Morelos: un diagnóstico pandémico del sector cultural (2)

En el Estado de Morelos se cuenta con un historial de instituciones culturales y educativas. Aquí una vista a la Facultad de Artes de la UAEM. (Imagen, tomada de archdaily.com).

 

MORELOS. Las instituciones educativas y/o culturales no han sido ajenas a las luchas de resignificación de los territorios. Imposible describir a detalle sus aportes a la vida de las comunidades para su desarrollo en todos los ámbitos. Unas veces cuestionadas por su mutismo y distancia, lo cierto es que también han sido reconocidas y valoradas; algunas de sus omisiones son explicables como consecuencia de presupuestos cada vez más deprimidos. Uno de esos casos, el de mayores repercusiones políticas fue el de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), fundada en 1953, que vio vulnerada su autonomía por parte del gobierno graquista durante el sexenio pasado, al tener en el exrector Alejandro Vera Jiménez y al poeta Javier Sicilia dos opositores a su proyecto de gobierno.

Sin embargo, la historia reciente de las instituciones educativas y culturales de investigación y para el desarrollo de las artes ha tenido un boom después de que en 1973 se creara el Centro INAH Morelos y la Escuela Normal Rural “Gral. Emiliano Zapata” en 1974, de Amilcingo en Temoac, y el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM-UNAM, 1983-1985). Después surgieron el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades (CIDHEM, 1993), que luego del asalto de los panistas al gobierno en 2009, ya durante el gobierno perredista de Graco Ramírez sería convertido en El Colegio de Morelos entre 2014 y 2016.

En 1995 se creó el Centro Morelense de las Artes (CMA), reformado en 2017, y que de alguna manera fue el sucesor del Instituto Regional de Bellas Artes de Cuernavaca (IRBAC, 1957). En 1996 se crea el innovador Centro Cultural Infantil La Vecindad. Al año siguiente, en 1997, surge La Tallera (hoy Siqueiros-Sala de Arte Público del INBA). Dos años más tarde se funda la Facultad de Artes de la UAEM. Mención especial merece la creación en 1988 del Instituto de Cultura de Morelos, que en sus sucesivas transformaciones daría lugar a la Secretaría de Cultura de Morelos (2012-2018) y a la actual Secretaría de Turismo y Cultura en 2018.

Al surgimiento de estas instituciones culturales también se da un correlato emergente de espacios impulsados desde la sociedad civil y de las comunidades, unas veces con apoyo de las instituciones culturales y otras veces a pesar de ellas o contra la apatía de las autoridades municipales.

 

El Jardín Borda es uno de los mayores patrimonios de Morelos. Ubicado en el centro de Cuernavaca, sus espacios combinan distintas vocaciones culturales, turísticas y de entretenimiento. (Imagen tomada de explora morelos.com).

 

La lista es enorme, por ello me refiero a la creación de centros culturales y museos comunitarios independientes por su reconocimiento social, como La Tlanchana en Coatetelco en 1997, El Manojo en Cuernavaca que recientemente cerrara sus puertas, el Centro Cultural Yankuik kuikamatilistli en 2009 en la comunidad indígena -hoy municipio- de Xoxocotla; o espacios como la Biblioteca Pública Abraham Rivera Sandoval que desde 1987 a la fecha permanece activa en Cuautla, o el extinto Centro Cultural Comunitario Kalmékatl en 1988-1991, y Yauhcalli Museo Comunitario (1998), antecedentes directos de la Casa de la Cultura, hoy llamada Virginia Fábregas, de Yautepec, espacio de una exestación de ferrocarril que fuera recuperado a instancias de la comunidad artística y cultural del municipio entre 2000, 2006 y 2012. Desde otro lugar, a esta pléyade de instituciones también pertenece el Centro Intercultural de Documentación que fundó en 1961 el gran Ivan IIIich en Cuernavaca y que cerraría en 1970.

Pulso intenso

En esta cartografía de la memoria cultural también se inscriben los colectivos que se volvieron epicentros de la discusión pública en torno a lo cultural, como la Red Estatal de Promotores Culturales, legado de la capacitación de la Unidad Regional de Culturas Populares, el extinto Colegio de Cronistas del Estado de Morelos, o actualmente el Consejo de Patrimonio Histórico de Cuautla, el Colegio de Cronistas de Cuernavaca y de grupos de difusión como, Artistas de Morelos, Artistas de Morelos Magazine Cultura, Sociedad para el Patrimonio Cultural A.C. y Conservación del Patrimonio Cultural del Estado de Morelos, estos últimos precursores a nivel nacional.

En los últimos años una corriente crítica, más promovida por sus integrantes alumnos que por sus maestros, ha impregnado y recorre el quehacer de instituciones como La Vecindad, en donde los padres y algunos de sus talleristas cuestionan las decisiones de política cultural y el manejo de la institución, o el Centro Morelense de las Artes que se ha debatido siempre entre la autonomía como institución “gratuita” -que no lo es- y sectorizada según los vientos que corran en los gobiernos de turno, o la discusión por los programas educativos y formas de titulación en Facartes UAEM.

Algunos de los procesos legislativos y sociales en materia cultural, que implicaron el rediseño institucional en Morelos y el surgimiento de iniciativas independientes también han estado influenciados por los cambios a que se vio obligado el gobierno federal y algunos actores que observaron en el extinto Conaculta un modelo de gestión que usurpaba y duplicaba funciones del INAH y el INBA.

 

En Cuautla un recinto cuya historia no cesa. (Imagen tomada de mapio.net).

 

Por estos años también fuimos asistiendo a una gradual renovación neoliberal que fue trascendiendo a los discursos del ogro filantrópico. Frente a la danza de los millones, de fideicomisos, fondos y programas de un presupuesto que año con año fue aumentando, la cultura se fue espectacularizando y el patrimonio se turistificó para venderse y para promover fórmulas forzadas contra la inseguridad y la violencia en ese mundo al que también pertenece Morelos, sin que se contara con las capacidades y los recursos para el desarrollo de modelos de gestión ad hoc y de políticas culturales, algunas acertadas y otras erráticas que analizaremos en una siguiente entrega.

En varios momentos, los responsables de la administración cultural en Morelos, por emulación y simulación acorde a esa vieja política vasconcelista del nacionalismo cultural del Estado Mexicano -paradigma del centralismo evangelizador y homogenizador-, replicaron en sus formas y en sus fondos, también en sus vicios, la imposición de una visión cuyo modelo cultural único de exportación y de importación recurrió siempre a la cultura de recinto, a la alta cultura, repitiendo su quehacer ad nauseam, dejando de lado el desarrollo cultural en las comunidades.

Después vinieron la chinelización y la sayonización, esa carnavalización cultural de grandes relatos de turismo impulsada por el Estado que ha suprimido otras manifestaciones que -dicho sea de paso-, desde la “marginalidad” siguen constituyendo la verdad más íntima, poderosa y efectiva de ese Morelos profundo, como lo veremos en la tercera entrega de esta serie.

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