
Pittsburgh. Fue el general británico John Forbes quien en 1758 erigió un asentamiento que nombró en honor de quien fungía como líder de la Cámara de los Comunes, William Pitt. Pittsburgh representaba un papel estratégico debido a su conectividad fluvial por la convergencia de tres caudalosos ríos: el Allegheny, el Monongahela y el Ohio y por los ricos yacimientos de carbón en la zona. En el siglo XIX Andrew Carnegie fomentó el desarrollo de la industria siderúrgica a través de la construcción de la red ferroviaria del noreste del país. A fines del siglo XIX Pittsburgh producía más acero que cualquier otra parte del mundo. La siderurgia continuó siendo productiva entrado el siglo XX por los suministros de acero a la industria militar. No obstante, la industrialización del acero, además de ser altamente contaminante, vivió una depresión por el desplazamiento hacia el plástico en la segunda mitad del siglo XX.
Se dice que es la ciudad con más puentes en el mundo. 454 puentes cuelgan como alfileres para sostener los márgenes de la ciudad. El panorama es verde y floreado. Mientras atravesamos el Allegheny por el puente Fort Pitt la humedad penetra por los poros de nuestra piel. Al otro lado nos espera un funicular que da servicio desde el siglo XIX para treparnos a la cúspide del Monte Washington, donde la imponente vista permite admirar el punto donde convergen los tres ríos, el “Point Park”. A un costado, se vislumbran los edificios del centro de la ciudad, donde destacan los chapiteles de las emblemáticas torres de espejos del Pittsburgh Plastic Glass (PPG) y al fondo los estadios de futbol americano y béisbol.

Me acompaña mi hijo Aleph y Janusz, su padrino y profesor de la Universidad de Carnegie Mellon. Emigrado de Polonia, Janusz fue mi mentor hace justo 30 años, cuando vine a estudiar a esta ciudad; desde entonces mantengo una fecunda amistad que a la larga se convirtió en compadrazgo. Aquí pasé tres maravillosos años y aunque he vuelto en algunas ocasiones, esta es la primera vez que logro una inmersión en la vida de la ciudad, tal como la tuve durante mis estudios.
Heinz College es la escuela de administración pública perteneciente a la Universidad de Carnegie Mellon, donde llegué a estudiar en el verano de 1995. Me sorprende toparme con dos de mis maestros. Se detienen afablemente a saludar. Evidentemente no me recuerdan. “Si te vieras como se ve tu hijo ahora, quizás me acordaría de ti”, bromea uno de ellos. Lo cierto es que pasear por los pasillos de la universidad, visitar los salones y encontrarme con el espacio en la biblioteca que me adoptó como refugio para mis largas horas de estudio o recorrer “Shadyside”, el barrio de estudiantes donde habité o la zona comercial del “Strip District” que frecuentaba y visitar algunos de los cafés, restaurantes y bares que aún subsisten, han sido momentos invadidos de nostalgia y de profunda reflexión. Tiempo oportuno para hacer un corte de caja y preguntarme qué fin tuvieron mis sueños de entonces.
Ahora es turno de mi hijo, quien bajo sus propios sueños apenas emprende su camino. Recuerdo haber vivido una experiencia similar, cuando mi abuelo me llevó de la mano a Nuevo Orleans a recorrer Tulane, donde pasó una temporada becado por la Fundación Guggenheim. Aquel viaje me tocó profundamente y despertó en mí el interés por continuar mis estudios de posgrado.

Con una variada oferta cultural, este viaje le da a mi hijo, estudiante de cinematografía, la posibilidad de ampliar su bagaje. La ciudad tiene una de las mejores orquestas sinfónicas, de Estados Unidos, además de reconocidas compañías de ópera y de teatro. La oferta museística también es de las más nutridas; destacan los espacios pertenecientes a la Fundación Carnegie, como los museos de Ciencias, el de Arte y el de Historia Natural, donde se encuentra una de las colecciones de fósiles dinosaurios más impactantes. Otros espacios de interés son “Randyland”, dedicado al arte urbano, los museos “Frick” y la Catedral del Conocimiento perteneciente a la Universidad de Pittsburgh. La visita a “Fallingwater” del prestigiado arquitecto Frank Lloyd Wright, es obligada. Se trata de una casa montada sobre una pequeña cascada que perteneció a una acaudalada familia pittsburgués admiradora del arte mexicano. Fue una sorpresa toparnos con un óleo de Diego Rivera en la sala, representando a una niña vestida de tehuana acostada en el piso, tal como se acostumbra en el Istmo para refrescarse del calor.

Sin embargo, el museo de mayor impacto es el “Andy Warhol”, también perteneciente a la Fundación Carnegie. Con siete pisos y un guion museístico comprensible para aprender no sólo sobre el artista, sino sobre el arte “pop”, este museo se considera el más grande del mundo dedicado a un solo artista. La narrativa permite comprender el proceso creativo de Warhol, hijo de emigrantes rusos, desde sus inicios como diseñador hasta su cúspide como artista “pop”, pasando por sus iniciativas en el cine. Especial interés nos causaron sus trabajos en colaboración con dos reconocidos artistas de la época: Jean-Michel Basquiat y Keith Haring.

Sostenida en cuatro pilares: el de la educación, representado por dos prestigiadas universidades, la de Pittsburgh y Carnegie Mellon; el de la cultura con su vasta infraestructura; el de la salud, pues el Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh se considera uno de los mejores sistemas hospitalarios y de especialidades de Estados Unidos; y el del deporte, a través de tres franquicias competitivas con estadios modernos y equipados, tanto de béisbol con los Piratas, de futbol americano con los Acereros y de hockey con los Pingüinos e inmersa en un bello paisaje urbano, Pittsburgh es el ejemplo de cómo una ciudad otrora abocada a la industria, puede reinventarse y pasar a ser un espacio dinámico enfocado en los servicios y el entretenimiento. Ciudad a la que vuelvo y toco su puerta sintiendo que es la de mi casa.
Andrés Webster Henestrosa
Andrés Webster Henestrosa es Licenciado en Derecho por la UNAM con maestrías en Políticas Públicas y en Administración de Instituciones Culturales por Carnegie Mellon University. Es candidato a doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM–CCM, donde también ha sido docente de las materias Sociedad y Desarrollo en México y El Patrimonio cultural y sus instituciones. Fue analista en la División de Estudios Económicos y Sociales de Banamex. Trabajó en Fundación Azteca y fue Secretario de Cultura de Oaxaca. Como Agregado Cultural del Consulado General de México en Los Ángeles creó y dirigió el Centro Cultural y Cinematográfico México.