Las conductas actuales: Lo nuevo de hoy

El silencio (óleo, 2017), de Laushkin Sergey (Ucrania, 1954). (Imagen tomada de hudognik.net).

 

En memoria de El Valedor Tomás Mojarro

 

ENSENADA. No es sencillo especular en torno a las conductas múltiples que los tiempos contemporáneos han generado, una vez que la enfermedad (o pandemia) ha extendido su presencia social. ¿Qué tanto se han modificado los comportamientos, de lo individual a lo colectivo, desde el momento en que, poco a poco, la enfermedad ha esparcido su presencia y, al extenderse, marcó así a la vida diaria?

Desde luego, lo físico es lo más sensible de detectar (desde la reducción de los aglomeramientos a la presencia controlada en espacios cerrados), pero en lo espiritual eso, apenas, hoy es posible comenzar a localizarlo: desde nuestras conductas mentales hasta la elaboración de imágenes propias para comprender el complejo mundo por el cual estamos atravesando y que si antes era una tarea casi desapercibida por nosotros, es hoy, cada vez más, una de las actividades que más consume nuestra atención.

Así, por ejemplo, el ambiente de morbilidad que nos acompaña (ya más de un año) y que genera, entre otras cosas, el dolor de la pérdida de la vida (de cercanos y lejanos), la soledad, el aislamiento, entre otras varias cosas, ha inducido, también, nuevos códigos comunicacionales que, si bien existían, no se manifestaban con la intensidad que hoy lo hacen, como, por ejemplo, la creciente visualización interna de los aconteceres que se mezcla de manera indiscriminada con las visiones externas que se tienen: desde los intercambios personales de diferente naturaleza (mediados ellos por nuestro estado de salud, que si es boyante nos permite tener los intercambios diversos que antes de la enfermedad teníamos, pero que son decrecientes si la salud causa estragos de naturaleza diversa en nuestro cuerpo), hasta los estados de recogimiento a que la enfermedad remite. Poco nos hemos dado cuenta, pero nuestra vida diaria se ha visto modificada significativamente como lo muestra la aparición de conductas nueva que antes no eran tan visibles.

De tal forma, por ejemplo, el manejo del silencio ha generado cambios en nuestro comportamiento diario que, quizá, no hemos detectado en toda su magnitud, porque el manejo de ese silencio genera, precisamente, silencio, es decir imposibilidad de expresar a través de la voz el sentimiento. Metidos -antes de la morbilidad, hace un año aproximadamente- en el bullicio de la vida diaria (el sonido como acompañante imprescindible), poco, muy poco, nos dábamos cuenta de que, aparte de ese bullicio, existía otra dimensión de la existencia: el silencio, el cual -para muchos, para la mayoría- era un calibre de esa existencia a la cual otorgábamos muy poca atención, pues considerábamos, creo, que lo nuestro era únicamente la algarabía y el relajo, y en ello concentrábamos nuestra atención.

Pero hoy, cuando la enfermedad pandémica se ha extendido y el aislamiento y la marginación predominan, junto con ello surge el silencio como una práctica si no obligatoria, sí natural, en la medida en que se ha reducido de una manera sensible la comunicación oral y ello ha extendido así, también de una manera sensible, los espacios del silencio, ese invitado al cual casi no conocíamos.

Mas el silencio predomina no sólo ante los otros, sino que él, con uno en lo particular, tampoco era una práctica común: si antes la vida era el bullicio, ello había agotado la posibilidad del silencio como una práctica interna (una práctica que, por ejemplo, en las religiones, paralelo a la oración y la meditación, el silencio es también esencial), ejercido como diálogo con uno mismo, para nosotros era una práctica casi agotada e inexistente y por eso, hoy, cuando el silencio se ha instalado como una presencia ineludible, al hombre parecen quedarle sólo dos caminos: la depresión o la enfermedad mental.

Nuevas conductas. Nuevas, terribles, realidades.

 

*Sólo estructurador de historias cotidianas

Profesor jubilado de la UPN/Ensenada

gomeboka@yahoo.com.mx

 

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