“Las ideas se han evaporado”

La cercanía con el Príncipe. Sin duda, el hasta ahora único Premio Nobel mexicano, tuvo un papel relevante en parte de los destinos del sector cultural. ¿Qué pensaría ahora Octavio Paz del Fonca? (Foto: Juan Miranda)

“Las ideas se han evaporado”

A cada quien su camposanto. Que se desentierre cual labranza. Marcaje de territorio para labores arqueológicas. Exhumación para verificar qué grado de descomposición tiene el muerto. Si el entierro es individual o colectivo. Siga las señales de las ofrendas, de los atavíos. Delibere hipótesis para la certeza, el engaño o la pérdida. Al fin de cuentas, se trata de su historia. De su paso por estos rumbos.

La exploración puede funcionar como antídoto para que no le tomen el pelo. O para peinarse mejor. Quizá al escuchar el llamado de ultratumba confirme que hay muertos muy vivos. O muertos a los que nos los dejan morir. También que tenemos tiempos idos y otros regresados tanto en panteones como en tierras cultivadas. Busque el hallazgo para determinar qué le compra o rechaza a quienes le ofertan el paraíso.

Déjeme que le patrocine un ejemplo de este oficio de arqueólogo cultural al que le invito (muy emparentado por cierto con el servicio forense). Cierre los ojos y piense en José López Portillo. En los inicios de su sexenio. Década de los 70. La ciudad. El caldero del devenir cultural. Aquí tiene el número 58 de la revista Proceso: 12 de diciembre de 1977. Julio Scherer, director del semanario, publica la segunda parte de una entrevista a un connotado escritor de 63 años: “Octavio Paz: veo una ausencia de proyectos. Las ideas se han evaporado”.

Página10: apartes

Julio Scherer. Una última pregunta imposible e indispensable (pues nadie se hubiera imaginado en 1967 el México de 1977): ¿cómo ves el porvenir de nuestro país, sus innumerables amenazas y sus contadas esperanzas?

“Contestar a tu pregunta exigiría aparte del don de videncia, muchas páginas y muchas horas. Ni tú dispones de las primeras ni yo de las segundas. Los budistas tienen un libro santo en cien mil estrofas pero tienen otro, no menos santo, que compendia toda la doctrina en un monosílabo: A. Por desgracia, no habla ningún Bodhisattva por mi boca, de modo que no me queda el recurso de pronunciar una sílaba enciclopédica. Además, sería muy presuntuoso de mi parte enumerar las amenazas que nos rodean (tú mismo dices que son innumerables). En cuanto a las esperanzas: son vanas por definición. No, no veo –lo que se llama ver- el porvenir de México. Me consuelo pensando que los hombres, en general, no ven el futuro. Por eso, quizá, nuestra ocupación favorita es preverlo. Para desquitarnos de nuestra ceguera histórica, los hombres hacemos proyectos. Esos proyectos se transforman en obras que, a su vez, se convierten en ruinas.

“Hubo un gran proyecto mexicano en la segunda mitad del siglo XVIII: el Imperio. Lo derrumbaron, el siglo pasado, primero las tropas yanquis que nos invadieron y, después, los cañones republicanos. Otro proyecto: la república liberal de Juárez. No se derrumbó: Porfirio Díaz lo convirtió en un templo hueco. En el altar colocó dos estatuas: el telégrafo y el ferrocarril. Los revolucionarios colgaron de los postes del telégrafo a los caciques porfiristas y en cada estación de ferrocarril liberaron una batalla. Y así sucesivamente. La historia de México, como la de todas las naciones, es un cementerio de proyectos. Pero sin esos proyectos los pueblos no son pueblos ni la historia es la historia.

“¿Qué veo? Una ausencia de proyectos. Si vuelvo la cara hacia la derecha veo gente atareada haciendo dinero; si vuelvo a la izquierda, veo gente atareada discutiendo. Las ideas se han evaporado. O han hecho sus pruebas y han fracasado. La situación de México no es excepcional: el mundo vive, desde hace ya años, no las consecuencias de la muerte de Dios sino la muerte del Proyecto. Ese Proyecto se llamó a veces Progreso, otras Revolución. Su nombre se ha desgastado.

“La conjunción del exagerado crecimiento demográfico y del centralismo político y económico es explosiva. El centralismo, sea en la forma de monopolios capitalistas (nacionales y extranjeros) o en la forma de monopolios estatales, agudiza las enormes diferencias que separan a los mexicanos y hacen a cada clase social un mundo aparte, una plaza fuerte, y de cada individuo, una planta espinosa.

“Cierto, tenemos el petróleo. Puede aliviar nuestros males, no curarlos. Agotado, la recaída será peor.

“En el fondo, el gran debate de la historia moderna de México, desde el siglo XVIII, es el de la modernización. De los jesuitas de Nueva España a los liberales de Juárez, de los positivistas porfirianos a los revolucionarios del siglo XX, sin excluir a los marxistas y a los capitalistas –todos, con distintos métodos, han propuesto una misma idea: la modernización. El progreso ha sido y es para todos ellos sinónimo de modernización. Muy pocos intelectuales han hecho la crítica de la modernización. La crítica la ha hecho el tradicionalismo del pueblo mexicano, algunos poetas (López Velarde: Patria, sé fiel a tu espejo diario) y, a veces, como en la época de Zapata, el pueblo pobre en armas. Su utopía no venía de los libros. No era una utopía progresista sino intemporal, con raíces en la tradición oral y no en la libresca. No sugiero volver a Zapata ni a la aldea autosuficiente ni al neolítico. Pienso que en ese sueño de nuestros campesinos hay una semilla de verdad. ¿Por qué no poner en entredicho los proyectos ruinosos que nos han llevado a la desolación que es el mundo moderno y diseñar otro proyecto, más humilde y más justo?”.

A la luz de los años vale la pena preguntarse: ¿un régimen y un presidente de la República como López Obrador debe rechazar el diálogo -en cualquier sentido y de cualquier filiación- con los grandes talentos que tiene México? (Foto: Cortesía Seix Barral)

Con acceso a túneles

¿Cómo retumban las palabras de Octavio Paz en la pantalla de la calificada Cuarta Transformación? En efecto, las conexiones son subterráneas: estamos en una nueva modalidad del revisionismo. El pasado está más vivo que nunca. Dicho de otra manera: regresar al camino andado. Por un tiempo será una de las rutas confiables para comprender la historia que nos ofrenda el nuevo régimen y en especial lo que concierne al devenir del sector cultural. Volver a los surcos arados, desenmascara.

El 2 de marzo de 1989, en el acto de instalación del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) las primeras palabras de Octavio Paz fueron: “México vive un periodo de cambios. Como todas las transformaciones sociales, estos cambios son el resultado de fuerzas y tendencias, ideas y realidades que durante los últimos veinte años, a manera de ríos y corrientes subterráneas, han agitado y conmovido el subsuelo social. Damos los primeros pasos no sin titubeos, por un territorio desconocido y al que debemos poblar con nuestros actos y, en cierto modo, inventar con nuestras obras. Las novedades más visibles son las de orden político y económico: pluralismo democrático y modernización económica. Los cambios en el dominio de la cultura, menos ostensibles, no son menos decisivos”.

Hoy más que nunca no hay que conformarse con los obituarios.

16 de agosto de 2019.

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