La historia como política cultural (1)

En la refriega de la memoria y la historia se buscan poner los pares. (Imágenes tomadas de política.expansion.mx-Cuartoscuro; biografiadee.com; perfil.com-AFP y mexmads.com).

 

Este 2021 es el Año de la independencia y la Grandeza de México (DOF 29-12-2020) y para ello el gobierno federal diseñó una serie de festejos de diversa dimensión y carácter. Se trata de 15 festejos anunciados el 5 de febrero, de los cuales cuatro corresponden a efemérides relacionadas con personajes de la historia y la cultura de México, a saber: Vicente Guerrero (190 aniversario luctuoso), López Velarde (centenario luctuoso), Simón Bolívar, en el marco de la asamblea de la CELAC en julio (238 aniversario de su nacimiento) y José Ma. Morelos (256 aniversario de su nacimiento).

Tres de estas actividades son actos de solicitud de perdón: al pueblo maya, a la comunidad china, al pueblo yaqui y en general a los pueblos originarios. Y el resto son conmemoraciones de actos históricos, uno de ellos, el séptimo centenario de la fundación de Tenochtitlan, muy debatido.

Los demás son la victoria maya de Chkán Putum (1517), los bicentenarios de la promulgación del Plan de Iguala, de los tratados de Córdoba y de la consumación de la lucha por la Independencia, a las que se suman los tradicionales festejos de septiembre que se supone tendrán un especial lucimiento. Quedó fuera el centenario de la creación de la Secretaría de Educación Pública que bien merecía integrarse en la lista. El relato minucioso de la organización de estas celebraciones lo ha hecho Gerardo Ochoa Sandy en la revista Letras Libres (12 de agosto).

Los quinientos años de la derrota de los mexicas ante Hernán Cortés y sus aliados ocupa un lugar especial en estas conmemoraciones porque fue diseñado casi al inicio del sexenio con un guion de tres pasos: revisión-perdón-reconciliación, tal como lo expresó el presidente López Obrador en el mensaje que dio el 25 de marzo de 2019 en Centla, Tabasco, en el acto conmemorativo del primer enfrentamiento entre indígenas y los soldados de Cortés quinientos años antes.

Ese día AMLO comunicó que había enviado sendas cartas al Rey de España y al Papa (con fecha 01 de marzo de 2019) para que “se haga una revisión histórica, sobre todo, que se reconozcan los agravios que se cometieron y sufrieron los pueblos originarios; que haga la Corona Española este reconocimiento, y lo mismo la Iglesia católica”. El presidente realizaría un acto similar por las acciones del Estado mexicano contra grupos indígenas en el que pediría “perdón por los abusos que se cometieron en estos últimos 200 años, sobre todo por la opresión a las comunidades indígenas, a los pueblos originarios” a los que añadía la persecución de inmigrantes chinos durante el porfiriato y la revolución.

Estas acciones debían dar lugar a un movimiento de reflexión: “Y aquí, en Centla, se pone de manifiesto y pronto el consejo para mantener nuestra memoria histórica, para no perder nuestra memoria histórica, va a convocar a un grupo de mexicanos, mujeres y hombres, de todas las expresiones del pensamiento para que vayan preparando esta acción conjunta que queremos llevar a cabo con España y con la Iglesia católica”.

 

Los desafíos de la teatralidad para cambiar de régimen, de memoria y de historia. Una escena del desfile del 20 de noviembre de 2019 en el Zócalo capitalino. (Imagen tomada de gob.mx)

El empeño fue muy notable para que el script se ajustara a diseño presidencial propuesto desde la carta dirigida al Rey Felipe VI en la que le pidió “que se trabaje a la brevedad, y en forma bilateral, en una hoja de ruta para lograr el objetivo de realizar en 2021 una ceremonia conjunta al más alto nivel; que el Reino de España exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados y que ambos países acuerden y redacten un relato compartido, público y socializado de su historia común, a fin de iniciar en nuestras relaciones una nueva etapa plenamente apegada a los principios que orientan en la actualidad nuestros respectivos estados…”. Sin embargo, ni el Rey de España ni el Papa se prestaron a seguir esta ruta, lo que ha sido denunciado varias veces por el presidente.

Otro paso en este camino fue el envío de la Dra. Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente, a varios países europeos “para conseguir códices, piezas y objetos arqueológicos e históricos de México que serán exhibidos el próximo año con motivo del Bicentenario de nuestra Independencia”, como explicó el presidente en un tuit el 8 de octubre de 2020.

Ante la dificultad de este objetivo, la presidencia promovió, con la crítica de varios especialistas, una adición al Reglamento de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos para facilitar “el traslado temporal, al territorio nacional, de bienes muebles que, de conformidad con la Ley y el presente Reglamento, se consideren o pudieran declararse como monumentos arqueológicos, artísticos o históricos” (artículo 37 ter. DOF 03-12-2020), lo cual haría técnicamente posible recibir en préstamo bienes como el penacho de Moctezuma.

Así, la llegada del 13 de agosto de 2021 ha sido un punto culminante de una campaña de conmemoraciones que los gobiernos federal y de la Ciudad de México emprendieron casi desde el inicio de sus mandatos y muestra inevitablemente una concepción de la historia que, como cualquier otra, es siempre objeto de discusión.

Si la ciencia económica fue la base a partir de la cual se tomaron importantes decisiones de políticas públicas de gobierno en algunos sexenios del periodo neoliberal, ahora parece ser la historia la disciplina que parece guiar la conducción política del país. Puede pensarse que esta es una opinión apresurada, pero hay muchos rasgos que doce años de campaña y tres de gobierno de López Obrador nos hacen ver que así es. El lema de campaña -juntos haremos historia- es uno de ellos; las constantes referencias al pasado y sobre todo la aplicación del molde de una contradicción específica, la de conservadores y liberales ocurrida en el periodo de la Reforma y la intervención, como matriz sociopolítica y cultural para el México actual es otro rasgo; el proyecto de una Reconciliación Histórica en 2021; la autodenominación del régimen como cuarta transformación (histórica) del país y la aspiración de marcar como gobierno y como persona la historia futura a través de cambios que por lo demás se proponen como irreversibles, son expresiones de este rasgo de gobierno.

 

A partir de diciembre de 2020, la Ley sobre Monumentos facilita el traslado de bienes en poder de otras naciones. El Penacho, en larga disputa por su retorno. (Imagen tomada de dw.com- Kay Maeritz/DUMONT).

 

Podemos ir más allá. Se constituyó a inicio del sexenio la Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México, dependiente directamente de la Presidencia de la República y desde algunos organismos del aparato cultural se han promovido diversos proyectos editoriales dentro de los que está el programa 21 para el 21 que son libros reeditados que se entregarán gratuitamente este año. Otra actividad inusitada fue la conmemoración del 20 de noviembre de 2019 realizada en día hábil, que contó, con “un desfile con trenes y 2700 caballos y jinetes representando a magonistas, prensa independiente, maderistas, carrancistas, villistas, zapatistas, cardenistas y, desde luego, Adelitas”, según difundió el mismo presidente a través de su cuenta de Twitter.

El llamado de la historia se ha hecho desde perspectivas diferentes: se la ve desde luego como proceso social, pero también como discurso construido a partir de la interpretación de algunos hechos sociales y, desde luego, como disciplina de investigación. En los intersticios de estas visiones se ha insertado la noción de “memoria histórica” objeto de la mencionada Coordinación de la Memoria Histórica y Cultural y cuyo Consejo Asesor es presidido por la Dra. Gutiérrez Müller. Esta noción cuenta con la dificultad, si seguimos a Tony Judt, de integrar dos nociones diferentes que, al decir del desaparecido historiador británico, son como hermanastras y por eso se odian mutuamente.

Ahora bien, en ninguna de estas perspectivas o maneras de entender la historia hay banalidad en su uso o invocación, tanto más en alguien que como el presidente López Obrador ha escrito varios libros de historia y prometido escribir más. (Ver segunda parte).

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