A 40 años de la muerte del escritor mexicano, nuestro amigo y colaborador radicado en Bogotá, evoca el ambiente de desolación que produjo la noticia de la muerte de Ibargüengoitia y el entorno fúnebre que reinó en el encuentro al que asistiría. Las diferentes entrevistas de las que se nutre este documento fueron realizadas por Octavio Pineda en 2013. Paso libre le agradece darnos la oportunidad de difundir tan revelador testimonio que guardó por una década.
BOGOTÁ. La noche del sábado 26 de noviembre de 1983, en el aeropuerto parisino Charles de Gaulle, el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia abordó el Vuelo 11 de la aerolínea colombiana Avianca con destino a Madrid, donde la aeronave haría escala para luego partir rumbo a Bogotá como destino final, donde el autor debía asistir al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana, al que había sido invitado. Pero nunca llegó.
Por una mala parametrización de los sistemas de aeronavegación por parte del piloto, el enorme Boeing 747 terminó estrellándose e incendiándose, pasada la una de la madrugada (hora local) del domingo 27, en el municipio de Mejorada del Campo, poco antes de aterrizar en el aeropuerto madrileño de Barajas. De los 192 ocupantes de la aeronave, entre pasajeros y tripulación, sólo 11 sobrevivieron.
Junto con el escritor mexicano, en el avionazo murieron además la crítica de arte Marta Traba, de origen argentino pero nacionalizada colombiana; el escritor y crítico literario uruguayo Ángel Rama –compañero sentimental de Traba–, y el novelista, poeta y editor peruano Manuel Scorza, quienes también habían sido convocados al encuentro.
La cita buscaba hacer un examen crítico del proceso de creación literaria en España y América, teniendo como pretexto la Generación del 27 española; celebrar la vocación universal de la lengua castellana; impulsar la interacción cultural y propiciar un mayor acercamiento y una mayor convivencia entre ambas orillas del Atlántico, entre otros propósitos.
Según el entonces presidente colombiano Belisario Betancur (1982-86), principal promotor del encuentro, “se trataba de un acercamiento entre especímenes altos de la cultura, con la sola filiación de ser cultura-adictos: intercambios vivenciales entre intelectuales de todos los oficios y rangos políticos, económicos, sociales, filosóficos, etc. No había preconceptos distintos de la libertad de pensamiento, de cátedra, de acción”, explicó el exmandatario aún en vida (1923-2018).
Más de cien escritores, poetas, artistas e intelectuales de España y América Latina fueron convocados en Bogotá con el apoyo y patrocinio del Banco de la República (Banco Central), el Instituto Caro y Cuervo, la Academia Colombiana de la Lengua, la Academia Colombiana de Historia, el Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura) y la Embajada de España en Colombia.
El poeta y ensayista Juan Gustavo Cobo Borda (1948-2022) recordó antes de su muerte que entre 1976 y 1978 Betancur había sido Embajador en España, donde conoció y trató a muchos de los convocados. “Betancur quería que viniera gente de España y América y dialogaran en Colombia en torno a la Generación del 27”, anotó.
Con el fin del franquismo, los espacios de diálogo entre España y América se habían reabierto con intensidad. Y desde Colombia, Betancur quiso revalorar los aportes de esa Generación del 27, de figuras tan emblemáticas como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas y Jorge Guillén. De hecho, estos dos últimos habían sido profesores en universidades colombianas, precisa Cobo Borda.
Una noticia trágica que crece
El poeta y ensayista bogotano recordó que, en vísperas del encuentro, acompañaba, junto con otros colombianos, a Betancur en el emblemático Hotel Tequendama, en el Centro Internacional de Bogotá.
En ese hotel se alojarían los invitados y el entonces mandatario encabezaba una especie de comité de bienvenida que afinaba los preparativos de la recepción. Pero en lugar de los invitados más esperados, que debían llegar el domingo, comenzaron a llegar –todavía la noche del sábado– las malas noticias de la tragedia en Mejorada del Campo.
“Estábamos allá y yo había llevado los libros de Jorge para que me los firmara. Algunos de los que venían al encuentro ya habían llegado, como el escritor (y diplomático) español Ernesto Giménez Caballero, que era muy franquista, falangista”, evocó Cobo Borda.
“Cuando empezaron a llegar las noticias de Mejorada del Campo, hubo muchísimo desasosiego, nerviosismo y dolor. Estaba todo preparado para el Encuentro, y luego como que ya no tuvo mucho sentido. Recuerdo esa especie de estado zombi de todos en una sala del Hotel Tequendama aguardando noticias”, me dijo en aquella entrevista.
A Betancur la mala noticia le llegó por boca de su hija María Clara, quien se desempeñaba como diplomática en París. “Vivía también allí, como estudiante de teatro, mi nieta Natalia. Ambas los despidieron y casi los vieron morir, a través de la televisión”, rememoró el exmandatario.
Cobo Borda recuerda que las noticias de la tragedia empezaron a copar el ambiente. En los comentarios de corredor, en los pasillos, esa fatalidad fue el tema de conversación recurrente. “Iban apareciendo más nombres. Por ejemplo, murió una famosa profesora de derecho romano de la Universidad Externado, que también venía de París. Había toda esa sorpresa de empezar a ver aparecer en el periódico y en los conciliábulos otros nombres de los muchos que venían en el avión”, contó el poeta.
Cobo Borda estaba bastante familiarizado con la obra de Ibargüengoitia y al confirmarse la tragedia, se quedó con las ganas de que el mexicano le firmara dos de sus libros. “Llevaba bajo el brazo La ley de Herodes y Los relámpagos de agosto. Me acuerdo de que los llevé subrayados y toda la cosa. Luego vino la desolación de tener que volver a casa con los dos libros, pensando que era una verdadera lástima, porque me habían contado cómo era de especial y gracioso”, evocó.
Como un hombre culto muy al tanto de lo que se publicaba fuera de Colombia, Cobo Borda había descubierto la obra de Ibargüengoitia por textos que aparecieron en la Revista de la Universidad de México, de la UNAM, que le parecían geniales. Y fue justamente con Los relámpagos de agosto y La ley de Herodes que terminó de engancharse. “Los relámpagos… había sido una cosa detonante, por esa especie de sutileza con que desmitificaba la Revolución Mexicana, ese tono sarcástico, ese humor, eran una delicia”, refirió.
“Esos dos libros se habían vuelto entrañables, porque no tenían, por ejemplo, el trascendentalismo de (Ernesto) Sábato, sin perder profundidad histórica, mirando desde un ángulo al cual no estábamos acostumbrados, con un tono coloquial. En su obra todos quedaban desnudos”, comentó.
Betancur explicó que se había invitado a Ibargüengoitia porque era polemizante y conocido en algunos círculos. El propio Betancur lo leía, admiraba y era su amigo. “Jorge tenía al mismo tiempo muchos cariñosos enemigos dialécticos. Su sola figura muda, al tiempo que su imposibilidad metafísica (naturaleza contradictoria), ya era un desafío fascinante. Imagine usted un escenario en el cual no había verdades absolutas, pero sí dialécticos absolutos, y Jorge el que más”, perfiló.
El historiador colombiano Jorge Orlando Melo recuerda que el autor mexicano no era tan conocido en Colombia como autores de la talla de Juan Rulfo o Carlos Fuentes, pero sí tenía fieles seguidores por los atributos de su obra, demoledora y llena de ironía. “Era un autor de prestigio entre sus lectores”, dimensionó.
En 1975 Ibargüengoitia se había trasladado a París junto con su segunda esposa, la pintora inglesa Joy Laville. Cuando le llegó la invitación al encuentro en Bogotá, trabajaba en una nueva novela, cuyo nombre tentativo era “Isabel cantaba” (“Los amigos”).
Por esas fechas, el crítico de arte y curador colombiano Álvaro Medina (Barranquilla, 1941) vivía en París, donde trabajaba para la editorial de la Unesco. Y fue desde la ciudad luz que se enteró de la tragedia. “Recibí una llamada de Gustavo Zalamea, el hijo de Marta Traba, a las cinco de la mañana en París, para avisarme que su mamá había muerto”, refirió.
Medina comentó que además de las figuras conocidas que murieron en el avionazo, como Traba e Ibargüengoitia, fallecieron artistas menos conocidos. “Ahí se mató Jairo Téllez, un pintor colombiano que también iba en el avión y se quemó toda su obra. Y se mató también un escultor, pintor y dibujante, Tiberio Vanegas. Ambos habían permanecido en Europa muchos años y regresaban a Colombia para quedarse; su etapa europea había concluido”, recordó.
“A ambos les hice una despedida. Quise hacer una conjunta, pero no se pudo, así que tocó hacerla por separado. A Tiberio Vanegas lo despedí exactamente ocho días antes del accidente”, detalló.
Medina recordó que al principio el nombre de Ibargüengoitia no figuró en la prensa francesa entre las víctimas del avionazo. “Creo que fue Libération el que finalmente dio la noticia, pero la ortografía del nombre era incorrecta. Yo no sabía que estaba en París”, refirió.
Y la omisión era apenas comprensible, pues en la lista de pasajeros que abordaron el vuelo en París suministrada en un principio por la aerolínea sólo figuraba un pasajero de apellido Ibarguen.
Un hangar del aeropuerto de Barajas funcionó como morgue improvisada a la cual fueron trasladados los cuerpos de las víctimas, rescatados entre los escombros del ennegrecido esqueleto del avión siniestrado.
Encuentro signado por la ausencia y el duelo
En un ambiente de duelo apenas comprensible, la sesión inaugural del Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana se cumplió el lunes 28 de noviembre, a las seis de la tarde, con un minuto de silencio, en el paraninfo de la Academia Colombiana de la Lengua (ACL).
La ceremonia estuvo presidida por Betancur; Eduardo Guzmán, director de la ACL; el flamante Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez; Miguel García Miranda, Embajador de España en Colombia, y Juan Manuel Ospina, subgerente cultural del Banco de la República, todos vistiendo luto cerrado.
En la sesión inaugural estuvieron presentes el director de la Academia Colombiana de Historia, Germán Arciniegas; el director del Instituto Caro y Cuervo, Rafael Torres Quintero; el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri y el escritor tapatío Juan José Arreola, entre otros.
Como parte de una nutrida agenda, en los días siguientes tuvieron lugar coloquios y mesas redondas sobre filosofía, literatura y arte en Hispanoamérica en distintos escenarios académicos y culturales de Bogotá y otras ciudades. Recitales de poesía, conciertos de música y una exposición bibliográfica de revistas y textos en la Biblioteca Luis Ángel Arango, “Homenaje a la Generación del 27”, complementaron la programación.
En memoria de las víctimas, cada acto del encuentro inició con un minuto de silencio. Pero más allá de ese formalismo, Betancur, quien por esos días se declaró consternado, reconoció que la melancolía copó el ambiente. “El ambiente era de elogio y alegría previos; y de pesadumbre, admiración y abrazos sollozantes después. El después fue todo de melancolía”, resumió.
El entonces subgerente cultural del Banco de la República, Juan Manuel Ospina, declaró por esos días a la prensa, mientras recibía a otros invitados mexicanos en el aeropuerto internacional El Dorado de Bogotá, que los organizadores estaban profundamente golpeados por la tragedia, dado que cuatro de los mejores exponentes de las letras latinoamericanas (Ibargüengoitia, Traba, Rama y Scorza) habían muerto, lo que daba una nueva dimensión, de evocación permanente, y una trascendencia insospechada al encuentro.
Ibargüengoitia había visitado, tres años atrás, la ciudad de Medellín con motivo de un intercambio cultural con México. El poeta, escritor y periodista colombiano Darío Ruiz Gómez (Anorí, 1936) lo conoció en un taller de escritores en la Universidad de Iowa y desde entonces mantuvieron una relación de amistad. En la memoria del Encuentro publicada en 1985 quedaron plasmadas las palabras que Ruiz Gómez tributó al escritor mexicano. “Recodaré siempre su fortaleza de ánimo por medio del humor, en un país donde la historia oficial es tan fuerte, tan solemne y tan llena de retoricismos. Esa especie de profilaxis diaria que mantuvo frente a México seguirá siendo para mí un ejemplo diario y eterno”, se lee.
A decir de Melo, las conversaciones de pasillo estaban marcadas por una sensación de ausencia. “El impacto de la muerte de esas personas cayó muy duro sobre los asistentes”, afirmó.
“Había un luto que todos compartíamos, un gran hueco. Estábamos entregados un poco a la pena, al duelo”, reconstruye Cobo Borda. “Todo el Encuentro giraba en torno a la memorabilia. Todavía los estamos llorando”, sentenció Betancur.
Pero sería el escritor mexicano Carlos Monsiváis –quien también asistió al Encuentro–, con su implacable sentido del humor, quien mejor transmutaría el duelo que enrarecía el ambiente para burlarse un poco de la solemnidad con que los presentes estaban recordando a los ausentes y ensalzar, de mejor modo, algunas de las mayores virtudes creadoras de su paisano fallecido. “El único problema de hablar así, con tanta solemnidad, de Ibargüengoitia, es imaginárselo haciendo la crónica de su propio velorio y de sus propios dolientes, y la cantidad de observaciones satíricas que encontraría en usted y yo y la manera como nos transformaría, a nuestro pesar, en personajes regocijantes”, dijo entonces Monsiváis.
Octavio Pineda
J. Octavio Pineda (Ciudad de México, 1972) es periodista, escritor y traductor, sus tres principales y más gozosos oficios. Formado como ingeniero industrial, muy pronto se dejó seducir por el canto de sirenas de la literatura, que lo mantiene embelesado.
Ejerce el periodismo desde 1998. Desde 2002 reside en Bogotá, Colombia, donde se ha desempeñado como corresponsal o colaborador de medios mexicanos como el diario Reforma o la revista cultural y literaria Letras Libres, además de escribir también para algunos medios o blogs colombianos, sobre todo en temas ambientales y de desarrollo sostenible.
Ha publicado cuatro libros de cuentos: Corte de cuentas, 2009; Ay amor, ya no me quieras tanto, 2016; La tercera raíz y otros cuentos, 2017, y El libro de los viejos oficios, 2018, así como el poemario Animal SOS Animal en 2020.
Y el canto de las sirenas de la literatura, para su propio regocijo, sigue sin soltarlo. (octaviopineda.com)