Cesare Lombroso (1835-1909), el pionero de la antropología criminal, en una pintura de 1910 elaborada por Anton Maria Mucchia (1871-1945). Museo Lombroso, Turín. Foto: Bridgeman/ACI. (Imagen tomada de nationalgeographic.com.es).

 

Uno de los más graves problemas que se han presentado desde el inicio de la civilización es el de la criminalidad. La religión, la filosofía y la ciencia posteriormente, se han abocado al desarrollo de estudios y teorías respecto a sus causas y efectos. Durante la Edad Media, por ejemplo, la vida política, social y humana de Occidente se basaba sustancialemetne en la religión; de ahí que en lo concerniente al ámbito criminal estaba vinculado preponderantemente al pecado, y el pecador al demonio. La Santa Inquisición hacía las veces de juzgador; la hoguera, el látigo, la horca, el linchamiento, el desprestigio y la humillación, eran los instrumentos para el castigo.

La Ilustración consituyó un parteaguas en la vida cultural. Parte de la humanidad buscó entonces desprenderse del origen religioso de los fenómenos naturales y sociales, para acercarse más a la razón; se trata del origen de la Revolución Científica que verá su encumbramiento en el siglo XVIII, y donde ya no regirá el misterio y la omnipresencia de Dios, sino que los fenómenos sociales y naturales tendrán su explicación en causas y efectos observables y verificables. Ante el florecimiento de las ciencias y sus diversas disciplinas, el ámbito penal pasa también a ser parte de dicha corriente; así, se le atribuye a César Lombroso, el nacimiento de la ciencia de la Antropología Criminal.

Fue en la facultad de Derecho de la UNAM, cuando descubrí a Lombroso, guiado por el Derecho Penal del maestro Raúl Carrancá y Trujillo. Estudiábamos entoces al tipo criminal del siglo XIX, basado en el Tratado antropológico experimental del hombre delincuente, del médico y jurista italiano. En su obra, Lombroso determinó como objeto de estudio de la antropología criminal al delincuente; particulamente estableció que las causas de la criminalidad están vinculadas con los aspectos físicos y biológicos del mismo. Lombroso recurrió al método científico y a través de análisis médicos practicados a los delincuentes, vinculó sus anormalidades somáticas y psíquicas a categorías específicas delincuenciales. Para Lombroso los índices cefálicos y sus anomalías eran indicadores de las especies delictuosas. De tal manera, concluyó que el delito y, por ende el delincuente, tenía un origen atávico, retrógrado y patológico.

Aunque la ciencia haya caracterizado en el siglo XIX la pinta de los criminales, hoy en día, en México, persiste un tipo de personalidad que delata a un criminal. (Imagen tomada de tn.com.ar).

Cabe mencionar que si bien los postulados de Lombroso se creyeron novedosos en su era, en realidad estos derivan de toda una corriente de pensamiento que fundamentaba que las diferencias físicas de las especies humanas eran datos de una inferioridad racial y cultural. Un siglo antes, por ejemplo, Cornelio de Paw sustentaba que el clima y la fauna del “Nuevo Mundo” impedían la formación de seres racionales; por consecuencia, el indio era un sátiro humano que podía matarse sin ningún remordimiento. Fue común en aquella época medir el cráneo de los originarios de América y compararlos con los europeos, para, según ello, demostrar deficiencias, asimetrías y hasta dimensiones menores que representaban también una menor evolución humana.

A conclusiones similares llegó Lombroso. Médico de formación, al analizar en una autopsia el cráneo de un ladrón halló una cavidad pequeña situada en la parte occipital que formaba una cresta. Lombroso dedujo que esa “malformación” física evidenciaba que el delito era el resultado de tendencias innatas de origen genético y que, por consecuencia, se podía identificar al delincuente a través de ciertos rasgos anatómicos.

En su estudio, Lombroso establece seis categorías de los tipos criminales, en ellas los rasgos físicos del delincuente son distinguibles y predicen el tipo de criminal de que se trate: el delincuente nato; el loco moral; el pasional; el delincuente loco, que a su vez está representado por tres tipos: histérico, alcohólico e impulsivo; el delincuente ocasional, que también divide en tres: pseudo criminal (el que comete delitos involuntarios), criminaloide (comente delitos ante situaciones anormales) y habituales (cometen delitos desde la infancia y ven su proceder como algo normal en sus vidas).

Sin embargo, el más peligroso según Lombroso, es el epiléptico. De acuerdo con Carrancá, para Lombroso el retraso mental y ciertas anormalidades patológicas presentes en los delincuentes tienen su origen en los estados epilépticos. Lombroso sugiere que el delincuente es un ser retrógrado y ejemplifica su teoría a través de la analogía que existe en el desarrollo de la evolución humana con la niñez; de acuerdo con su tesis, es en esa etapa de la vida cuando se producen las ideas primarias y las primeras experiencias del mundo exterior en forma semejante a la que ha vivido la humanidad; es decir, el niño es una pequeña representación de la humanidad. En el hombre los instintos van siendo superados por la autocrítica moral, pero en el delincuente la evolución se detiene sin alcanzar la plenitud, las ideas quedan en retraso y el mundo de los instintos sigue privando. Para Lombroso la causa de la delincuencia se encuentra en la epilepsia, cuyos síntomas expresan deformaciones y conductas morbosas, como en el ser atávico o primitivo.

La evolución del conocimiento científico, de acuerdo con Thomas Kuhn, se da a través de paradigmas que surgen de la investigación y el desarrollo de nuevas teorías; al encontrarse con mayor información, la comunidad científica desecha teorías anteriores y establece nuevos paradigmas a los cuales se dedica a analizar y comprobar. Es así que la antopología criminal lombrosiana, que ponía en el centro de la discusión al individuo, es decir, al delincuente, fue superada por los nuevos paradigmas. En la actualidad la criminología se centra principalmente en el estudio del delito desde una perspectiva multifactorial y multidisciplinaria, donde intervienen tanto las ciencias naturales y las sociales. Bajo estas nuevas perspectivas, el delito tiene varios componentes: desde luego el delincuente, mas no bajo criterios físicos, sino sociales, económicos, biológicos y psicológicos; también la victima juega un papel fundamental y, desde luego, el control social a través de la prevención. A ello hay que añadir factores colectivos o patrones sociales, muy presentes en la sociedad contemporánea, que generan ciertas prácticas que contribuyen a la formación de delitos, como puede ser el mal uso de las redes sociales o los desafíos ante los que impone la inteligencia artificial, entre otros factores.

No cabe duda que los retos de la ciencia ante este mal social son mayúsculos; sin embargo, se trata de un fenómeno que no es exclusivo de ésta, como lo fue con la antropología criminal de Lombroso, sino que debe tratarse desde criterios comprehensivos, donde además de la comunidad científica y tecnológica, intervenga de manera decidida y fundamental el poder público, acompañado de los sectores económicos y la sociedad.

En el México del siglo XXI los criminales, imparables, llenan fosas comunes. (Imagen tomada de elsiglodedurango.com.mx).

 

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