No es un secreto que frenar las actividades artísticas y culturales en tiempos de la pandemia, genera un entorno de angustia e incertidumbre para quienes vivimos de las actividades económicas relacionadas con la música. En días recientes, he observado todo tipo de comentarios a través de las redes sociales. Los medios digitales se han regodeado con encabezados apocalípticos, cancelaciones de eventos y festivales musicales masivos, además de una que otra entrevista a “líderes morales” que han expresado consternación.¿Y de verdad estamos tan mal en la industria musical? Pues depende a que industria musical te refieras.
La primera es la vieja y mal llamada industria musical que poseemos. La segunda es aquella que no conocemos y nos resistimos a conocer, porque rompe con los límites de lo que sabemos hacer. Nos aferramos con fervor a nuestra incipiente industria musical mexicana, aquella que ha marchado en números rojos, siempre al límite. Que no busca trabajar en redes profesionales, con estructuras y objetivos comunes bien definidos, sino únicamente por ganancias.
Es divertido observar la forma en que cada quien jala para su santo ante el pánico generalizado de la recesión económica, no muy distinto a como se lleva a cabo sin pandemia.
He extrañado enterarme de promotores y artistas que buscan llenar el evento como bien se pueda. Hablo de esos que organizan conciertos sin planeación estratégica, que generan rivalidades artísticas banales y absurdas, que proponen festivales en cada rincón del país sin medir el impacto económico posible. Son los que pagan favores a políticos y grupos radiofónicos a cambio de vagas menciones durante la programación. Esta es una lista que sigue, sigue y sigue.
Esos hallazgos
A nivel general, la pandemia solamente ha venido a descubrir lo indefendible. Tenemos una industria que camina pesada, destartalada, sin organización y obsoleta, desde al menos dos décadas. Una industria que carga a cuestas instituciones y modelos tradicionalistas sin evolución, porque falló en dar el salto a los nuevos tiempos económicos, políticos y sociales. Cuando preguntas a quienes realizan estas actividades ¿por qué seguimos haciendo lo mismo? la respuesta siempre será “es que no hay otra manera de hacerlo”. ¿Estamos tan seguros?
La industria musical mexicana presenta rostros disfuncionales, como los de aquéllos que ahora se quejan de circunstancias previsibles en lo administrativo, financiero y laboral. Son los que, mientras las actividades funcionan “normalmente”, operan sin equipo apropiado, no pagan seguros de gastos médicos, ofrecen contratos abusivos para técnicos, músicos y asistentes administrativos, ponderan porcentajes absurdos de regalías y, en muchos casos, son los del monopolio empresarial en la generación de oferta al mercado musical.
El otro día, casi me ahogo en mi café al ver un video de Facebook. Da testimonio de un promotor de conciertos que revela haber pedido préstamos bancarios para llevar a cabo eventos y conciertos. ¿Financiar la diversión de otros es tener una industria musical sana?
En otra variante de una industria enferma, tenemos a los artistas que han llenado los bolsillos de representantes artísticos y promotores sin escrúpulos, al aceptar tratos en muchas zonas de alto riesgo en México para llenar palenques, ferias y festivales culturales. Ahí están los artistas que terminan sus carreras endeudados con el Sistema de Administración Tributaria (SAT), sin jubilación y en pleno abandono de sus familiares, siendo devorados por los medios baratos que exponen sus problemas más íntimos.
Por otro lado, tenemos músicos pidiendo un seguro de desempleo en tiempos de la pandemia, cuando han recibido estímulos de gobierno en varias ocasiones. En estos casos resulta un misterio saber en qué han invertido las becas y fondos para sus creaciones. ¿Dónde acaban esos fondos?
Colección de tumbos
Durante una serie de entrevistas para elaborar el Retablo de empresas culturales del Grecu en 2017, un instrumento valioso para comprender la visión de creativos como emprendedores culturales, varios dueños de estudios confesaron haber entregado facturas a artistas becados para justificar gastos por grabaciones y servicios de producción que nunca se llevaron a cabo. En esta perspectiva, en mis años de producción musical, atendí a algunos ejecutantes del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMyC), que grababan durante una sesión de dos horas todo el material del disco que entregarían como evidencia. En algunos casos con la mezcla casi en crudo porque habían gastado el dinero de la beca en otras necesidades.
Un caso en particular es el campeón de mi catálogo. Supe de un grupo de cinco artistas tradicionales que habían invertido el dinero de la beca en una máquina de palomitas, una freidora para hacer papas fritas, una fuente de chocolate y una cafetera básica. Con estos insumos, ofrecían los servicios adicionales a sus presentaciones, dependiendo si eran ferias o eventos culturales (nada tontos, habían escuchado que el negocio de los cines estaba en las golosinas y frituras). Pero no por ello podemos acusarlos de ser malos emprendedores. Sin embargo ¿no se supone que todo esto debe estar bien auditado por las autoridades?
En mi artículo anterior, pusimos al descubierto que los protocolos de seguridad para eventos masivos en la Ciudad de México tienen grandes lagunas entre organizadores y operadores de recintos. ¿Cuáles son los esfuerzos que ponen promotores, artistas, medios y patrocinadores para apoyar mejores medidas? Al final del día están involucrados en conjunto por los beneficios que obtienen de la audiencia.
En otro orden de asuntos que inciden en la precariedad de la industria musical de México, tenemos el que refiere a la falta de transparencia en los registros del Instituto Nacional del Derecho de Autor (Indautor), el que atañe a la mecánica de las regalías por parte de ciertas disqueras, el que expresa el monopolio de la gestión y cobranza por parte de asociaciones civiles, y otro más que señala la ausencia de reportes ante el crecimiento del mercado independiente. ¿Seguimos con la lista?
Eso sí, ahí está la transnacional Spotify que reporta a los mexicanos como los consumidores número 1 de América Latina en contenido digital… ¡felicidades! ¿A esa industria es la que queremos de vuelta pasando la pandemia?
Mi pronóstico es que cuando finalmente las actividades se reanuden, la industria que conocemos volverá a iniciar su pesado andar. Se involucrará deuda, retrasos en pagos, se generarán ingresos únicamente para unos cuántos y se mantendrá el control que le caracteriza. Nada va a pasar, ya que siempre estamos a la espera de que otros nos resuelvan los problemas que hemos dejado tirados como actores principales de nuestra propia industria.
Ojalá estos días de cautiverio sean propicios para reflexionar ,a la vez entender que otra industria existe, una menos dependiente, más abierta y con muchas oportunidades por descubrir. Es la industria 4.0 y está disponible para todos. Pero… ¿quién va a permitir implementar un nuevo sistema que genera transparencia, garantía, información clara, objetiva y que promueve equidad en los mercados?
El aprendizaje es claro, la libertad creativa no está respaldada por la libertad económica y la libertad económica no existe a pesar de la libertad creativa.
¿Y usted qué industria musical quiere enterrar? Piénselo, tiene unos 30 días antes de volver a la normalidad.
Rafa Mendoza
Rafa Mendoza es asesor estratégico y analista de la industria musical. Músico, ingeniero en audio, comunicólogo y mercadólogo en proceso. Se ha desempeñado como productor musical y diseñador de producción para Sony Music y sellos independientes. Es fundador y Director Creativo de Ad Libitum Incubadora, primer startup especializada en educación, emprendimiento, difusión, incubación y vinculación profesional para la industria musical. Ha impartido conferencias sobre el negocio de la música como UAEMEX, UNAM, UPAEP, Gobierno del Estado de México y recientemente en la Fonoteca Nacional.