Y cuando levanté la vista, ahí estaban. ¡Óraleeee! ¿En este Salón Palacio nadie se ha dado cuenta de estos bebedores? ¡Míralos nada más, Rafa, echándose sus tequilas! ¿Y qué hacemos si nanais paloma de japonés? ¿Será que ocurra un milagro como el que el grandísimo director de orquesta Seiji Ozawa, cuenta a su contertulio, el novelista y melómano empedernido Haruki Murakami en Música, sólo música? (Tusquets, editores, 2020).
En sus primeros años como concertador bajo la guía del poderoso Leonard Bernstein al frente de la Filarmónica de Nueva York Ozawa ¡apenas le entendía! ¿Pueden imaginarlo como asistente de Lenny sin saber casi nada de inglés? ¿Pueden estimar la relación a partir de música, sólo música?
¡Piénsale rápido carnal! Empujé mi ron, esperando que el golpe llegara ipso facto al torrente sanguíneo, al tiempo de suplicar a San Judas Tadeo -aquí cerquita en San Hipólito- que nadie descubriera a ese dúo dinámico, el cual logró tantas y geniales revelaciones en su libro.
Hablo de un programa sinfónico como operístico que Murakami propuso y condujo, fruto de sus conversaciones entre noviembre de 2010 y julio de 2011 en las ciudades de Tokio, Honolulú, Ginebra, París y Suiza. Años en los acudían al mismo gimnasio en la capital nipona, meses en los que Ozawa se recuperaba de no pocos problemas de salud.
Cómo ráfaga surgió en mis adentros la portada de un LP de Seiji: grrrrr grrrrr bluuuurrr ¡Yabba Dabba Dú! ¿De dónde sacamos un disco para autógrafo, Raaafaaa? Ahí en la portada del acetato la mirada imponente del entonces director de la Orquesta Sinfónica de Boston: Also sprach Zaratustra (Nietzche), el poema sinfónico de Strauss en el estelar.
¡Eso! ¡El privilegio de marearse rapidín! ¡Al abordaje mis valientes!
Con los dos celulares listos, uno para grabar y el otro para las fotos, Rafa tomó posición de fiera tras la presa.
Diálogo de lo que se pudo
(Les ahorramos el inglés)
Disculpen, perdonen, salucita de la buena ¡grandísimos Seijííí Ooozaaawaaa y Haaaruki Muraaakaaamiiii! Aquí sus servidores Rafa Mendoza y Eduardo Cruz Vázquez, sean re-bien-venidos a esta patria impecable y diamantina. Al grano: leímos su libro ¿nos dan unos minutos? (Por cierto, tuve que corromper al amigo José, el mesero de tantos años, para que desconectara la sinfonola, no sin gestos de rechazo del distinguido Jefe Ozawa…).
Murakami: ¡Finalmente nos descubren, Seiji! De acuerdo, caballeros, disponen de tres minutos, nos han interrumpido discutiendo una vez más sobre coleccionismo.
Ozawa: “No pretendo ofender a nadie, pero la verdad es que nunca me han gustado esos maniáticos coleccionistas de discos, gente con mucho dinero, con equipos de sonido estupendos, que no dejan de añadir discos y más discos a sus colecciones”.
Cruz: Haruki al abrir el libro pensé en unas memorias…
Murakami: “Mi único propósito como amante de la música era hablar con toda franqueza de música con un músico llamado Seiji Ozawa (…) Escribo como si compusiera música. Ese es mi truco”.
Ozawa: “Nunca había pensado que en la escritura pudiera haber ritmo. No estoy seguro de si llego a entender del todo lo que quiere decir”.
Murakami: “(…) Mientras escribo se crea automáticamente un determinado sonido en el interior de mi cabeza. Ese sonido se convierte en ritmo”.
Cruz: Je, disculpe Haruki. Mire maestro Ozawa, duda quemante ya que dos enormes figuras le fueron centrales: Leonard Bernstein y…
Ozawa: “Dentro del sistema él era el jefe, ese era su cargo, pero no el de maestro”.
Cruz: Y Hebert von Karajan…
Ozawa: “No. Para empezar, él no escuchaba a nadie. Si había una sola diferencia entre el sonido que él quería y el que producía la orquesta, para él siempre era culpa de la orquesta. Los obligaba a repetir una y otra vez hasta que tocaban como él quería”.
Cruz: Entonces cada orquesta es el director que la conduce, o depende del conjunto.
Ozawa: “Se puede cambiar el director de la Filarmónica de Viena o de Berlín, y los músicos apenas cambiarán de colorido”.
Rafa: Deben haber sido apasionantes esos años de inicio en Nueva York, maestro Seiji.
Murakami: Dígales qué salario recibía.
Ozawa: “Prácticamente nada. Estaba soltero y al empezar me pagaban cien dólares a la semana. Era imposible vivir con eso. Cuando me casé, me lo aumentaron a ciento cincuenta, pero con todo no me alcanzaba. Estuve en total dos años y medio en Nueva York yendo de un apartamento a otro (…) Pero en el verano (la ciudad) es muy caluroso y, por supuesto, no teníamos aire acondicionado. Vivíamos cerca de Broadway y había muchos cine de esos. Cuando terminaba el pase de una película teníamos que salir. Nos despertaban cada dos horas y entre una película y otra matábamos el tiempo en la sala de espera”.
Cruz: Y el idioma.
Ozawa: “(…) Lo único que lamento es que mi inglés fuera tan malo”.
Rafa: En el libro desfila una pléyade de orquestas, directores, solistas, cantantes, teatros, compositores –su enorme pasión por Mahler-, un abanico del que, en su diálogo con Murakami, siento, se produce un recorrido por las entrañas de un director de orquesta.
(Se hace el silencio, el bullicio se detiene).
Ozawa : “Rubistein tenía mucho éxito con las mujeres. Le encantaba comer bien y en Milán solía ir a un restaurante de lujo donde le servían un menú especial. Nunca tuve la necesidad de leer la carta. Lo dejaba todo en sus manos y entonces aparecían platos y más platos, a cuál más suntuoso. Fue durante esa época cuando comprendí de verdad lo que significa vivir rodeado de lujos”.
(Sigue el silencio…)
Cruz: Karajan tuvo un gusto especial por la Quinta Sinfonía de Sibelius.
Ozawa: “Sí, le encantaba. Sus interpretaciones eran brillantes, pero también se servía de esa música para enseñar a sus discípulos. Siempre nos decía que el papel del director era el de crear frases largas, leer entre líneas más allá de la partitura, no quedarnos sólo en los detalles concretos de los compases, sino leer como si se tratase de unidades mucho más largas. Nosotros estamos acostumbrados a leer, a lo sumo, entre cuatro y ocho compases, pero en su caso leía más, dieciséis o incluso en casos extremos treinta y dos. Él nos pedía que leyésemos de ese modo, pero las partituras no indican nada al respecto. Para él ese era, precisamente, el papel del director. Según él, los compositores siempre escribían con frases largas en mente y de nosotros dependía interpretarlas así. Esa fue una de sus principales enseñanzas”.
Cruz: Eso sí, dirigió un montón de óperas en Boston, Chicago, Milán, Berlín… En Italia lo abuchearon y lo consoló Pavarotti. Pero la joya de la corona fue Austria… La Filarmónica de Viena, la Ópera de Salzburgo…
Murakami: “Estaba en el paraíso de la ópera”.
Ozawa: “Sí, pero (y odio tener que admitirlo) casi nunca veo una de principio a fin. Hay determinadas escenas que son las más importantes. Las veía, y una vez que terminaban me marchaba. (Risas). Lo lamento por los músicos y los cantantes”.
Murakami: “La ópera está concebida para gente con tiempo”.
Ozawa: “Sí, el maestro Karajan me dio buenos consejos. Decía, por ejemplo: ‘Para un director el repertorio de sinfonías y óperas son como las dos ruedas delanteras de un coche. Si falta una de ellas, la cosa no funciona’ ”.
Murakami: “¿Existe una comprensión entre el director y los músicos sólo gracias al contacto visual?”.
Ozawa: “Sí, por supuesto. Los músicos adoran a los directores capaces de hacerlo porque les facilita mucho las cosas”.
Murakami: “¿Cuándo lee las partituras?”.
Ozawa: “Por la mañana temprano. Necesito concentrarme y no soy capaz de hacerlo cuando por mis venas corre una sola gota de alcohol, pongamos el caso”.
Rafa: Entonces aquí en México se las verían difícil con la hora del amigo…
Murakami-Ozawa a coro: “¿Y qué es eso, caballeros?
Cruz: Se los aclaramos si nos permiten vernos mañana temprano, amigos… Don Seiji, uno se queda sorprendido cuando un director conduce de memoria una obra ¿en verdad es muy importante eso?
Ozawa: “No es algo importante. A nadie se le ocurriría decir que un director es bueno porque se aprende las partituras de memoria o todo lo contrario. Lo bueno de sabérselas de memoria es que permite establecer contacto visual con los músicos, en especial en el caso de la ópera, cuando miro a los cantantes a los ojos para entendernos mejor”.
Rafa: Además de Rubinstein, su lista de pianistas célebres es larga: Glenn Gould, Rudolf Serkin, Mitsuko Uchida.
Entonces Ozawa se dirige a Murakami como retomando un hilo de su conversación.
Ozawa: “¿Ha oído eso, esas pausas de silencio? Son perfectas. Es justo el mismo punto donde las hacía Gould”.
Cruz: ¿Su comentario es en relación al concierto para piano y orquesta nº3 en Do menor de Beethoven o al nº1 en Re menor de Brahms? ¡Vaya que hacen una auténtica disección!
Rafa: No, Cruz, se refiere a Mitsuko Uchida…
Ozawa: “(…) Solo pienso en la música tal cual es. Nada más. Como si confiase ciegamente en lo que hay entre la música y yo (…) Es como si yo encajase en la música a mi manera”.
Cruz: Y cuando salió de su nido-isla…
Ozawa: “Sí, me lancé a lo loco. Existían esos programas llamados ‘Sinfonía del aire’ hechos por los antiguos miembros de la Sinfónica de la NBC después de que esta se disolviera. Cuando los oía, pensaba que no tenía ningún sentido quedarme en Japón. Solo veía la opción de marcharme al extranjero. Por eso me fui, sin más”.
¡Saaaluuuud carnalitos japoneses!
(Y que regresa el ambiente acompañado de los Tucanes de Tijuana…).
Eduardo Cruz Vázquez
Eduardo Cruz Vázquez periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural. Estudió Comunicación en la UAM Xochimilco, cuenta con una diversidad de obras publicadas entre las que destacan, bajo su coordinación, Diplomacia y cooperación cultural de México. Una aproximación (UANL/Unicach, 2007), Los silencios de la democracia (Planeta, 2008), Sector cultural. Claves de acceso (Editarte/UANL, 2016), ¡Es la reforma cultural, Presidente! Propuestas para el sexenio 2018-2024 (Editarte, 2017), Antología de la gestión cultural. Episodios de vida (UANL, 2019) y Diplomacia cultural, la vida (UANL, 2020). En 2017 elaboró el estudio Retablo de empresas culturales. Un acercamiento a la realidad empresarial del sector cultural de México.