parte se encuentra en manos de un poder económico y político que son los codiciosos y victimarios de esta reflexión. Subrayo que no generalizo en absoluto.
Desde hace más de cuatro décadas se ha intensificado la filantropía del inocente: después de que deterioran el tejido social y ambiental por explotarlo y abusar, se lavan las manos financiando lo que el mismo filántropo destruyó. Es absurdo y un crimen sistémico.
Pienso que, necesitamos como individuos y organizaciones de cualquier índole generar una deontología de la filantropía por más descabellado que esto parezca, para que podamos aspirar en colaborar y sumar esfuerzos con principios éticos y con amor a la vida en plural. Tenemos el enorme reto de ser congruentes y libres de pensamiento y acción, críticos y auto críticos; en suma, apostarle digamos a un renacimiento de la conciencia y el valor de lo intangible. Me permito ponerlo en la mesa, para una filantropía transparente y genuina. Sigo insistiendo.
César Octavio Larrañaga
Comunicólogo, antropólogo, fotógrafo, museólogo y consultor de TIC. Su trayectoria incluye la gestión y difusión cultural, así como la producción audiovisual, el periodismo, el trabajo académico y editorial. Además del diseño y operación de estrategias en el manejo de crisis mediáticas y políticas. También se ha desempeñado en el sector privado y ONG’s en materia de medio ambiente. Con una amplia experiencia en museos y museología en México, así como fue becario-investigador en el MNCARS de España.