Isela Xospa en Nueva York. (Foto: Jimmy King)
Vivir el náhuatl entre Milpa Alta y Nueva York
Nació en Milpa Alta bajo el dictado de que no sería “una india”, por lo que Isela Xospa (1975) no aprendió náhuatl desde niña ni tejió como su abuela. Sí fue universitaria y viajera; acompañó en su recuperación a jóvenes adictos en Inglaterra y durante su vida en Nueva York trabajó de hostess y barista hasta que se especializó como archivista en los nueve años que digitalizó y organizó el acervo de 80 mil imágenes de ese infinito ser que es David Bowie. Si a ello le sumamos que al ilustrar combina el estilo kawaii japonés para contar historias en náhuatl, Xospa es fiel a la imagen de un caleidoscopio y una convicción: no existe la pureza.
Como diseñadora gráfica y editora independiente, reelabora historias bilingües en náhuatl y español, y confecciona libros con personajes que recobran para el público infantil y adolescente las tradiciones, la historia oral y la forma de vida comunitaria en su terruño milpaltense.
Uno de los proyectos que reflejan con claridad su vocación por el dibujo y la lengua indígena es In miqui yoli. El muerto vivo (2019), primer número impreso de la colección “Cuéntame cómo era Milpa Alta. La voz y la memoria de nuestros abuelos”, publicado bajo el sello que concibió en 2014: Xospa Tronik Ediciones.
En el Centro Cultural Universitario Tlatelolco se presentó El muerto vivo (mayo de 2019). Aparecen la ilustradora y la milpaltense Carmen Rodriguez del Libro Club In Cualli Ohtli. Junto, detalle de una de las ilustraciones que integran la edición.
El volumen de 30 páginas y a dos tintas —negra y anaranjada— es una versión renovada del relato incluido en el libro de la antropóloga Anita Brenner, The Boy Who Could Do Anything & Other Mexican Folk Tales (El niño que podía hacer cualquier cosa y Otras leyendas mexicanas), editado originalmente en 1942 y reeditado 50 años después en Estados Unidos en ambas ocasiones. Se trata de una colección de historias que la célebre milpaltense Luz Jiménez le contó a la periodista y que ella recreó junto con ilustraciones de Jean Charlot.
Especialistas de la talla de Miguel León-Portilla han destacado el don de la palabra de la también modelo de muralistas y escultores (Julia Jiménez González era su nombre de pila) al referir la vida comunitaria, tradiciones y mitos de Milpa Alta, como quedó registrado no solo en el libro de Brenner sino también en Los cuentos en náhuatl de doña Luz Jiménez, compilación de Fernando Horcasitas y Sarah O. de Ford (Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, 1979).
Hecha la digresión, retomamos: 77 años después de aquella primera versión en inglés de los relatos hechos a Brenner, Xospa trae al presente In miqui yoli: un relato sobre Pedro, el enterrador del pueblo que lleva agua y tortillas a las tumbas de los muertos para hacerlos sentir cómodos. Pero cuando Pedro fenece, la historia da un vuelco.
“Es una especie de zombie, una historia de no manches”, ríe con desparpajo la diseñadora. La fantasía involucrada en la narración la animó para llevarla a los niños de su comunidad. “Es en los chamacos en quienes hay que incidir para que el náhuatl no se pierda. Además es parte de un proyecto autogestivo en Milpa Alta para regalar libros. Claro que ha habido intentos editoriales en náhuatl con anterioridad para el público infantil, pero en 20 años habrá diez ejemplos y algunos con deficiente calidad”, reconoce.
Si las ediciones en Estados Unidos llevaban ilustraciones con la línea delicada de Charlot, la versión a cargo de Isela contiene su diseño geométrico ligado al kawaii japonés (Hello Kitty es el personaje que arrasó en el mundo con dicho estilo) y cierto sentido de lo “lindo, bonito y adorable” que podemos traducir de aquella voz japonesa convertida en una cultura pop globalizada y atractiva para el público infantil: personajes con cuerpo de cubo, círculos que son chapitas y una actitud tierna, placentera y feliz.
Junto con el despliegue visual, el aspecto central que da razón de ser a la nueva publicación es la inclusión de la voz náhuatl en la traducción del holandés Rudolf van Zantwijk, experto en una de las múltiples variantes de esa lengua, la del centro de México, que según los especialistas era el náhuatl hablado en Tenochtitlan.
Portada del libro de Anita Brenner con ilustraciones de Jean Charlot. El libro contiene la versión en inglés de los relatos de Luz Jiménez de la tradición oral milpaltense, como el de El muerto vivo.
Isela es consciente de que en su comunidad hay nahuahablantes que podrían criticar su incursión editorial. “No soy experta en náhuatl pero sé lo que me interesa. Desde que estaba en Nueva York me bebí todo sobre Milpa Alta en esas bibliotecas públicas que tienen más material de mi pueblo que las de México. La biblioteca en Queens es una de ellas, con filas de migrantes que desean leer. Allá no solo aprendí de mi comunidad sino que me di cuenta de la necesidad de editar cosas para latinos. Ahora ya está más de moda y se hacen libros para ellos, pero no entiendo todavía por qué los mexicanos no estamos produciendo esos materiales. Y cuando piensas en ello, o te emocionas o te indignas. Opté por lo primero y me decidí a hacerlo. Ya con el aprendizaje de las lecturas, al regresar a México me siento más preparada para hablar con antropólogos y especialistas, con el beneficio de no tener el prurito de la academia. Soy de Milpa Alta, crecí allí y es mi autoridad”.
Presentación de In miqui yoli; El muerto vivo en San Antonio Tecómitl, Milpa Alta, en junio de 2019. (Fotos: cortesía de la artista)
En su calidad de migrante en Nueva York Isela trabajó en el área de servicios como la mayoría de sus connacionales. Tras servir tragos en bares y hacer dibujitos en la espuma de los capuchinos que preparaba en una cafetería, se percató de que deseaba hacer ilustraciones para sus propios libros y no continuar delineando historias ajenas sumergidas en publicaciones descuidadas. Se había formado en diseño gráfico en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y tenía el proyecto de llevar a la realidad del papel los personajes de su pueblo.
Era el inicio del 2000 y tenía el ejemplo de éxito de Dora la exploradora, la serie de una niña aventurera que emprende viajes junto con su amigo, el mono Botas, convertida en poco tiempo en una marca. Isela pensó: “¿Qué personaje originario de mi país puedo hacer para ilustrar a mi pueblo y que no sea una interpretación de lo mexicano?”. Así que entre sus trabajos en Manhattan y el préstamo a las horas de sueño, reconstruyó en videos e ilustraciones aquellos rasgos identitarios de su comunidad nahua a través de sus cerros, lengua, tejidos, oficios y fiestas populares.
Había crecido con la influencia kawaii, esa iconografía que en la década de los ochenta escaló a nivel global, primero con muñecos, y después con el animé y el manga japonés. Con apenas diez años, Xospa hojeaba las revistas de moda japonesa cuando acompañaba a su madre a comprar las telas con las que confeccionaba la ropa de ella y la de su hermano mientras la fayuca inundaba los tianguis con juguetes. “Pensaba que Taiwán era el cielo mismo con esos muñecos”, se burla ahora. Con el paso de tres décadas y en medio de la vorágine neoyorquina que experimentaba, diseñó un producto global basado en su cultura pero con rasgos alejados de la línea gráfica nacionalista que había permeado en México. De su trazo surgieron campesinos, nopales, coyotes, volcanes y un baby tamal cercanos a lo mexicano “pero lejos del cliché”.
Sus personajes de diseños geometrizados y tiernos en la serie de Momoxco Town le interesaron a la comunidad latina en Nueva York y también a los públicos infantiles a escala global con sus dibujos de tlachiqueros, del risueño volcán Teuhtli (“venerable señor”, en náhuatl) y de láminas en las que, por ejemplo, se enseña en lengua indígena la conversación coloquial a lo largo del día. El interés se amplió con algunos de los 40 libros que ha editado desde 2014, como la trilogía para colorear Aprendo palabras en náhuatl, Los números del 1 al 10 en náhuatl e In tlapaltin. Los colores en náhuatl.
El baby tamal, una de las creaciones de Xospa. Junto, uno de los libros infantiles editados por la ilustradora.
Sin embargo, aquella “etapa neoyorquina” recibió críticas negativas porque incluía palabras en inglés —como el town de Momoxca— y reflejaba una imagen “poco mexicana”. Xospa escuchó antes y atiende ahora los comentarios, pero continúa con un estilo, el suyo, que anhela sea cada vez más universal y “sin el estereotipo del indígena triste y de hueva. Deseo que mis personajes sean memorables”, enfatiza ya instalada en Milpa Alta en la casa de sus padres y con un sentido más crítico para trascender el papel de “la india en Manhattan” que hace libros. Cursa la maestría en Diseño y Producción Editorial en la UAM y es alumna de la Academia de la Lengua y la Cultura Náhuatl en Santa Ana Tlacotenco.
Además de realizar estudios en su pueblo natal, descubre el sentido de comunalidad, se integra paulatinamente al colectivo de hablantes de su lengua y establece alianzas con los chavos del barrio, con quienes se identifica por “el desarraigo compartido” y el deseo de romper estereotipos cuando se trata de reinterpretar la historia, los orígenes y también la contemporaneidad milpaltense.
Los oficios y personajes milpaltenses en los diseños con influencia del estilo kawaii japonés.
“La chaviza es la que me importa porque está haciendo cosas como puede, a veces mal pero con ganas de reconstruir sus raíces, interesada en el náhuatl y en su gente pero sin prejuicios. A los jóvenes es a quienes debemos decirles que en su pueblo pueden surgir proyectos aportadores socialmente y que además tienen un mercado”, concluye con certeza quien retomará los relatos milpaltenses pasados o presentes para compartirlos con los niños y adolescentes que hoy tienen más puertas abiertas para conocer y aprender el náhuatl, la lengua indígena más hablada en la Ciudad de México con cerca de 39 mil personas que lo enuncian, equivalentes al 30 por ciento del total de las 129 mil personas que dominan alguna de las 55 lenguas indígenas en la CDMX, una urbe pluricultural aunque invisibilizada en esta condición de sonoridad y cosmovisión indígena que a Xospa le fue negada de niña pese a que la escuchó y vivió a diario de boca de su abuela mientras ambas hacían tamales o tejían.
Hoy la palabra náhuatl la tiene para sí y la comparte.
16 de agosto de 2019.
Angélica Abelleyra
Periodista cultural especializada en artes visuales y literatura tanto en medios impresos como digitales y en televisión. Es licenciada en Comunicación por la UAM Xochimilco y es autora entre otros libros de Se busca un alma. Retrato biográfico de Francisco Toledo (Plaza & Janés, 2001) y Mujeres Insumisas (UANL, 2007). Hizo la coordinación editorial y la curaduría de la retrospectiva en el Centro Cultural Tlatelolco/UNAM, Rogelio Naranjo, Vivir en la raya (Ed. Turner, UNAM, 2013). Es coautora de los libros Héctor Xavier, el trazo de la línea y los silencios (junto a Dabi Xavier, UV, IVEC, 2016) y De arte y memoria. Bela Gold, una propuesta visual desde los archivos desclasificados de Auschwitz (UAM). Integra el consejo consultivo del Museo de Mujeres Artistas, MUMA.