Los “juntacosas”: consideraciones para entenderlos

Cosas del largo historial. La Grande Galerie du Louvre entre 1794 y 1796 pintura elaborada por el artista Hubert Robert (París, 1733-1808). (Imágenes y fotografías, cortesía de María Helena González).

1.
Desde el punto de vista de la Estética, un verdadero coleccionista sabe ver a detalle, sabe seleccionar lo que le interesa, porque conoce a fondo no sólo los componentes de su acervo, sino lo que le hace falta. En contraste con esta opinión encontraremos otras, a veces poco elogiosas: “esta pieza llévasela a X, es capaz de matar por ella”; “A este señor no le podemos pedir prestado nada para esta exposición, sólo accede cuando sus piezas salen a página completa en el catálogo, y no tenemos ni un quinto para eso”; “Cuidado con los créditos, Z se enoja mucho si no destacamos su nombre”.

Y es que el coleccionista suele ser presa fácil para el especulador que se mueve en el mercado del arte, pero también lo es de su propio ego y su manía de juntar piezas. Ya sea que se trate de autos, plumas, tazas, pinturas, porcelanas, juguetes, discos, libros, escobas y por supuesto arte, la persona dominada por su pasión, dedicará su tiempo vital y recursos a saciarla.

De otro orden de asuntos hablamos cuando se trata de enriquecer el coleccionismo institucional. Allí son los curadores y miembros de los comités de adquisición de los museos y centros culturales, quienes toman las decisiones sobre lo que se exhibirá -y entenderemos los espectadores-, como sinónimo de identidad nacional, como nuestro patrimonio cultural tangible.

Dice Robert Storr, catedrático de la Universidad de Yale, que los curadores juegan a ser Robin Hood cuando logran que un preciado bien pase de la mansión de un coleccionista privado, a la sala de un museo, pero lo cierto es que entre “tener” y “conservar” (“To have and to hold”), hay una serie de tensiones que ponen en juego la ética de los museos, la lectura “oficial” de la Historia del Arte y por supuesto el tan cuestionable mercado del arte actual. Entre la “caza de trofeos”, las estrategias de “fund raising”, los intereses personales de curadores, profesionales de museos, patronos y políticos, se da un juego que en nuestro país no es muy comentado, porque pocas piezas y acervos se adquieren para museos públicos -uno de los casos más recientes es el del Museo Morelense de Arte Contemporáneo en Cuernavaca-, pero en Estados Unidos de Norteamérica, el estira y afloja de las negociaciones entre instituciones, coleccionistas y casas subastadoras es cotidiano.

Una de esas escenas de película. El marchante alemán Tobías Meyer (1962), quien radica en Nueva York, en la subasta del cuadro de Pablo Picasso Dora Maar con gato, de 1941, realizada en mayo de 2006.

De un lado jalan la cuerda quienes quieren “educar” a los públicos con propuestas tan novedosas, que pueden espantar a los espectadores de la tradición; del otro, quienes se dejan llevar por su intuición y le atinan al artista que será una joya en el futuro. Además juegan la partida del póker del coleccionismo museístico los patronatos, no pocas veces movidos por caprichos y antojos, promesas, compras de lotes y afortunadas donaciones. Tómese en cuenta aquí, la que hiciera de tallas budistas y cristianas en marfil, la recientemente desaparecida Laura Fernández Mac Gregor Maza al Museo Soumaya, valuada en más de dos millones de dólares, por cierto poco promovida y conocida.

Storr recomienda tomar en cuenta rebatingas, incentivos fiscales -que en México no existen y el Pago en Especie es otra historia-, a la hora de tomar decisiones de compras institucionales, sin dejar de lado los afanes de poder de los donantes y el mercado de los prestigios. En su citado artículo (“Collecting the New: Museums and Contemporary Art”, edited by Bruce Altshuler, Princeton University Press, USA, 2007), compara el Lehman Wing del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, con su competidor en términos de público, el Museo de Arte Moderno, pues mientras la primera institución presume la donación, exaltando la figura del generoso donante, la segunda basa y exhibe sus adquisiciones tomando en cuenta el valor que las piezas agregarán al acervo, si se decide aceptarlas o adquirirlas.

En el caso de México, los museos de autor funcionan un poco en este sentido: podríamos verlos como “capillas” en las que al rendirse homenaje al artista-coleccionista, se fuerza la adquisición de cualquier pieza de su autoría o acervo, aunque a veces no sea de la calidad suficiente, dejando fuera piezas de artistas menos reconocidos del mismo período, que sumarían a la lectura del valor plástico de lo exhibido.

Por otro lado, el profesional de museos, está obligado a mantener buenas relaciones con los coleccionistas privados, ya que de ellos se nutren las muestras temporales de los recintos culturales. Al espectador hay que ofrecerle nuevas cosas que admirar para que regrese. De ahí que al coleccionista privado se le hable con sumo respeto y se le dirijan oficios empleando eufemismos. Los documentos mencionan la importancia de los préstamos temporales aludiendo a “su valiosa pieza”, pero se le permite valuarla para fines de aseguramiento en caso de daño o pérdida, de “clavo a clavo” casi siempre sin peritaje previo, cosa que desde luego eleva el precio en el mercado de la misma.

Un coleccionista y bibliófilo de leyenda, fue Ricardo Pérez Escamilla (1931-2010). La crítica de arte Teresa del Conde dijo a Mónica Mateos de La Jornada con motivo de su fallecimiento que “nunca quitó el dedo del renglón, tanto como promotor o como investigador”.

2.
El coleccionismo ha sido un fenómeno del comportamiento humano del que habló con gozo Freud, tal vez porque él mismo era coleccionista. El padre del psicoanálisis explicaba su aparición en una etapa del desarrollo infantil, relacionando el hábito de tener y sumar objetos del mismo tipo, con la pulsión retentiva. Pero tal parece que tanto animales como humanos nacemos con el instinto de aprovisionamiento (hay aves como las urracas, que también coleccionan y de esto se habla poco), pero es en la literatura en donde se retrata mejor esta obsesión particular con poseer, clasificar, atesorar. Y aunque la mayoría de las colecciones del mundo son de objetos cotidianos y no de arte, los textos más sabrosos sobre coleccionismo, son los que narran en paralelo las vidas de los objetos y los artistas, resultando que muchas veces hay abundante patología en todo ello.

Umberto Eco dedicó un libro a explicar la locura de las listas, la obsesión por encajonar similitudes; la propensión de la mente a conjuntar lo que se parece y separar lo que es distinto. Sólo que la mente del coleccionista repara en el detalle para desdeñar. Luego sufre por no poseer lo que descubre le hace falta para completarse.

Andrés Blaistein, mexicano nacido en Argentina, es uno de los coleccionistas más importantes del mundo, cuyo acervo en ciertas áreas, supera incluso al patrimonio que tienen algunos museos públicos de México. Preside su propia fundación https://museoblaisten.com/coleccion-andres-blaisten.php

3.
Llevado a cabo en Puebla en 1996, el XX Coloquio Internacional de Historia del Arte (Varios Autores, UNAM, México, 1997) sentó las bases para muchas reflexiones sobre el tema que aquí nos ocupa. La Dra. Rita Eder abrió el encuentro titulado “Patrocinio, colección y circulación de las artes”, aclarando que en ese momento no se tomaba tanto en cuenta el papel del mercado del arte, situación que habría sentado las bases para un grupo de ensayos, basados en el a veces muy cuestionado papel de las casas subastadoras nacionales e internacionales. Tampoco se hablaba en aquél entonces tanto del Patrimonio Cultural Intangible (2003, UNESCO). Es hasta nuestros días que consideramos que deberíamos tener museos dedicados a exhibir maneras de estar en el mundo, representaciones de rituales, asuntos identitarios de las comunidades, como pueden ser los chinelos, los sayones o las festividades zacatecanas de las morismas. ¿Pero cómo se colecciona esto?

El médico pediatra yucateco Alvar Carrillo Gil (1898-1974), atesoró una colección que llevó a constituir el Museo de Arte Alvar y Carmen T. de Carrillo Gil, de la Ciudad de México, inaugurado por su viuda el mismo año de su fallecimiento, bajo la coordinación de Fernando Gamboa.

4.
De los coleccionistas mexicanos no se habla, pero los Carrillo Gil, Franz Mayer, Robert Brady y más recientemente Ricardo Pérez Escamilla, Andrés Blaisten, José Antonio Pérez Simón, Carlos Slim y muchos más podrían contarnos cómo se da el complejo proceso de adquisición que incluye a los llamados “cajueleros”, vendedores de piezas que no pagan impuestos y por desgracia a veces ofrecen más falsos que buenos. Pero eso, desde luego, es materia de otra entrega.

 

helenagonzalezcultura@gmail.com

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