Ricardo Bell, “El creador de la risa”
en el noreste mexicano

“El creador de la risa”, Ricardo Bell. (Imágenes, cortesía del autor. Documentos de la Familia Bell/TCU/Library/Mary Couts Burnett).

 

CIUDAD VICTORIA. El Circo Orrin -dice Alfonso Reyes-, como todos los circos era una mezcla de deleite y miedo. En la narración El Salto Mortal (Tomo XXIV, Obras Completas), el escritor deja testimonio de una función de esta compañía que presenció en Monterrey durante su infancia. Consigna vestuario, accesorios, comportamiento de las señoras porfirianas de principios del siglo XX, la música de banda, el paso de las cebras, el enano Pirrinplín (Florentino Carvajal), el Señor de la Bala y el payaso Ricardo Bell. La anécdota principal, trata de una niña trapecista, dispuesta a ejecutar el salto mortal en las alturas. En ese momento, las damas encopetadas y el público en general, protestaron para que el audaz espectáculo no se realizara.

Definitivamente el paso del ferrocarril por pueblos y ciudades del noreste de México, fortaleció no sólo el desarrollo económico regional, sino también la cultura del entretenimiento y los espectáculos públicos. Gracias a este medio de comunicación, 1891 fue un año de diversión para los victorenses. En octubre llegó la famosa Compañía de Circo-Teatro Hermanos Orrin, procedente de Monterrey donde hizo una corta temporada en la Plaza 5 de Mayo. Entre sus artistas destacaba el payaso Banack, pero sobre todo Ricardo Bell, quien trabajó durante dos décadas en esa empresa donde era “(…) más popular que el pulque”, según dijo su compadre de pila, el poeta Juan de Dios Peza, quien junto a Julia L. de Vent llevaron a la pila bautismal a Juan Guillermo, último de sus hijos.

Por tratarse de un entretenimiento familiar, los circos representaban la atracción más importante. Su llegada era una notica de primera plana en los periódicos. La mayoría instalaba sus monumentales carpas en terrenos baldíos a las orillas de Victoria. Una de ellas fue derribada por los torrenciales aguaceros de mayo, mientras unos quinientos espectadores presenciaban la función, sin que hubiera heridos ni muertos. Para apreciar mejor este tipo de espectáculos, en 1899 el gobernador Guadalupe Mainero inauguró en Victoria el Teatro Juárez, escenario de compañías de zarzuela, cantantes, bailarinas, declamadores, músicos, adivinos, titiriteros, empresas de cinematógrafo y de piezas dramáticas.

Antes de pertenecer al Orrin, Ricardo Bell fundó su primer circo en 1882. Durante sus giras, alcanzó enorme fama porque dentro del elenco artístico incluía actuaciones de los niños Bale, habilosos saltimbanquis a pesar de su corta edad. Otra de las atracciones era el caballista Wooda Cook, quien para ese año se separó de la empresa debido al bajo nivel de sus actuaciones, como lo menciona un cronista de El Diario del Hogar: “(…) sepan ustedes que también forma parte de la Compañía Bell, pero que su trabajo ha disminuido un 500 por ciento… Ya no hay paseos, ni volteretas, ni saltos mortales a caballo, ni menos aquel admirable ejercicio que consistía en abandonar la cabalgadura que seguía corriendo, pararse en medio del redondel y lanzarse enseguida como una saeta y caer de pie firme sobre el lomo del brioso animal”.

 

 

La ruta de la diversión

Bell y su familia se distinguían por ser artistas profesionales e trabajadores. Según una crónica del periódico El Tiempo, a finales de octubre de 1898 retornaron a la capital del país después de realizar una gira de seis meses, recorriendo las ciudades norteñas de Monterrey, Laredo, Chihuahua, Saltillo y El Paso, Texas. Luego de unos días de descanso, se dirigieron a Puebla donde el Circo Orrin tenía programada varias actuaciones.

En julio de 1906, el payaso consentido de Porfirio Díaz revivió el proyecto del Circo Bell en la capital del país, instalando una enorme carpa para dos mil personas. Ese mismo año, los victorenses vivieron un gran acontecimiento, cuando la compañía de la familia de Ricardo Bell se presentó en el Gran Teatro Juárez, con un gran elenco encabezado por el inimitable Rey de los Payasos y sus hijos Celia, Ricardo, Alberto y Eduardo. Sin lugar a dudas este espectáculo de nivel internacional, causó enorme sensación entre los niños y concurrencia que asistía cada noche a presenciar las funciones.

Además del popular cómico que provocó las carcajadas de la asistencia, participaron en el programa varios actores quienes se ganaron el aplauso del público. La gente lo recordaba porque en una de sus actuaciones, le dijo a las damas asistentes que a la salida del teatro les regalaría una máquina de cocer a cada una. Efectivamente, cuando se disponían abandonar el recinto entregó “delgadísimas agujas.”

El ingenioso Bell fue elogiado ampliamente por los críticos de la época, entre ellos Carlos D. González, quien le dedicó amplios comentarios en la primera plana de La Patria Diario de México: “Tiene el payaso el don inapreciable de convertir los grandes dolores en grandes bufonadas; los entusiasmos épicos en acciones cómicas que arrancan la risa. Y entre voltereta y voltereta, andando a pasos lentos por la pista, nos hace reír del dolor, de la angustia, de la miseria, de la vida, de todo lo que nos rodea, de lo que, un momento antes, creíamos sagrado y susceptible de inspirarnos el más alto respeto, más no la carcajada sonora y sincera”.

El 22 de febrero de 1931 El Heraldo de Victoria, anunció la presencia del Circo y Atracciones Bell en el Teatro Juárez de capital tamaulipeca, contratado por la Empresa A. Rodríguez y Hermano, regenteada por Jesús García. Por lo general ese tipo de entretenimientos permanecían una semana, con el beneplácito de los victorenses. “Para hoy se preparan dos soberbias funciones tarde y noche, poniendo los artistas todo lo que esté de su parte, para dejar satisfechos a los numerosos espectadores que a dicho Teatro transcurren noche tras noche”.

En marzo de 1939, el Circo de los Hermanos Bell’s realizó otra breve y exitosa temporada en Victoria. Instaló sus carpas en Avenida Colón y callejón 19, donde cada noche estuvieron muy concurridas las funciones, gracias al atractivo programa: “Con esta Compañía, vienen muy simpáticas artistas que han recibido muy merecidos aplausos por sus magníficos trabajos”. Ese año, el cronista de espectáculos Armando de María y Campos publicó el libro Los Payasos Poetas del Pueblo. El Circo en México de editorial Botas, donde hace justicia a Bell.

 

Ricardo Bell, con sus compañeros en la música.

 

Dar y repartir humor

Una de las frases célebres del gran Clown Ricardo Bell, es parecida a las del célebre Filósofo de Güemes: “Habría sido diferente… pero no lo mismo”. Entre sus pantomimas más impresionantes que estrenó en el Circo Orrin se encuentra Los Apaches. Bell inventaba sus propios chistes, con humor y estilo inglés que ahora nos parecerán ingenuos. Sin embargo en aquella época, hicieron reír a carcajada abierta a muchas familias:

“-Hablando de dinero. ¿Sabe usted por que todo el mundo dice que en mí hay dinero?

-Como no Mr. Bell, porque es usted muy buen clown y los empresarios ganan mucho dinero con usted.

-No señor, porque cuando era yo muy chico me tragué un peso de oro.

-No Mr. Bell, ya se lo deben haber sacado.

-No señor.

-Entonces, quedó dentro.

-No señor.

-¿Entonces qué?

-Los médicos me sacaron seis reales de plata.

-¿Cómo está eso Mr. Bell?

-Pues la diferencia son los intereses por el tiempo que estuvo en mi estómago”. (Periódico El Tiempo Ilustrado).

A finales del siglo XIX, Bell incursionó como empresario en la capital del país, donde instaló un cinematógrafo, en el Hotel Bucareli, cerca de la estatua El Caballito donde a su vez operaba un restaurante atendido por un cocinero norteamericano y probablemente la fábrica de cigarros La Violeta de Orizaba. De igual manera, en 1929 durante la grabación de la pieza musical El Cuerudo de los Trovadores Tamaulipecos en la disquera Columbia de Nueva York, destaca una intervención de su hijo Ricardo Bell, talentoso ejecutante de violín.

Con motivo del movimiento revolucionario iniciado por Francisco I. Madero, Ricardo Bell no quiso permanecer inactivo y con su familia abandonó su residencia en Guadalajara y partieron con rumbo a la ciudad de Nueva York. Debido a las bajas temperaturas, sufrió un enfriamiento que lo llevó al sepulcro en 1911. Antes de morir le recomendó a sus hijos “(…) que no se retiraran de México, que volvieran y que tuvieran siempre un sagrado cariño por su patria”. Le sobrevivieron al “Creador de la risa” su esposa la española Francisca Payres y varios de sus hijos, de los 16 que habían procreado. Su lema favorito: “Trabaja, confía, espera”.

 


 

Fuentes: (Periódico El Correo Español (09/23/1891), Heraldo de Victoria(1931), El Gallito (1939), Periódico El Chisme(mayo/4/1899), El Diario del Hogar (1882/07/07), La Patria Diario de México (11 de mayo/1905), El Tiempo Ilustrado(marzo 19/1911), El Nacional (septiembre 22/1891), El Pueblo(marzo/23 de 1919).

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