Se dice que el dinero democratiza el arte

Comediante (2019, banana con cinta), de Maurizio Cattelan (Italia, 1960). (Imagen tomada de es.wikipedia.org).

 

XALAPA. Hace unos años algunos artistas aún se preguntaban ¿quién quiere comprar una instalación que consiste en un letrero en la pared o un conjunto de dulces amontonados en el piso?

Performances, instalaciones u obras con materiales “efímeros” y temas críticos, se pensaba que difícilmente hallarían acomodo en los mercados del arte y en el gusto de los públicos. Por eso, en aquellos años y todavía hoy, una gran parte de los artistas no objetuales desarrollaban una obra paralela, “más tradicional”, buscando un éxito en ventas, que asegurara mantener la creación de obra “alternativa”.

Parecía que una gran parte del público quedaba anclado en la vieja certeza que asociaba el trabajo del artista con el de un virtuoso artesano, que se tenía que diferenciar del hombre común por poseer una habilidad extraordinaria.

En el siglo XXI las cosas parecen ser muy diferentes, de repente el arte contemporáneo se volvió popular. Como diría Theodor W. Adorno, “Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente: ni en él mismo, ni en su relación con la totalidad, ni siquiera en su derecho a la existencia. En el arte todo se ha hecho posible, se ha franqueado la puerta a la infinitud y la reflexión tiene que enfrentarse con ello”.

Economía y cultura son dos campos estrechamente implicados desde siempre, aunque es verdad que esas implicaciones se han hecho mayores y más visibles con la irrupción del arte contemporáneo. Quién podría negar el valor económico de ciertos bienes culturales como una pintura o una escultura, pero muchos se preguntan cuál es el valor económico de un plátano pegado en la pared estipulado como arte.

Irónicamente, una razón por la que el arte contemporáneo se ha vuelto popular es que es muy caro. Los precios altos dominan los titulares de los medios y las redes sociales, que han popularizado la noción de arte como bien de lujo, símbolo de estatus social y por qué no, de escándalos y pifias. En los últimos diez años, la visita masiva a las ferias de arte y galerías se ha vuelto notoria en México. Una feria de arte contemporáneo es un ostentoso espectáculo comercial donde las multitudes se hacen presentes y congestionan los espacios de tal forma que es difícil concentrarse en las piezas. Las ferias de arte transcurren entre el esnobismo y la búsqueda de “nuevos talentos”.

Pero ¿es necesariamente nociva la mercantilización del arte contemporáneo? Gilles Lipovetsky en entrevista con Elena Pita responde “(…) el valor humanista pervive en la cultura pese a su utilización mercantilista. Siempre ha habido intereses detrás del arte, si piensas por ejemplo en el Renacimiento, la dimensión del arte no era humanista, sus valores eran religiosos y de poder. Es en la era moderna cuando se impone la idea de que el arte excluye lo comercial, de que el beneficio económico lo pervierte; pero llegados a la híper modernidad (…) Pongamos por ejemplo los museos, no solamente proliferan por todas partes sino que acogen manifestaciones como la moda o incluso las marcas, y la gente se escandaliza: ¡oh, la cultura se ha comercializado, ha muerto y ya no existe sino el dinero! En mi opinión el problema era en cambio la exclusión: ¿es que no hay creación, no hay cultura en la moda? Yo creo que sí (…) Me parece muy positivo cuestionarse las jerarquías, la línea divisoria entre el arte puro y el comercio (…) la motivación económica no mata la creación, la democratiza. Lo ideal no es un arte sólo apreciable por una jerarquía, es preferible que la belleza y la creatividad estén en el mundo cotidiano y del comercio (…)”.

La afirmación anterior plantea más de un dilema, Lipovetsky muestra un descriptivo panorama de la actual situación, por un lado resulta habitual oír voces pronosticando incansablemente la decadencia, el agotamiento y la muerte del arte, por otro, las multitudes se agolpan para ver arte contemporáneo (Yayoi Kusama o Anish Kapoor, por referirnos sólo a dos exposiciones de años recientes en la Ciudad de México).

En este fenómeno inciden varios factores, entre ellos el auge de las redes sociales y la comunicación por internet. También, hemos visto en los últimos diez años una expansión del mercado del arte contemporáneo más allá de las fronteras tradicionales de comercialización. Además, los creadores ofertan propuestas que tienden a mostrar un lenguaje tendiente a la homogenización. Pero ésa es otra cara de la globalización que merece una discusión aparte.

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