Las draconianas políticas de recorte presupuestal han podido ser suspendidas o, al menos, pospuestas por la presión de distintos actores sociales. En el caso del Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (FIDECINE) fue crucial la intervención de los destacados directores mexicanos merecedores del premio Oscar, misma que obligó a su vez el estudio de la medida de modificar las leyes que dan origen a más de cuarenta fideicomisos.
A ello se sumaron oleadas de críticas en virtud de los graves efectos que traería la austeridad en la investigación científica que realizan los centros Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología). De tal suerte que el anunciado recorte del 75 por ciento de los gastos de operación ha quedado en suspenso. Nada es seguro hasta ahora. La diputada Dolores Padierna sigue sosteniendo que los fideicomisos son una puerta a la corrupción y el mismo Presidente de la República aceptó que la idea de la iniciativa legislativa del diputado Mario Delgado era prácticamente de su autoría.
Efectivamente, la pandemia vino “como anillo al dedo” para radicalizar un proyecto político y social de transformación del país que es muy claro en sus brochazos gruesos: atención a los más pobres, lucha contra la corrupción, desvinculación del poder político del poder económico, pero que no lo es tan preciso en los trazos finos. Vemos, por ejemplo, la gran concentración del poder en el titular del Ejecutivo y para ello tienen que eliminarse todos los mecanismos que limiten su margen de maniobra en la operación del gobierno. Es el caso de los fideicomisos que, mientras su obscuridad es denunciada, no lo es así en lo que refiere a las adjudicaciones directas que le son indispensables al gobierno para la realización de sus proyectos.
Varitas para medir
Las situaciones de crisis tienden a depurar las prioridades y a exigir decisiones tajantes que bien pueden ser pasos atrás para proteger elementos esenciales o fugas hacia adelante para aprovechar la situación y hacer irreversibles algunos procesos. Ratificación del carisma, audacia, exaltación del líder del proceso, no son sólo anécdotas del momento. Hay crisis, momentos de duda, discusión de alternativas y éstas deben generar las menos fisuras posibles porque no hay nada más peligroso en época convulsiva que la duda.
Pero los grandes brochazos pueden dar el resultado de que las líneas finas sean escondidas tras la espeza pintura de las tres o cuatro prioridades fundamentales. ¿Cómo combinar las polítcas de atención a los pobres con las de fortalecimiento del empleo? ¿Es posible salvar a los pobres sin salvar la educación? ¿Hay posibilidad de un futuro mejor en el mundo a través del nacionalismo económico y sus anhelos de autosuficiencia alimentaria o energética? Es precisamente en ese orden de prioridades aparentemente no básicas para la supervivencia de hoy, pero indispensables para el futuro, que el liderazgo del país debe atemperar sus anhelos de fuga hacia adelante, de radicalizar su proyecto aprovechando que la crisis le vino “como anillo al dedo”.
La misión de las instituciones públicas se deriva, en términos ideales, de lo que la sociedad ha considerado en un momento determinado un objetivo esencial para el binestar de las generaciones presente y futuras. Lo vemos con evidencia ahora en el caso de la educación, pero no siempre fue así. Y qué decir de la salud. Pero ¿no es el caso de la protección del ambiente o de la investigación científica y social? ¿Y qué decir de aquellas instituciones dedicadas por una definición pública a preservar el patrimonio cultural y promover la creatividad artística?
Es cierto que en situaciones de vida o muerte, como las que se dan en una guerra, hay que tomar decisiones tajantes entre un objetivo estratégico o la preservación de un monumento o la afectación de un rincón de la naturaleza. Aun así, incluso en esas situaciones ha habido muestras de enorme civilidad y de amor a la cultura, que ha sido posible que tantas obras de arte, como los tesoros de los grandes museos en la guerra civil española o de tantas ciudades europeas, se hayan preservado.
Asfixiar económicamente a los institutos nacionales de Antropología e Historia y de Bellas Artes y Literatura, así sea por motivos de asegurar la atención de campos prioritarios de la sociedad, no puede ser aceptable cuando se piensa que la misión de un gobernante es garantizar el presente como el futuro de la sociedad.
Reducir presupuestos hasta hacer inoperantes estas instituciones culturales, impedir que en medio de la crisis económica que ya empezamos a vivir desarrollen actividades que permitan reflexionar sobre nuestro pasado y nuestro futuro, abrir el hoyo del despido de personal contratado por capítulo 3000 para tapar el de las becas de los programas de bienestar, parecen las peores señales de un gobierno que pretende el cambio a costa de destruir la obra de tantas generaciones de artistas e intelectuales que han pretendido explicar nuestro presente e iluminar con el arte nuestro futuro.
Eduardo Nivón Bolán
Eduardo Nivón Bolán es doctor en antropología. Coordina la Especialización y Diplomado en Políticas Culturales y Gestión Cultural desde el inicio del programa virtual en la UAM Iztapalapa (2004), donde también es coordinador del cuerpo académico de Cultura Urbana. Consultor de la UNESCO para distintos proyectos, entre los que destacan la revisión del programa nacional de cultura de Ecuador (2007). Preside C2 Cultura y Ciudadanía, plataforma de diseño e investigación de políticas culturales A.C. que, entre otros trabajos, fue uno de los colaboradores del Libro Verde para la Institucionalización del Sistema de Fomento y Desarrollo Cultural de la Ciudad de México (2012). Entre sus obras destacan La política cultural: temas, Problemas y Oportunidades (Conaculta) y Gestión cultural y teoría de la cultura (UAM-Gedisa).