El Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, habla muy frecuentemente de cultura. Lo ha hecho desde hace mucho tiempo, pero el tono de sus observaciones más recientes es distinto porque sus pronunciamientos son a la luz de los dos grandes problemas que vivimos: la crisis de salud y la crisis económica. Ya la semana pasada Guillermo Sheridan comentaba algunas de las frases del mandatario sobre la grandeza de nuestra cultura, lo que le dio al escritor la inspiración para titular su colaboración en la sección cultural de El Universal como “Nueva nueva Grandeza Mexicana” para seguir con el eje Balbuena-Novo-Sheridan (o López Obrador).[1]Como lo he referido en otras de mis colaboraciones, ante la falta de planes convincentes y el enfurecimiento de la crisis con la inusitada caída de los precios del petróleo hasta precios negativos, el titular del Poder Ejecutivo insistió en la importancia de la cultura. Vamos a salir adelante porque “tenemos una gran reserva de valores culturales morales, espirituales y esto está quedando de manifiesto (…) “La cultura siempre nos ha salvado de todas las calamidades, y ahora en estos momentos es evidente que vamos a salir adelante”.[2]
No son nuevas las referencias a la cultura como una suerte de capital inmaterial que nos proveerá de condiciones favorables para enfrentar la crisis. El mismo López Obrador aludió a la cultura de la sociedad japonesa como un pilar de su recuperación después de la segunda guerra y tal vez lo podríamos extender a la sociedad alemana cuyo reconocido tesón laboral, militar y hasta deportivo ha sido tantas veces reconocido.
Arqueología paramental
Ahora bien, parece que no caben tantas lisonjas a la cultura nacional. En realidad, es muy probable que todas las naciones mencionen valores espirituales para salir delante de la crisis que vivimos, aunque es cierto también que en nuestro país puede ser que lo hagamos con más ahínco. Lo que resulta importante para mí es qué tan relevante puede ser esta apreciación de la cultura en términos de política cultural. Veamos.
Difícilmente un candidato a la presidencia en México puede crecer en la simpatía popular sin un discurso sobre la cultura, sobre su importancia e incluso sobre la originalidad del pueblo mexicano. Rodearse de artistas e intelectuales es muy importante, aunque no se hagan propuestas muy definidas. Si bien el desarrollo de la cultura oficial abrevó de fuentes tan dispares como José Vasconcelos, el movimiento muralista, el nacionalismo cultural autoritario, el comunismo mexicano, el cardenismo y el movimiento de liberación nacional, por citar algunas de las fuentes, se ha constituido un corpus cultural que ha tenido en el patrimonio su pilar.
De igual forma se tienen algunos consensos más o menos básicos: el carácter fundamental de las culturas indígenas y populares, la importancia de la educación y de la celebración de las hazañas históricas del pueblo de México, la costumbre de dejar patente el compromiso con la cultura en obras de infraestructura, el fomento de las artes con programas de apoyo y difusión, el favorecer el máximo acceso de los mexicanos al patrimonio, las artes y las letras. Por supuesto que este acuerdo entre las élites intelectuales y culturales con el poder político tiene muy diversas expresiones según los sesgos ideológicos y partidarios de los gobernantes, pero es indiscutible que, en general, ha habido un gran acuerdo nacional sobre la cultura, específicamente sobre su carácter sublime.
El carácter “espiritual” de la cultura la ha hecho objeto de un interés peculiar por parte de las élites políticas, hasta extremos que la han llevado a convertirla en objeto sagrado y trascendente. Esto ha provocado un doble efecto. Por una parte, insistir en que la cultura goza de un espacio de legitimidad superior a cualquier otra área de actividad social, en el sentido de que nadie pone en duda la importancia de su relevancia social y amplio alcance.
Manto sagrado
De hecho, las discusiones políticas se suelen detener cuando llegan al callejón sin salida de la cultura, la cual se ha constituido como tótem sagrado que no se debe profanar. Pero, si la cultura por sí misma es incuestionable, su carácter material la vuelve objeto de negociaciones que la pueden cuestionar en el momento de definir una política singular. La cultura mexicana es excelsa, pero el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca)… es un instrumento salinista de control de los intelectuales y artistas. En otras palabras, la cultura como tal es ampliamente legítima, pero sus objetivos particulares son objeto de cuestionamiento o simplemente de indiferencia pública.
En este contexto, el presidente no habla de la crisis mundial, sino “de la fortaleza de nuestro país para enfrentar cualquier crisis sea externa o interna que se nos presente. México es un país muy fuerte y la fortaleza de México tiene que ver con nuestro pueblo, con la cultura o las culturas de nuestro gran país y de nuestro pueblo. Entonces vamos a salir adelante” (Idem). Sin embrago no le interesa lo que pase con los programas de fomento al cine o con los fideicomisos relacionados con el patrimonio (como el caso del Fideicomiso para el Fomento y Conservación del Patrimonio Cultural Antropológico, Arqueológico e Histórico de México).
Las políticas públicas de la cultura viven en una especie de esquizofrenia de legitimidad: se cantan loas emocionadas y cursis a favor de la cultura, al tiempo que se cuestiona la efectividad de una determinada intervención pública en el sector cultural. Como la religión, la cultura suele estar en todas partes y en ninguna. Por lo mismo puede ser obviada o menospreciada al momento de definir en lo concreto una acción cultural.
Al mandatario López Obrador le parece más importante la “constitución moral” que prepara un grupo de intelectuales, ya que remite a valores -amor a la familia, amor a nuestros semejantes, amor a la naturaleza, amor a la patria- que la puesta en marcha de programas concretos que puedan servir a los diversos actores del campo de la cultura.
[1] https://www.eluniversal.com.mx/opinion/guillermo-sheridan/nueva-nueva-grandeza-mexicana
Eduardo Nivón Bolán
Eduardo Nivón Bolán es doctor en antropología. Coordina la Especialización y Diplomado en Políticas Culturales y Gestión Cultural desde el inicio del programa virtual en la UAM Iztapalapa (2004), donde también es coordinador del cuerpo académico de Cultura Urbana. Consultor de la UNESCO para distintos proyectos, entre los que destacan la revisión del programa nacional de cultura de Ecuador (2007). Preside C2 Cultura y Ciudadanía, plataforma de diseño e investigación de políticas culturales A.C. que, entre otros trabajos, fue uno de los colaboradores del Libro Verde para la Institucionalización del Sistema de Fomento y Desarrollo Cultural de la Ciudad de México (2012). Entre sus obras destacan La política cultural: temas, Problemas y Oportunidades (Conaculta) y Gestión cultural y teoría de la cultura (UAM-Gedisa).