Nacho Toscano, un promotor con vocación

En Nacho Toscano, la institucionalidad era entendida como un compromiso con la vida cultural, con la creatividad y con los proyectos de los artistas llevados a la sociedad. (Foto: @bellasartesinba / Miguel Ángel Flores Vilchis).

Nacho Toscano, un promotor con vocación

“Por fin se nos hará trabajar juntos”, me dijo Ignacio Toscano* cuando, siendo ya el director general del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), me invitó a ser coordinador nacional de Danza de ese organismo.

Nuestra colaboración fue breve pero valió mucho la pena por el apoyo que dio para llevar a cabo proyectos en favor de la danza: los trabajos de organización de la Red de Festivales; las producciones por encargo de obras coreográficas; coproducciones con el Festival Internacional Cervantino; la presencia de grupos de danza en el Palacio de Bellas Artes; la diversidad en la programación en el Teatro de la Danza; la promoción internacional que animó más la presencia de varios grupos en la Bienal de la Danza de Lyon, Francia, inaugurada por la Compañía Nacional de Danza: todas ellas fueron tan solo algunas de las acciones que se hicieron siempre con el apoyo del maestro Toscano.

Sin duda, Nacho es reconocido por su trayectoria en el ámbito de la promoción cultural y muchos colaboradores y artistas tendrán un sinfín de anécdotas sobre su enorme compromiso. Por ahora, quiero hablar de las cualidades que lo hacían un “promotor institucional”, como él mismo se nombraba.

La institucionalidad en el ámbito de la difusión de la cultura es un tema que a menudo no se le otorga la debida importancia. En nuestro país hay trabajos claros en su definición por parte de Eduardo Nivón, o de desde la perspectiva de la sociología Tomás Ejea lo ha hecho a través de su trabajo sobre el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Pero aun así falta reflexionar más todavía sobre las formas y las experiencias que han tenido nuestras instituciones culturales, sobre todo a partir de la presencia y el actuar de los funcionarios que las han dirigido.

Las instituciones no son, como se les suele tratar, entes abstractos. A menudo, en la información periodística o incluso en los estudios culturales hablamos de “el Fonca” o de “la Secretaría” como esos entes. Su personificación no permite ahondar en las causas y en las consecuencias de la aplicación de las políticas culturales y ello provoca sucumbir en las generalizaciones. Desde luego que sin caer en una tendencia personalista de la historia, nos hace falta ver más sobre la presencia de los profesionales en el ejercicio de las responsabilidades públicas.

En este sentido, Eduardo Cruz Vázquez, coordinador del Grecu, ha intentado en diferentes textos hacer comprender la actuación de Rafael Tovar al frente de las instituciones públicas de la cultura.

Por todo ello, el presente texto quiere apuntar hacia el desempeño profesional de Ignacio Toscano y su contribución al desarrollo y la difusión de las expresiones artísticas y culturales de nuestro país.

Él se decía institucional y lo vivía de manera muy personal. Su trayectoria inició en Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) pero se desarrolló y consolidó en el INBA. Su desempeño profesional lo hizo por décadas en esta institución, en la jefatura de danza, cuando no era coordinación nacional y que luego él promovió para que adquiriera esta jerarquía.

En el ámbito dancístico fue también director de la Compañía Nacional de Danza y ocupó otras responsabilidades: la dirección de Ópera,  la dirección del Palacio de Bellas Artes y la subdirección del INBA hasta llegar a la dirección general. De ahí adquirió un conocimiento amplio del instituto; cualidad que a menudo es inexistente por la falta de continuidad en los puestos y de un aprendizaje constante cada vez que llega un funcionario nuevo.

Conocer al INBA lo llevó a plantear propósitos generales: recobrar su carácter nacional; la relación entre lo tradicional y lo contemporáneo, como base de un programa institucional y un instrumento de planeación no realizado a menudo por las administraciones culturales que llegan.

Pero más allá estos logros, lo eficaz en Nacho Toscano era su manera de comprender la difusión de la cultura. Nos hablaba de la normatividad y de la importancia de conocerla, pero sobre todo nos aconsejaba en ser lo suficiente creativos para que ésta no nos impidiera hacer nuestras actividades y cumplir con nuestros objetivos. Así, Nacho era institucional, cumplía la normatividad, pero era creativo.

En él, la institucionalidad era entendida como un compromiso con la vida cultural, con la creatividad, con los proyectos de los artistas llevados a la sociedad. No como la forma ciega de obedecer al poder solo porque se es un subordinado o como un medio para aprovecharse del puesto y satisfacer intereses económicos o  como la medianía sin iniciativa que solo administra un sitio de trabajo. En ninguno de estos casos cupo el desempeño de Nacho:  él se movió en el terreno de la vocación por la difusión cultural.

También practicaba la institucionalidad asumiéndose como el interlocutor de la propia institución ante los diversos actores. Su cualidad era el diálogo, la concertación tanto con sus colaboradores en reuniones periódicas de organización,  como con los artistas, a fin de resolver problemas y de plantear proyectos creativos.

La promoción cultural fue asumida por Toscano como una vocación de vida. (Foto: Fonca, tomada del muro en Facebook).

Esta cualidad la desarrolló con el tiempo. Recuerdo los años cuando yo era un joven rebelde que protestaba en una final del Premio Nacional de Danza INBA-UAM, en donde a gritos pedía que se declara desierto. Nacho vino hacia mí y me hizo entender que no se debía declarar desierto porque un premio es un estímulo a los artistas. Otro ejemplo se dio cuando se cancelaron las funciones para grupos independientes en el Palacio de Bellas Artes, que habíamos buscado con tanto ahínco, con el argumento de que eran poco redituables. Envié una carta al director del INBA preguntando porque sí era redituable programar a la compañía de Pina Bausch con el oneroso costo de la instalación de un piso de madera lleno de claveles. Pensaba que jamás me responderían y recibí una carta de Toscano, entonces subdirector del INBA, como prueba de que siempre mostró una apertura para dialogar con los artistas y con los grupos: algo en desuso en la actualidad y también en anteriores administraciones, caracterizadas por la indiferencia y la falta de diálogo que hacen ahondar los problemas o evitan su solución.

La acción fue otra forma en que Toscano mostró su institucionalidad. En la organización de actividades artísticas exigía propuestas y recuerdo cómo nos involucró en el Festival Arte 01, un espacio en donde las relaciones entre disciplinas, artistas y público se dieron como pocas veces ha sucedido. El éxito fue tal que aparecieron los celos políticos y Nacho se fue del INBA; renunció tras una ola de rumores. Por fortuna se fue a organizar ese otro magnifico proyecto artístico al que le dio vida: Instrumenta.

Cierro. No, no son los entes abstractos como “la secretaría” o ”el Fonca” los responsables del incumplimiento de las políticas culturales. Los responsables son las personas al frente de las instituciones culturales; son quienes establecen, o no, una relación con las comunidades artísticas y quienes propician el cumplimiento de lo que ahora se da por llamar los derechos culturales.

Las políticas culturales son letra muerta plasmada en documentos, por más bien redactados que estén, cuando no llevan a la práctica estas políticas con una vocación que entienda a la promoción como una forma importante de la difusión de la cultura. Es la forma de sentir y de vivir la promoción cultural lo que da la pauta para suscitar algunos de los mejores momentos en la cultura en nuestro país. Ignacio Toscano no solo vivió esas épocas sino que las ayudó a construir. Y disfrutó al hacerlo.

hecgaray1@gmail.com

13 de enero de 2020. 

*Ignacio Toscano Jarquín falleció el 7 de enero en la Ciudad de México.

 

 

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